Nuevo «George Saunders» en las librerías, nueva lectura obligatoria para un servidor. Uno de los «cuentistas» más audaces y originales —recogiendo el testigo de Donald Barthelme— de los últimos años debuta en la novela con este Lincoln en el Bardo, flamante ganadora del prestigioso Premio Man Booker 2017, que nos llega de la mano de Seix Barral y la garantía en la traducción de Javier Calvo. Una deslumbrante e insólita historia de fantasmas —o espíritus, no queda claro— con la Guerra Civil estadounidense y el mismísimo Abraham Lincoln, y su hijo Willie, como ejes del fabulador y exuberante relato.

Saunders construye su novela a partir de un hecho histórico, el sepelio de Willie Lincoln, hijo del presidente, fallecido en febrero de 1862, con tan solo once años, a causa de la fiebre tifoidea. Tras el funeral, celebrado en el cementerio de Oak Hill en Washington D.C., su padre, sobrepasado por la tragedia, regresó durante esa infausta jornada hasta en dos ocasiones al mausoleo donde reposaba el cuerpo del niño, llegando incluso a sacarlo del ataúd para sostenerlo una última vez entre sus brazos. A partir de ese episodio, el escritor tejano crea auténtica «magia narrativa», transformando esas horas de duelo y solemne aflicción en una fascinante quimera donde los habitantes de la necrópolis son los narradores, dispuestos a explicarnos como Willie, igual que ellos de hecho, se encuentra en una suerte de limbo —el «Bardo» del título, concepto budista acorde con las creencias del escritor— luego de haber abandonado su cuerpo tras la muerte y lo que sea que les aguarda «más allá»… A dónde se niegan a ir.

Si la trama mencionada arriba suscita curiosidad e intriga, la estructura de Lincoln en el Bardo es sencillamente increíble. La novela avanza en base a dos tipos de aportaciones: las intervenciones de los difuntos, apenas unas palabras o algo más elocuentes y extensas, junto a los epígrafes o citas bibliográficas de tipo histórico. Servidor desconoce la proporción de textos inventados por el propio Saunders, pero la ingente polifonía de voces —centenares, aunque podría decirse que los lenguaraces e inquietos espíritus de Hans Vollman, Roger Bevins III y el reverendo Everly Thomas son los que más se hacen notar— y sentencias, urdidas o verídicas, resultante supone un auténtico festival para el lector.

Porque a través de la conjunción de ambos recursos, sabemos tanto de la enfermedad mortal del desdichado crío y el trauma de sus progenitores, como de los surrealistas acontecimientos que tienen lugar en el camposanto, con una multitud de almas interviniendo en una suerte de «nave de los locos» desbordante. Pero también de la época de plena Guerra Civil en el que la novela acontece, siendo la capital figura de Lincoln diseccionada, debatida, contradicha, fantaseada, incluso invadida «ultracorporalmente» y especulada a un nivel de intimidad —conciencia y esencia, política y familia, la muerte azotando a un hombre cuyas decisiones provocaron muchísimo padecimiento— inimaginable. George Saunders planteando, mientras juega con nosotros, cómo se escribe la historia. Cómo se gestan los mitos. Y, sobre todo, cómo funciona la memoria.

¿Arriesgado? Sin duda, Lincoln en el Bardo es una de las apuestas más singulares a las que un servidor se ha enfrentado en mucho tiempo. Y la verdad es que, si uno intenta «someter» el libro a un análisis objetivo, éste no tendría que aguantarse, no debería ir más allá de una ocurrencia divertida pero inevitablemente confusa y, finalmente, fallida. Y sin embargo, funciona. Maravillosamente. Lo sobrenatural, lo cómico, la sensación de imprevisible aventura, de que cualquier cosa puede suceder al pasar la página, se maridan con una temática más bien onerosa y reflexiva de una forma en apariencia liviana y que nunca parece forzada. Los difuntos de Saunders, incluido el ilustre vástago presidencial, tan varados y presas de sus dramas y dilemas —algunos crueles y terroríficos— en vida, como bloqueados por sus miedos y ofuscaciones —varios grotescos, perversos— una vez han pasado a otro plano de la existencia, liberados de sus cuerpos, esbozan cuestiones profundas, éticas y espirituales, al lector sin dejar de resultar magnéticos, ocurrentes, entrañables y no del todo abarcables, lo que impele a seguir devorando el libro en busca del siguiente acontecimiento en Oak Hill.  

El único aspecto que, quizás, pudiera restar algo de mérito a Lincoln en el Bardo es su resolución, en mi opinión algo «blanda», ligeramente «Hollywoodiense». Y es que su tramo final, sino abiertamente optimista, sí resulta bastante tranquilizador. Como si Saunders supiera que al haber «abierto la puerta» a ese mundo incorpóreo y desconocido, jocoso al mismo tiempo que repleto de ciclotímico sufrimiento, estuviera provocando cierta angustia existencial al lector y prefiriese decantarse por un camino algo más «amable» en la superación de ese particular tránsito espiritual. Pero exceptuando ese posible desenlace «confortable», Lincoln en el Bardo es, para quien escribe, una absoluta joya literaria, extraordinaria, atrevida, compleja, honda y absolutamente memorable. George Saunders es un genio.