Hoy, lectura musical con mucho de reivindicativo y aún más de celebración. Porque Las chicas son rockeras, flamante novedad editorial del periodista Miguel Ángel Bargueño publicada por Libros Cúpula es una revisión, muy completa y absolutamente pegada a la actualidad, del papel de la mujer en la historia de la música popular —diría que hay más pop que rock en la obra, aunque entiendo que el título es más «resultón» así—. O como bien reza su subtítulo, un análisis pormenorizado y ameno acerca de El poder femenino en la música. ¡Por fin!
Porque Bargueño, pluma habitual de El País y Los40.com, director de La Revista 40 y subdirector del canal 40 TV, —además de autor del libro sobre Los Secretos y su malogrado líder Enrique Urquijo. Adiós tristeza—, viene a ocupar un vacío, bastante revelador, en las estanterías del género musical en nuestro país. Precisamente en un momento en el que la lucha feminista, reclamando con indiscutible justicia la igualdad en los terrenos salariales/laborales y, especialmente, exigiendo la necesidad de afrontar medidas decididas contra la vergonzante lacra de la violencia de género y la cultura machista que la ampara —sin rubor alguno todavía en pleno siglo XXI, ¿verdad trifachito?—. En ese sentido, Las chicas son rockeras resulta una obra no solo oportuna, sino necesaria.
Y es que su enfoque, intentando cubrir todos los flancos, consigue ofrecer al lector una lección de historia musical «alternativa», una con frecuencia sonrojantemente opacada, en femenino. Para ello usa como recurso principal la enumeración y sucinto desglose de las trayectorias tanto de aquellas artistas unánimemente reconocidas, como de otras en un segundo escalafón o directamente soslayadas, desde los 60s hasta nuestros días. Así, hay espacio para el anecdotario y la acumulación de datos más o menos relevantes —números uno, ventas, controversias que muestran la dimensión de la popularidad de las estrellas, o lo efímero de la fama lograda—. Sin embargo, Las chicas son rockeras no es un mero y, por fuerza, incompleto, name-checking.
Porque lo realmente interesante de este volumen es que Bargueño acomete semejante empresa «revisionista» abarcando la mayoría de «especialidades» que tienen que ver con la música. Por las páginas de Las chicas son rockeras desfilan intérpretes, compositoras, instrumentistas, letristas, productoras, groupies y clubes de fans —estimulante inclusión, de la Beatlemania a los Directioners, que hubiera merecido más desarrollo por sus distintas facetas: sexuales, psicológicas, económicas o mediáticas—, videoartistas y cineastas, empresarias de la industria… En definitiva, su autor busca reflejar, con un zafarrancho de ejemplos y relatos, una realidad, que es al mismo tiempo, una certera conclusión —que debería ser obvia, pero tristemente no lo es—. Que las mujeres han sido y son agentes en todo el proceso detrás o al frente de una canción, cuestión bien distinta son el número en que han podido acceder a dichas posiciones o, sobre todo, el reconocimiento obtenido en su labor. Pero su talento siempre ha estado ahí y lo que está cambiando, afortunadamente, es su visibilidad y, a renglón seguido, su notoriedad.
