Vuelve pronto Kurt. Cuéntanos más historias. Detén el tiempo otra vez. Haznos olvidar, al menos por otra hora y media, las malas noticias, la enésima ola de calor de una Barcelona irrespirable, asediada tanto por las hordas de turistas sin horarios y barra libre como por los debates estériles de la televisión, de políticos camino a ninguna parte, o de aspirantes a presidentes de club fútbol —parece imposible, pero son aún peores—. Trasládanos, igual que hiciste el pasado viernes en la sala BARTS, a otro lugar. Lejos del mundanal ruido, solo cada espectador junto a ti y tus músicos alrededor de una imaginaria fogata —esa distribución semicircular de la banda en el escenario—, invitándonos a compartir tus relatos en forma de hermosas canciones, llenas de humanidad. Llenas de alma.
Por si no había quedado claro, uno iba “virgen” a ver a los de Nashville, sexteto en Barcelona, y salió extasiado. Arrancando con una The Butcher Boy brumosa, situando las bases de una velada en que la intimidad y las sutilezas iban a predominar, al menos en su primer tramo. Seis tipos, absolutamente ajenos a cualquier hipsterismo estético, aparentemente tímidos —bueno, exceptuando al pianista Tony Crow y su, umm, “peculiar” sentido del humor, pobre Jennifer Lawrence—, en las antípodas de la estrella del rock, pero haciendo magia en temas imposiblemente bellos como Gone Tomorrow, haciendo brotar la luz en cada nota tocada, incluidos los silencios.
La lánguida I would have waited here all day, que hubiera sonado aún más inmensa de haber contado con sección de viento para reforzar ese sonido Nueva Orleans, o el bajo de tonos jazzísticos junto a esa batería bombeante, nunca ahogando Sharing a Gibson with Martin Luther King jr.… Los temas iban cayendo impecablemente ante el sepulcral, respetuoso —¡es posible, hay esperanza!— silencio del público, pero el sosegado ritmo amenazaba de sumir la noche en un peligroso letargo. Pero aquí hay demasiadas tablas y entre las ocurrencias del mencionado Crow entre canción y canción a costa de los compañeros que Wagner iba presentando y la entrada de piezas más animadas, sobre todo bebiendo del indispensable Nixon, que cumple su 15º aniversario, el concierto no iba precisamente a decaer. Todo lo contrario.
Grumpus, la muy celebrada National talk like a pirate day o Your fucking sunny day, con la que Wagner demostró que su voz grave tiene más de un registro escondido situaron las coordenadas de la segunda parte del show mucho más animada, a excepción de la crepuscular My blue wave, con esa manera exclusiva de interpretar el soul que hace de Lambchop una banda única, conquistando definitivamente al público. Ataviado con su perenne su gorra, con su aspecto desmañado, armado con su guitarra, sus ajados papeles y toneladas de sabiduría, nunca dirías que una banda liderada por Kurt Wagner sea la banda con el alma y el corazón más negro de los últimos 25 años. Pero entonces llega la eufórica, irremisiblemente contagiosa Up with people, elegida como inmejorable colofón para cerrar el set, y uno piensa que el dicho “las apariencias engañan” nunca ha tenido más sentido.
Habría tiempo para un bis, por supuesto, aunque Wagner nos contó que tenía que llamar con urgencia a su mujer para felicitarla por su cumpleaños. La flotante, ingrávida My face your ass antecedió a la traca final, una versión escala “gran novela americana” —por extensión, pero sobre todo por intensidad— del Young americans de David Bowie, con Wagner dejándose ir vocalmente, dando rienda suelta a algo que no se puede impostar: que allí arriba hay un tipo, perdón, unos tipos, disfrutando de lo que hacen en el escenario. Y haciéndonos disfrutar lo que no está escrito a los de abajo. Enormes.
Gracias por el viaje Kurt. Vuelve pronto. Cuéntanos más historias.
Fotos: Raül Jiménez
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