¿Y si detrás del topicazo del rock ‘n’ roll, en su versión más descerebrada, no hubiera más que miseria? Eso, provocado esencialmente por la adicción a las drogas —a niveles descomunales, keithrichardescos—, es lo que Nikki Six, bajista co-fundador y compositor principal de los infames Mötley Crüe, desgrana en Los diarios de la heroína. Un año en la vida de una estrella de rock rota que nos trae Es Pop. Pese al final feliz, una oscurísima, paranoide y grotesca travesía por el infierno de la drogodependencia.
Publicado originalmente en 2007 y recuperado en 2017 en una nueva y generosamente ampliada «edición décimo aniversario», lo primero a destacar en Los diarios de la heroína es el cuidadísimo, espectacular trabajo realizado por Es Pop. La editorial, como es marca de la casa, ha echado el resto —no sin dificultades, el reto era grande— y los resultados son primorosos, recreando desde cero sus más de cuatrocientas y lujosas páginas, incluida la peculiar maquetación y los abundantes detalles gráficos —ilustraciones, notas manuscritas, fotos, etc—, además del fragmentado texto, traducido al castellano por Óscar Palmer. Bravo.
El planteamiento es muy simple. Epítome hard —¿o era hair?— rockero, a mediados de los ochenta, Mötley Crüe disfrutaba de un éxito en meteórico ascenso, casi al mismo nivel que su titánica querencia por la autodestrucción, la juerga sin límite y la adicción descontrolada. Especialmente cierto en el caso de Nikki Six, alcanzando extremos pavorosos, de los que convierten en auténtico milagro que esta crónica sui géneris exista. Los diarios de la heroína recupera las entradas de su dietario entre diciembre de 1986 y diciembre de 1987. Un año muy particular en su vida, embutido entre dos muertes —sobredosis en febrero de 1986 y diciembre de 1987—, cubriendo el lanzamiento y gira mundial del disco Girls, Girls, Girls. El relato de una pesadilla.
Y lo que Sixx nos cuenta es como leer una versión del Yonqui de William Burroughs con guitarras trepanadoras, saturnales vacuas, compañías nada recomendables —su esquizoide relación con Vanity, ex de Prince, se lleva la palma— o soledad lunática y mortificante. Los diarios de la heroína son páginas y páginas de situaciones bochornosas y episodios deplorables, con algún concierto reseñable y otros —la mayoría— demasiado perjudicados para ser recordados. También de una espeluznante rutina, pertinentemente anotada y ampliada con comentarios, propios o de su entorno —familia, amigos, ex parejas, el resto de los Mötley Crüe originales, Slash, Rick Nielsen de Cheap Trick, miembros de la discográfica Elektra o el mismísimo Lemmy—, sumando la perspectiva que da el tiempo. Y la supervivencia.

Debido a su formato, no es un texto sencillo. La repetición «temática», con abundancia de días peligrosamente similares, no hacen precisamente de Los diarios de la heroína una lectura edificante o dinámica, lo que puede echar para atrás a más de uno. No obstante, creo que esa posible redundancia en realidad no es sólo lógica, sino loable y reveladora. Porque muestra que no hay nada a celebrar ni muy excitante en la vida de un drogadicto. Las euforias, igual que las compañías —o las habilidades compositivas—, tienden a ser falsas al estar «adulteradas». En cambio, con el aislamiento y la claustrofobia sucede todo lo contrario.
De hecho, mi única duda respecto a Los diarios de la heroína quizás sea el «corolario» del libro, que resume su, digamos, existencia post «año en el abismo» y se me antoja algo excesivo, trastocando el tenebroso —y, admitamos, morbosamente fascinante— tono general. Entiendo que el «nuevo», rehabilitado Nikki Sixx, cuya situación tampoco edulcora, le permite cerrar capítulos —léase heridas— y contextualizar pasos futuros. O hablarnos de su banda paralela Sixx:A.M., con quién publicó la banda sonora de este libro —al final de la reseña—, cuyo enorme e inesperado éxito lo ha transformado en algo muy distinto. Una oportunidad de ofrecer al lector un halo de esperanza frente a tanta decadencia.
En cualquier caso, Los diarios de la heroína resulta una lectura sorprendente. ¿Motivos? Su singularidad como biografía musical, un intento imposible de ordenar una locura que convierte el sexo, drogas y rock ‘n’ roll en película de terror. La combinación entre demencia, lirismo macabro, puro absurdo y la más cruda realidad. La honestidad mostrada en todo momento, por ejemplo señalando el atroz trato recibido por sus padres como el harto posible antecedente del desastre, pero sin hacerse la víctima —de hecho incluye las opiniones de su madre, que niega cualquier «dejación de funciones»— asumiendo siempre que la responsabilidad es, sobre todo, suya. Y, finalmente, por el mero hecho que esta historia pudiera ser rescatada y… publicada.
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