Efectivamente, hay vida inteligente en el rock español. Algunas veces cuesta encontrarla, pero durante muchos años una búsqueda segura se podía hacer en el batallón de Los Enemigos. El suyo fue un reinado casi silencioso, con la crítica siempre plegada a ellos, y con un culto de fans a su alrededor que se sentían orgullosos de compartir el encanto “loser” de su repertorio.

Quiso la caprichosa diosa fortuna que el fervor por Los Enemigos se terminase de consolidar justo cuando la banda anunció que estaba lista para una separación indefinida. La despedida fue tan clamorosa que acabó estirándose más allá de lo previsto y dando de sí nada menos que dos discos en directo –Obras escocidas (2001) y Obras escondidas (2002)- que funcionan como perfecto compendio de un legado esencial en la música de guitarras realizada en castellano.

El hiato fue de todo menos inactivo; cada uno de los componentes del grupo trazó un camino más o menos vinculado con la industria musical. Por razones obvias, la carrera en solitario de Josele fue la que cargó con la mayor parte de la responsabilidad de contentar a los fieles. No le faltaron canciones insufladas con su inconfundible manera de cantar y contar las cosas, aunque por decisión propia la furia eléctrica fue dejada de lado a favor de un tipo de canción de autor “ajoselada”.

Ahora, tras una gira de reunión a lo grande, toca recuperar a Los Enemigos para la causa discográfica, y resulta impresionante comprobar cómo han retomado la cosa prácticamente donde lo dejaron, casi sin que se noten los 15 años transcurridos. Es más, la voz de Josele nunca había sonado tan clara y certera, un beneficio colateral tras la intervención de nódulos que le tuvo en silencio durante una temporada.

Ya desde el principio, con el poderoso riff que abre la canción titular, podemos identificar las señas más enérgicas de la banda; es más, los cambios de ritmo y de dinámica para hacer sitio a las estrofas también nos recuerdan que estamos ante una banda que nunca optaba por el camino más obvio y fácil en sus arreglos. Las canciones de Josele son un bastión que enriquece a cualquiera que las interpreta, pero no hay que desdeñar las aportaciones de Fino Oyonarte, Chema Animal y Manolo Benítez (el “cuarto enemigo”) para asentar una banda sólida y versátil como pocas.

Abundan las frases y las imágenes memorables “marca de la casa” en las letras, algunas de ellas deliciosamente abstractas y otras de temática más identificable (bravo por Firme aquí, de lo poco bueno que puede haber salido del despropósito de las preferentes bancarias).

Se les echaba de menos, se les guardó el sitio y ellos han correspondido, ahora solo cabe desear que se queden entre nosotros. Con Enemigos así no hacen falta amigos.