En ese sentido, el grueso del libro está sólidamente «embastado», poniendo de relieve la incongruencia de que el rock, teóricamente contestatario e iconoclasta, contribuyó a mantener el machismo imperante con una industria opresivamente «de hombres» —atención al capítulo inicial, auténtica «galería de los horrores machirulos» versión rockera—, a la que las artistas, cada vez en mayor número, desafiaron de distintas formas. Pioneras como Big Mama Thornton, Lesley Gore o Aretha Franklin. Osadas de la era hippie-psicodélica como Janis Joplin o Grace Slick —Jefferson Airplane—. «Radicales» setenteras como The Runaways, Patti Smith o Siouxsie Sioux. Figuras que supieron sacar provecho de sus épocas —disco/new wave, MTV, la parte más horrible de los 90s— y reinar como Debbie Harry, Madonna, Mariah Carey o Whitney Houston. Indomables «alternativas» como Kim Gordon,Björk o PJ Harvey. Así hasta llegar a este milenio, del Ipod a Youtube y Spotify, en el que el trono del pop —lo del rock no lo veo— tiene, indiscutiblemente, nombres y formas de mujer con Beyoncé, Taylor Swift, Rihanna, Adele o Lorde liderando la escena internacional. Pero junto a las grandes figuras, Bargueño también es capaz de entrar, bastante a fondo, en otros géneros y artistas menos populares. Rap y hip-hop —otro capítulo a destacar, con una notable introducción a algunas de sus letras más comprometidas—, R&B, indietrónica, flamenco, trap y reguetón… Incluso reserva un capítulo a «Las mujeres en el rock español» en el que, todos tranquilos, Rosalía también tiene su espacio. No están todas las que son, obviamente, pero resulta muy meritoria la capacidad del autor de ofrecer la panorámica más completa posible al lector.
Esa amplitud de miras estilística combinada con la más rabiosa actualidad —siempre quise escribirlo— posibilita la comparación de realidades y vicisitudes, suscitando múltiples debates, de lo más complejos y en su mayoría plenamente vigentes, por el camino. Y, pese a que entiendo que no es el objeto de este libro, a uno le queda la sensación que Bargueño pasa de puntillas por esas cuestiones candentes, en mi opinión pasándose de acrítico o evitando posicionarse. Por ejemplo, no todo el mundo tiene envidia del éxito de las Hinds, algunos simplemente no le vemos la gracia. Otros no creemos que las Spice Girls hicieran una gran contribución, ni a la historia del pop ni al feminismo. ¿Hablamos de talento o poder mediático? A veces, da un poco la impresión que las cifras de ventas o las visitas al vídeo de Youtube sean las únicas medidas del valor una artista. Y, por desgracia, ahí priman más las estrategias de marketing, los productores —vuelvo a insistir en la lectura de La fábrica de canciones de John Seabrook—, la fama y la ambición por obtenerla/mantenerla. Así que equiparar la militancia feminista de Kathleen Hanna —por cierto riot grrrls no son chicas desmadradas, sino revolucionarias, y nada que ver con Courtney Love— o Las Slits, así como los actos, letras y declaraciones de Tori Amos o Missy Elliot con Madonna, Janet Jackson, Kesha, o Beyoncé, me resulta harto discutible.
Lo mismo sucede con el otro paradigma de controversia, este sí propuesto con mayor profusión a lo largo de Las chicas son rockeras, el sempiterno tema de la sexualidad —en las letras, imágenes promocionales, videoclips o directos—. ¿Es posible que la actual hiperabundancia de la exposición del cuerpo femenino en la música sea una prueba de su empoderamiento real o, muy al contrario, demuestra la pervivencia de su «cosificación»? Quizás, pero cuesta entender que los motivos reales de demoler paredes en pelota picada sean ofrecer un mensaje de afirmación femenino en vez de un recurso morboso, rápidamente multiplicado por el «efecto arrastre» de las redes sociales, para vender más, o disfrazar la escasa calidad un producto tras un envoltorio provocador.
Aunque, insisto, asumo que debatir o pronunciarse acerca de las polémicas sobre el trasfondo feminista o entrar en un ensayo sociológico quedan al margen del volumen. Y, de hecho, es un mérito de la obra que logre estimular la conversación en ese sentido. En definitiva, creo que Las chicas son rockeras es un libro relevante, que viene a cubrir un debe clamoroso en los libros musicales en nuestro país, con momentos brillantes a la hora de mostrar cómo el rol de la mujer y el feminismo en la música no solo ha cambiado para bien de forma abismal, sino que ha llegado —esperemos— para quedarse. Ahora lo que necesitamos es muchas más obras que complementen el trabajo de Bargueño, que se aventuren en desentrañar las cuestiones más peliagudas y sean capaces de separar el grano del «postureo». Lo reitero, lectura importante.
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