Tenemos nueva editorial en la sección, De Conatus. Y su estreno es de los que no se olvidan. Porque Los árboles, de Percival Everett, es un bombazo. Una obra que, bajo la apariencia de una novela policial esconde una sátira tan pérfida como sagaz sobre la esencia racista y el supremacismo blanco estadounidense. Una andanada inteligentísima que se antoja aún más relevante ahora que el infame bufón naranja —crucemos los dedos— podría pisar la prisión, la ultraderecha gobierna o es clave en una quinta parte de Europa, o aquí alcanza nuevas cotas de ridiculez con un casi nonagenario trasnochado reivindicando a Isabel la Católica…
Reciente ganador del PEN America por Mr. No —pŕoximamente en De Conatus— Percival Everett nació en Fort Gordon, Georgia, en 1956, aunque vive en L.A., donde ejerce como catedrático en la University of Southern California. Autor de una treintena de libros, siempre alejado de la comercialidad y abierto a la experimentación, Everett ha sido galardonado en repetidas ocasiones, caso del John Dos Passos por su carrera, el Pen Club por Wounded, o siendo finalista del Pulitzer por Telephone. Los árboles, original de 2022, fue finalista al Premio Booker y ganó el prestigioso Premio Bollinger Everyman Wodehouse.
Tantos parabienes no extrañan a tenor de lo que el lector se va a encontrar, de forma inmediata, con la lectura de Los árboles. Y es que nada más arrancar, Everett nos presenta todos los elementos de su sulfúrica ópera bufa a lo Ishmael Reed, bajo la cual se oculta una poderosísima alegoría racial. Una imaginativa hibridación de géneros, thriller y comedia con el terror asomando. Una puesta en escena vertiginosa —Javier Calvo no pierde comba en la traducción—, de capítulos muy breves que funcionan como adictivas escenas episódicas, donde el diálogo lo es todo y por donde desfila un notable elenco de personajes. Y donde nada es casual…
Para empezar, la «nave de los locos» de Everett está basada en Money, Mississippi —pese a que se extenderá por todo el país—. Infausto lugar donde, en 1955, fue linchado y mutilado el adolescente afroamericano Emmett Till, acusado falsamente de flirtear con Carolyn Briant, mujer blanca casada que confesó la mentira en 2008… Y personaje en cuya casa se inician los escabrosos homicidios que desencadenan la trama de Los árboles. A renglón seguido, el georgiano explota los tópicos pero subvirtiendo roles. White trash frente a «ilustración» negra. Polis paletos confederados y nostálgicos del Klan supeditados a agentes negros —para más inri, lidera una mujer— del MBI y del FBI. El caldo de cultivo de un horror que hace reír.
Como si de un imparable alud de nieve se tratase, la trama de Los árboles fusiona absurdo con investigación criminal e incluso elementos paranormales que podrían explicar el misterio de los asesinatos. Como si el escritor hubiera decidido reírse sin ambages de CSI, The Walking Dead y el votante de Trump mientras señala la supina estulticia que conlleva el racismo, arraigado hasta el tuétano en la sociedad norteamericana. El resultado es una pirueta narrativa arriesgadísima, ya que a medida que la novela va desarrollándose es cada vez más grotesca. Sin embargo, Everett resiste al caos. Porque tras el dislate hay ideas… disparadas con bala.
Enrevesado, perverso y trufado de sangre y locura, Los árboles alberga un potentísimo discurso en su interior. Nos está hablando, sin miramientos, de memoria. De las abominables leyes de Jim Crow. El legado de «frutos extraños» que Abel Meeropol y la incomparable Billie Holiday convirtieron en eternos. O el «maldito Mississippi» de la genial Nina Simone. También de una realidad bochornosa, lacerantemente vigente. Charlottesville, la violencia policial, George Floyd, el I can’t breathe, Donald y su «very fine people» —incluido David Duke—. Y otras tantas y tantas efemérides siniestras… Porque todas las vejaciones y muertes son una sola.
Ante eso, la ira. Toda la rabia contenida a la que Percival Everett da rienda suelta de la manera más original, sardónica y cruda. Con cadáveres que se vengan del malvado hombre blanco en un bucle tan brutal… como históricamente familiar. Los árboles denuncia tanto la injusticia como el patetismo de esa histérica «América auténtica», supuestamente amenazada —que al otro lado del charco copiamos sin tapujos— por las migraciones, la «dictadura progre» y los movimientos sociales «radicales». Y lo hace con la comedia más endemoniada. Ficción para provocar y sacudir conciencias. Una novela que engancha sin remedio… Y deja poso.
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