Polanski ha vuelto a obrar el milagro. Sólo unos segundos bastan, con ese arranque en el que la cámara avanza por un bulevar llevándonos hasta un decadente teatro (mientras se desata una tormenta y arranca la espectacular partitura compuesta por  Alexandre Desplat en los títulos de crédito), para saber que vamos a disfrutar de una obra magna.

Con los recursos mínimos y sólo dos actores en escena (llevando al extremo el ejercicio que ensayó en “La muerte y la doncella”,1994) traslada con maestría la obra de teatro escrita por David Ives, creando un efecto de muñecas rusas entre su obra, la de Ives y la novela original de Leopold von Sacher-Masoch (1870).

La Venus de las pieles” es una declaración de amor.

Emmanuelle Seigner (mujer de Polanski en la vida real) protagonista junto con Mathieu Amalric (presentado como un doble del propio Polanski) crean un ambiente de complicidad en el que se entrelazan (como si de un triple juego de espejos se tratase) lo real, lo ficticio y lo escenificado.

La puesta en escena es tan brillante (tan cinematográfica a pesar de lo teatral que podría ser) que es puro deleite. Es una de esas películas (escasas) en las que uno se puede sentir halagado como espectador.

Convierte a los dos protagonistas en “elementos totales y únicos” de una audición teatral en un espacio reducido y son ellos mismos los encargados de la transformación no sólo de los personajes en sí, sino del decorado mismo que irá mutando gracias a su intervención en un derroche de imaginación con economía de medios.

El trabajo interpretativo es inmejorable. Sin duda estamos ante la mejor Emmanuelle Seigner que hemos visto jamás.

Los matices de los personajes, los recursos que despliegan ambos y un texto en el que se va confundiendo lo “real” y lo “teatral” en un  juego de dominación y sumisión en el que nada es lo que parece (o todo lo es) hasta llegar a un intercambio de roles convierten esta película en un ejercicio de prestidigitación que cuenta más de lo que parece.

Es una película deliciosa y entretenida en la que el ya octogenario director franco-polaco hace gala de su particular y oscuro sentido del humor exprimiendo una vez más un talento que muy pocos directores han tenido a lo largo de la Historia.

No se dejen engañar, no estamos ante una de sus obras menores, a esta película únicamente le falta el lazo para ser un regalo.