Empezar una sección de cine hablando de esta película es todo un reto, un regalo placentero por lo complicado que es expresar con palabras la experiencia no sólo fílmica sino «casi física» que supone el visionado de este film.

No creo que mucha gente que disfruta del Cine aún no sepa o haya leído que «La Vida de Adèle» de Abdellatif Kechiche es «una de las películas más hermosas de los últimos tiempos» y «una de las mejores de lo que llevamos de siglo» cómo ha ido proclamando la prensa especializada desde que el pasado mes de Mayo, el  Jurado del prestigioso festival francés presidido en esta edición por Steven Spielberg le concediera tan apreciado galardón.

Y es que no hay más remedio que rendirse ante la evidencia y reconocer que los logros cinematográficos y las cotas de belleza que alcanza la libre adaptación a la gran pantalla de la novela gráfica «El azul es un color cálido» de Julie Maroh son extraordinarios.

Con esta, su sexta película, Kechiche se ha hecho por fin, con un hueco entre los grandes del Cine francés con una historia de amor rodada como nunca jamás se había hecho, directamente acercando el objetivo a escasos centímetros de la piel de sus protagonistas.

El realizador francés de origen tunecino acerca la cámara, cierra plano y durante tres horas que dilatan y contraen una década en la vida de esa tal Adèle, sentiremos lo que es estar en la piel de una joven y descubrir su sexualidad, enamorarse, aceptarse, disfrutar, correrse, sufrir, reír, llorar, madurar, equivocarse, en definitiva nos sumerge en algo parecido a la experiencia «de eso» que se supone que es el estar vivo.

Uno de los logros más significativos del film es sin duda el triunfo que supone la superación de uno de los retos más importantes a los que se enfrentaban los cineastas del Cine del s.XXI. qué es la integración de secuencias de sexo explícito en el Cine convencional:

Las secuencias de sexo en «La vida de Adèle» no es que sean necesarias narrativamente y estén justificadas totalmente sino que además son de una belleza pasmosa.

Nunca unas escenas tan íntimas se habían rodado cómo las ha rodado Kechiche, metiéndose entre las sábanas, haciendo que las protagonistas nos giman al oído, que sus cuerpos se entremezclen y se fundan ante nuestra intromisión en su lecho. Llegan incluso a ruborizar al espectador, no por explicitas sino por su carácter íntimo, por ser tan cercanas, por ser tan privadas, tan reales.

Y luego está esa lágrima que recorre el rostro de Adèle después de ese primer polvazo, esa lágrima de aceptación, de superación, de encuentro con sí misma y con la persona amada, esa lágrima que divide su vida en dos. Nunca una lágrima en el Cine había contado tanto.

Kechiche toma el relevo del cine que hacía Rohmer pero va un paso más allá, no sólo retrata «la verdad» sino que funde al espectador con esa verdad y con su protagonista.

No recuerdo ninguna película que implicara una fisicidad tal cómo la que se aprecia en esta cinta. Y ese milagro no hubiera sido posible sin el descubrimiento de Adèle Exarchopoulos, actriz de 19 años que comparte nombre con el personaje al que interpreta y que nos ha entregado su cuerpo, su rostro, su piel, su carne, sus poros, su maravilloso pelo, nos ha cedido «un pedazo de su vida» y nos ha regalado  una de las mayores interpretaciones femeninas que se recuerdan.

Su presencia en la pantalla hipnotiza por lo que tiene de cercana, de simbiosis casi, con el espectador. Ese es otro de los aciertos en esta película, durante esos 180 minutos nos fundiremos con Adèle, durante esas tres horas «seremos ella».

Así que no queda más que eso, desarmarnos ante «la Verdad» que ha supuesto la llegada de esta película y alegrarnos de haber sufrido, disfrutado y vivido el estreno de la que de momento es la OBRA MAESTRA, así con mayúsculas, del Cine de lo que llevamos de siglo. Ahora no nos queda más que sentir (vivir) cómo Adèle y descubrir que el azul es un color cálido, aunque formalmente parezca lo contrario.