Luminarias del calibre de Ray Charles, James Brown, Martha & The Vandellas, Marvin Gaye, Etta James, Isaac Hayes, The Temptations, Otis Redding, Bill Withers, Al Green, The Supremes, Stevie Wonder o Prince aparecen en el nuevo vademécum de Luis Lapuente (Madrid, 1957). Y en lo más alto, Aretha Franklin. Después de El muelle de la bahía (2015) cuya continuación fue La tierra de las mil danzas (2020), con este libro, el autor conforma una trilogía de nivel sobre un género esencial de la segunda mitad del pasado siglo.  

Con Los 100 mejores discos del soul, este experto en músicas negras, conocido por Doctor Soul, no solo conquista a los conocedores de las bondades de una música tan hedonista como reflexiva, pues también lanza una invitación tanto a los neófitos, los desubicados como a las audiencias más jóvenes. El libro se divide en tres grandes áreas cronológicas. Las décadas de 1950, 1960 y 1970, más un segundo bloque que engloba los decenios  de 1980 y 1990,  junto a las dos siguientes, y un tercer apartado, reservado al siglo XXI, donde pueden surgir divergencias. 

El soul sirvió como lanzadera de los derechos civiles —los casos, entre ellos el de Sam Cooke, Nina Simone, la familia Staples, Curtis Mayfield o Gil Scott-Heron son elocuentes —, y como música de baile. Y decimos fue, ya que su tiempo de gloria transcurrió entre las décadas de los sesenta y setenta, para entrar en decadencia en los años ochenta. Desde entonces, esa música, tan romántica, festiva y, a la vez, triste, ha sufrido un sinfín de efectos colaterales, que lo devalúan.  

El autor aplica su metodología habitual. A partir de grandes nombres, como los citados, y el contexto pertinente, se aproxima a otros géneros. Así y todo, en el presente volumen encontramos tanta pasión como dedicación, invertidas en la cronología musical de unas voces, que no siempre la discografía seleccionada les hace justicia, pues en más casos de los deseables se hace alusión a los «the very best of…» o «the greatest hits» y similares. Las excepciones pueden ser The Absoluty Essencial Collection (Big, 2016), de una pionera del blues y del rock and roll primigenio, como la cantante de góspel y guitarrista Sister Roseta Tharpe (1915-1973), o Little Willie John (1937-1968) en Fever: The Best of Little John (Rhino, 1993), por la irregular y dispersa discografía de la época, basada en grabaciones radiofónicas y singles. 

En cambio, se acierta de pleno con la selección de box sets de auténtica orfebrería musical como The Queen of Soul (Atlantic, 1992), de Aretha Franklin; Star Time, (Polydor, 1991), de James Brown; The Man Who Invented Soul, (ABKCO, 2000), de Sam Cooke o la soberbia Hitsville USA. The Motown Singles Collection 1959-1971 (Motown, 1992).  Entre estos ilustres nombres estaría bien incluir una antología magnífica, compuesta de ocho volúmenes, como es Various Artists. Atlantic R&B 1947- 1974, Atlantic, 1985, reeditada, en diversas ocasiones. En esa compilación se recogen nombres señeros como The Drifters, Solomon Burke, Booker T. & the MG’s, Joe Tex o Wilson Pickett, también presentes en la bitácora de Lapuente

Proliferan los nombres masculinos y la insistencia en el tema racial, advirtiendo que los productores suelen ser blancos. Las cosas han cambiado, pero no lo suficiente. En el seno de Estados Unidos existe una enfermedad político social que se llama racismo institucional. A pesar de todo, la explosión del rap y del neo rhythm and blues, que poco tiene que ver con el original, ha permitido que notables músicos afronorteamericanos tomen las riendas de su música, tanto en los ámbitos de la creación, la producción como del control de su obra. Un ejemplo sería Stevie Wonder, ante el cual el autor se deshace en elogios, a quien dedica el espacio de disco 101; y, en la actualidad, Beyoncé, que no se sabe bien cuál es su papel en el soul.   

La selección de los discos del nuevo siglo son tan respetables, como discutibles, caso de Amy Winehouse, Valerie June y la mencionada cantante texana. El autor apuesta por la diversidad. En esa tesitura podríamos encontrar a Jamila Woods, Jazzmeia Horn o Lianne La Havas, que no constan en la relación del autor. En cambio, aparece un jazzman que ha abrazado el soul más mestizo, como es el multiinstrumentista y cantante Jon Batiste y su premiado We Are (Verve, 2021). Otro talento de NOLA, a la que volveremos más adelante. 

Cabe tener en cuenta que los aciertos superan con creces los posibles peros. Esta elasticidad, Lapuente ya la aplica antes, pues alcanza a Nina Simone, una grande del jazz, como a Gil Scott-Heron, considerado un desarrollador del spoken word como de un inicial rap; que, en realidad, fue un elemento transversal y multidisciplinar, que alumbró hitos tales como The Revolution Will Not Televised y Lady Day and John Coltrane, incluidos en Pieces of a Man (Flying Dutchman, 1971), reeditado en incontables ocasiones. La maleabilidad también alcanza a Jimi Hendrix, y el capital Electric Layland (Reprise, 1968), que hace seis décadas demostró ser un bluesman del siglo XXI. El autor expone sus razones, igual que con el sublime Stand! (Epic, 1969), de Sly and the Family Stone; en definitiva, son dos discos seminales, cuyo impacto todavía permanece en la música popular. 

Otro éxito es escoger directos para dimensionar la pasión de músicos como Ray Charles, en Live (Atlantic, 1973), y Donny Hathaway en su espléndido Live (Atlantic, 1972). Por contra, el prescriptor prefiere una antología de otro grande como Lou Rawls, un cantante con un fraseo y una profundidad vocal como pocos, antes que su directo orquestal y muy soulful en Live (Capitol,1966), que cierra con A. Street Corner Hustler’s Blues/B. World of Trouble, una pieza escrita con Oscar Brown Jr. (1926-2005). Es un acierto rescatar determinados nombres, en muchos casos, olvidados, como el de Ralfi Pagán, un oscuro cantante de Fania; ello, no obsta para olvidar a un músico fundamental, el conguero, Ray “Mano Dura” Barretto (1929-2006), uno de los impulsores del boogaloo, la respuesta latina al soul, que disponía de una trilogía al uso, que va del jazz a lo más caribeño para alcanzar el vértice del latin soul, en Acid, 1968; Hard Hands, 1969, y Together, 1970, todos para Fania Records

De nuevo, la (re)lectura de nombres como Betty Davis, que puso a Miles Davis en otra dimensión; Dionne Warwick, The Chambers Brothers o Anne Sexton, o el saxofonista King Curtis como poner sobre el tapete las riquísimas sonoridades de New Orleans a partir de otro pionero como Henry Roeland “Roy” Byrd, más conocido como Professor Longhair (1918-1980); la máquina soul-funk de The Meters o su continuación como The Neville Brothers y el inconmensurable arte de Allen Toussaint obliga no a un disco, sino a rastrear sus respectivas discografías. Desde el convencimiento que da el conocimiento, Luis Lapunte indica que hay mucho que leer, bastante que conocer y, sobre todo, mucho que bailar.