Tremendo descubrimiento el que nos trae la editorial Gallo Nero con esta La promoción del 49, una absorbente novela fragmentada en un colección de relatos, o si se prefiere, una recopilación de historias que forma una sucinta y demoledora novela coral. Tanto monta, monta tanto. El orden de los factores no altera el producto, cuando éste es tan recomendable.

El malogrado —se suicidó en 1995— escritor y guionista californiano Don Carpenter es un autor muy poco conocido en estas latitudes, aunque su primera novela, Dura la lluvia que cae, fue todo un éxito allá por 1966. Así que el rescate de Gallo Nero es motivo de doble celebración, por la lectura que tenemos hoy entre manos y por la promesa —esperamos— de que sea el comienzo de varias más…

Y es que Carpenter logra condensar, no pocas veces de forma deslumbrante, el desasosiego, la melancolía y la dolorosa fatalidad de una generación, la de los 60 —la suya—, en el momento de despedirse de la adolescencia, en apenas 150 páginas. Nada sobra y todo pesa en La promoción del 49. Las decisiones, impulsivas, temerarias o razonadas, que este puñado de jóvenes están a punto de tomar van a marcar su destino para siempre.

El relato coral, compuesto por 24 capítulos, funciona con loable precisión hasta prácticamente el final de la novela —quizá alguno de los relatos finales, al centrarse en personajes que apenas habían tenido protagonismo anteriormente reste fuerza al extraordinario último episodio, casi un escalofriante epitafio—. Los jóvenes alumnos del instituto Adams en Portland, Oregón —donde Carpenter estudió—, afrontan su último año en medio de la incertidumbre, la frustración y deseos. También con la sombra de la guerra. Hasta una treintena de historias personales, diseccionadas a golpe de escalpelo, y que se lee como si uno tuviera en sus manos el anuario de esa promoción, muchos años después de ese crucial momento. Cuando la realidad es ya completamente irreversible y las historias, mero recuerdo.

De una intensidad apabullante, es como si a la entrañable pero probablemente algo ñoña American Graffiti le hubiera metido mano la desencantada e inapelable pluma de Richard Yates. Uno puede sentir el vértigo que da la obligación de asumir la responsabilidad —las historias de Clyde Marriman y Lew Heller son tan reales como terroríficas—, o sufrir la angustia social de muchachos —Tommy German— y muchachas —Sissy Rysdaal, Anne Tressman, Janet Satterlee—, profundamente solos, pese a, en apariencia vivir una vida repleta de fiestas, borracheras, el descubrimiento del sexo, fraternidades y bailes de instituto. Vive deprisa. Deja un bonito cadáver.

Don Carpenter radiografía sin aspavientos —sin heroísmos, por favor, que diría el gran Raymond Carver— y con una claridad y sencillez de estilo desarmantes, a su generación. No escatima ser cruel cuando el momento lo requiere, como en el brutal episodio Una tal Alice. Es imposible ser capaz de decir tanto sobre lo efímero de la existencia, lo vacuo del recuerdo y lo inmisericorde que puede ser el ser humano, sobre todo en grupo, en menos de una página. El destino fatal, incluida la muerte está a la vuelta de la esquina. Encontrar sentido a la vida no es es nada fácil. ¿Se hace madurando o a costa de perder la inocencia? Como solo los grandes escritores hacen, no nos da su respuesta, sino que la deja abierta a nuestra interpretación. La promoción del 49 debería ser lectura obligatoria para pasar de curso. Ese complicado curso que es la vida.