No tenía ni idea, la verdad. Pero gracias a Acuarela —atentos al catálogo de esta editorial que se las trae, pronto volverán a aparecer por aquí— acabo de añadir una jugosa nueva pieza a mi “mapa literario” de los Estados Unidos. Óscar Zeta Acosta, alias “Búfalo Pardo” o “Zeta”, que hasta toparme con este fascinante La Revuelta del Pueblo Cucaracha para mí sólo era el inolvidable abogado samoano, compañero de las más surrealistas aventuras de mi venerado Hunter S.Thompson —que firma el prólogo— en Miedo y Asco en Las Vegas.
Pero Zeta fue mucho más que un personaje literario memorable. Es un enigma todavía sin resolver, ya que su desaparición en 1974, apenas un año después de la edición original de este libro, aún está por dilucidarse. ¿Ajuste de cuentas de narcos? ¿Asesinato político? Todavía hay quien dice que está «vivito y coleando», perdido en algún lugar remoto. Fue hippie, misionero, defensa de fútbol americano, adicto a las drogas, recolector de melocotones, clarinetista, candidato a la alcaldía de Los Angeles… Y el abogado defensor y portavoz de los radicales activistas chicanos de la marginada y marginal zona de East Los Ángeles entre finales de los 60 y su exabrupta desaparición. En palabras de Hunter, “más rápido que Bo Jackson y más loco que Neal Cassady». En las del FBI, el “Malcolm X hispano”. Según él mismo, el “vato número uno”.
Obra clave del llamado renacimiento literario chicano, La revuelta del pueblo cucaracha es la crónica, alucinada y colosal, de ese levantamiento popular del pueblo chicano en California. Es un grito contracultural enfurecido, pero difuso y demasiado complejo de articular, ya que confluyen desobediencia civil, hippies, LSD y mota, zapatismo, anarquismo, tácticas de guerrillas, Vietnam, Anthony Quinn, Panteras Negras, Nixon, Charles Manson, triquiñuelas judiciales y mediáticas, Robert Kennedy… Todo ello desfila por una obra que el lector devora, metido de lleno en unos años tan explosivos como contradictorios.
Y Zeta, el líder del “Poder Pardo” en esos años, representa mejor que nadie esas contradicciones, anunciando con sus actos el radicalismo de la época venidera de la llamada Nueva Izquierda. Pero también el hartazgo supremo de tener que lidiar con la humillación de ser una minoría, la mexicoamericana, despreciada por un racismo indisimulado y reprimida con brutalidad por una policía que responde a una maquinaria, la del poder, siempre temerosa de perder su silla —ya sea en Estados Unidos, China o España—. Las cucarachas se organizan como pueden, surgen desde cualquier rincón y están dispuestas a presentar batalla. Por sus derechos.
Fabulando sobre hechos reales que son historia viva del país, y de la que él fue protagonista, Acosta desgrana una delirante pero al mismo tiempo poderosísima novela. ¿Puede uno ser un héroe con la cabeza llena de miedos y dilemas —sobre sus raíces, su autenticidad en el liderazgo del movimiento, sobre hasta dónde llegar en la protesta y su sentido final— y la sangre de anfetas? Y plantea una encrucijada moral desde un prisma muy similar a la expuesta por el Dr. Gonzo —Stonewall en la obra— en su memorable carrera literaria. Para desenmascarar la miseria y podredumbre del Sueño Americano hay que colocar un “espejo” grotesco, deforme e hilarante frente a él. Zeta lo hace en la calle y en los tribunales, donde buena parte de la novela tiene lugar. Y el resultado es claro: el desacato, la irreverencia constante, muestra a las claras el racismo imperante entre sus señorías. El poder no tolera que se burlen de él. Y es que la risa es un arma muy poderosa. Subversiva. Revolucionaria. Fascinante Gonzo a la mexicana tras el cual se esconde la lucha real de David frente a Goliat. Hay que quitarse el sombrero —mejor dicho, la boina parda— ante semejante lectura.
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