Toca volver al cómic y lo hacemos por la puerta grande, con Lo que más me gusta son los monstruos de la norteamericana Emil Ferris, que nos llega, en una edición cuidadísima, de la mano de Reservoir Books. Saludada no solo como la novela gráfica del año, sino como un clásico inmediato del género, el monumental trabajo de debut de la autora de Chicago está arrasando a nivel de parabienes de crítica —lidera las nominaciones a los premios Eisner con cinco candidaturas—, y lleva vendidos más de 70.000 ejemplares tan sólo en Estados Unidos. ¿La receta? Una puesta en escena visualmente impactante para contar una historia de desbordante imaginación en la que se homenajea al cine de terror, la Serie B, las revistas pulp, así como a grandes maestros de la pintura, «maridada» con las novelas de detectives… para hablarnos de monstruos. Los imaginarios, grotescos e icónicos, junto a los que resultan verdaderamente terroríficos… los reales.    

Nacida y criada en la «ciudad del viento», Emil Ferris trabajó como ilustradora médica y técnica y diseñadora de juguetes —por ejemplo, las figuritas en los Happy Meals de McDonalds— hasta que en 2001 contrajo el denominado «virus del Nilo Occidental», que paralizó sus extremidades inferiores y su mano derecha, con la que dibujaba. En el largo proceso de superación de la enfermedad y reaprendizaje —aprendió dibujo y texturas con bolígrafos de colores en Art Institute de Chicago mientras recuperaba el control de su mano—, Lo que más me gusta son los monstruos se erigió como parte fundamental de la terapia. Y, aunque el periplo para que la obra se publicase fue arduo y se alargó todavía un poco más, ya que ésta se vio literalmente bloqueada durante meses en el Canal de Panamá en otoño de 2016, debido a la quiebra de la naviera que la transportaba, el debut de Ferris, a los 57 años, llegó finalmente a las librerías norteamericanas en febrero de 2017, no podía resultar más fulgurante y fascinante.  

Lo que más me gusta son los monstruos es la historia, técnicamente el diario —atentos al detalle de las páginas rayadas— de Karen Reyes, una niña de diez años que vive en Chicago a finales de los sesenta junto a su madre y su bohemio hermano mayor Deeze. La pequeña está tan obsesionada con el cine y las revistas de monstruos que se imagina y dibuja a sí misma como una «Humphrey Bogart licántropa»… maneras singulares de aislarse de su dura realidad, el acoso escolar y la enfermedad de su madre conviviendo con un trasfondo social de convulsión, pobreza e intolerancia en unos Estados Unidos marcados por la guerra de Vietnam y la lucha por los derechos civiles. La peligrosa colisión de ambos mundos se producirá cuando Karen decida investigar las extrañas circunstancias de la muerte de su vecina Anka Silverberg. Un suicidio, en frágil apariencia, tras el que la soñadora detective va a introducirse en un indagación extremadamente compleja y perturbadoramente turbia, en el que se entremezclan algunos de los pasajes más viles de la Alemania nazi junto a un más que espinoso pasado y presente familiar.

Siendo sinceros, Lo que más me gusta son los monstruos a veces bordea lo escabroso. La dimensión del drama —mejor dicho, dramas— que va descubriendo o a los que se ve sometida la joven Karen son ciertamente extremos, cuasi inconcebibles para que una niña pudiera apenas entenderlos, no digamos ya soportarlos. Además, la novela gráfica «se dispersa» con frecuencia, por un lado mediante esas deslumbrantes escapadas artísticas —nunca antes un cómic había «visitado» tanto el museo—, por el otro dando espacio a una profusión de secundarios, malvados y siniestros en su mayoría, pero también alguna alma sufridora y apartada de la sociedad debido a su «rareza», que se acercarán indefectiblemente a Karen, lo que redunda en una trama que evoluciona a múltiples niveles pero que no está exenta de cierta confusión.

Sin embargo, el párrafo anterior pierde cualquier connotación crítica cuando el mismo embrollo narrativo, como si estuviéramos ante una «sucesión» de matrioskas esperando a ser desmontadas, se transforma en parte evidente del misterio, contribuyendo a esa atmósfera de suspense y esa magia tan singular que posee Lo que más me gusta son los monstruos. De hecho, esas derivas en la intriga del libro nos permiten disfrutar de más páginas, cada una de ellas una nueva sorpresa, un nuevo prodigio visual que apabulla al lector. El uso de los lápices, con abundancia de grises, proporciona verosimilitud y urgencia al diario de Karen, a lo que se suma el color, ocasional y enfáticamente poderoso, junto a la iconoclasta, heterodoxa rotulación, subrayando el constante tránsito entre la realidad y el sueño del libro. Hay que reiterar el esmero de Reservoir en su publicación, así como destacar el excelso trabajo de maquetación y rotulación de Toni Mascaró y Sergi Puyol, además de la labor en la traducción de Montse Meneses Vilar.

Y, por supuesto, el imparable talento de Ferris hace el resto. Pura imaginación al poder, la de Chicago ha logrado «encapsular», entre los monstruos más universales de la cultura popular, hechos históricos trascendentales —también terribles— y un ejercicio de estilo que sirve de homenaje al cine, el cómic y el género negro, un intenso relato sobre la discriminación y la injusticia social. Un alegato en favor del arte, la cultura y la fantasía, que en estos tiempos oscuros —es fácil identificar a los verdaderos «monstruos» hoy, solo hay que estar un poco atentos— se lee con mayor vigencia si cabe. Además, saber que la novela gráfica tendrá una segunda parte —también una adaptación cinematográfica dirigida por Sam Mendes— es una alegría inmensa. Queremos disfrutarla y contarla aquí muy pronto. Lo que más me gusta son los monstruos es toda una hazaña.

 

Todas las viñetas contenidas en esta reseña pertenecen al libro de Emil Ferris, publicado por Reservoir Books.