Nighthawks, la extraordinaria e icónica creación de Edward Hopper. La soledad y al mismo tiempo el extraño, a todas luces falso y efímero confort -para el bebedor- de la barra de bar. El propio autor utiliza la referencia en una de sus historias. Es un lugar recurrente de la literatura – inmediatamente pienso en grandes malditos como Bukowski o Fante-, pero que aún resulta estimulante, si como en el caso de La Mitad de lo que Quisimos Ser se le intenta dar una vuelta de tuerca, una relectura tan juguetona como sugerente. Y musical.

Y es que Martínez no nos cuenta “una sola” historia de barra de bar, sino infinidad de ellas, la mayoría de piezas de esta colección. Es el lugar donde deambulan espíritus de todo tipo: penitentes, desesperados, canallas, desamparados, modernos con serios problemas de ego e incontinencia verbal, aves de rapiña… Una fauna sobre la que el autor, un narrador a veces voyeur, otras incluso parte, se apoya para especular acerca de vidas ancladas, a la deriva o desoladas, en una colección de relatos breves que funcionan como polaroids, viñetas, esbozos de los Mediavida, en mayor o menor medida, cada uno de nosotros. Nosotros y nuestros secretos. Alguien diría también nuestras miserias.

No todas las historias funcionan, y el resultado es dispar en cuanto a colección de relatos propiamente dicha. Pero, en cambio, es brillante en lo que se refiere al poso que deja el libro. Es una obra impresionista, donde se acumulan los rasgos humanos, sus torpezas y decepciones, junto a las situaciones que más bien parecen callejones sin salida. Además, hay que reconocerle el mérito del notable riesgo asumido, ya que el género, de por sí complejo -e injustamente menospreciado en nuestro país- adquiere todavía mayor dificultad dada la escasa duración de los veinticuatro relatos aquí comprendidos. El ejercicio de condensación es loable, haciendo que los momentos más brillantes, como por ejemplo Ella Se Está Meando o Migraña adquieran la precisión del púgil justo en el instante antes de asestar el golpe definitivo. Cuando Martínez logra golpear al lector, lo noquea. Lean Pilar, Pilar, Te Quiero, ¿No lo Ves? y seguro que me entienden. El dedo en la llaga. Y hay muchas llagas.

Y luego, cada relato tiene una puntilla, una suerte de epitafio musical, con el que Martínez parece decirnos que no solo todos tenemos una historia. También tenemos una banda sonora, incluídos los músicos, de Ottis Redding a Jackson Browne, de AC/DC a Franco Battiato, de Wilco a Juli Bustamante, responsables de condensar en tres o cuatro minutos las múltiples emociones que el autor recoge en sus historias. A fin de cuentas, todas las canciones hablan de mí, de nosotros ¿verdad?

A continuación, contamos con el propio autor del libro, Miguel Martínez, para seguir hablando de bares, miserias, canciones y relatos.

La primera es obligada, ¿qué bebe habitualmente Miguel Martínez en un bar?

Mi bebida favorita de supervivencia es el agua. De ella venimos. Y la de vivencias, el vino. Pero en los bares sale caro hartarse de vino, o incluso quedarse medio a gusto, así que suelo tomar algo de vermú a la hora del ídem y luego, básicamente, cañas, a poder ser lo que tienes que definir cuando la pides como «cañita», al menos en Barcelona, para que te pongan delante de la cara una de esas grandes copas, que son pura inflación líquida. En las «wee wee hours», que diría Chuck Berry, el tequila puede llamar a la puerta.

Los personajes de sus relatos, ¿viven o se esconden en los bares?

Bueno, no todos los relatos pasan en bares, aunque hay unos cuantos, bastantes, que sí. En esos casos, la mayoría de los que aparecen diría que utilizan el bar más bien como refugio, y no tanto como un escondite. Porque muchas veces vivir ya es eso, buscar refugio en algún lugar. Arrimarse a algo o alguien que te dé calor y seguridad contra los dolores de cabeza que provocan los trajines diarios, y contra la soledad, que cuando se presenta sin que la hayas invitado es muy mala. Los bares desempeñan en muchos casos esa función, podríamos llamarlo servicio social.

Ni uno solo de los relatos tiene un final optimista, ¿no hay esperanza para los que deambulan por el Bulevar de los Mediavida?

No sería tan drástico, creo que también hay optimismo en varios finales. Marchando un par de ejemplos (con spoiler). En el titulado Pijos de mierda la pareja protagonista, por llamarla de alguna manera, se va a casa a follar, y pinta que van a echar un polvo fabuloso. Finales más optimistas que ese pocos se me ocurren. En el de Pilar, Pilar, te quiero, ¿no lo ves? la mujer que se sube al taxi anula la cita que tenía esa noche con un posible nuevo amante, con quien había quedado tan solo porque no se parecía al mierda del último que tuvo, gilipollas y encima impotente. Decisiones mejores que esas, para tantas mujeres solteras pero suficientemente preparadas que hay hoy en día en busca de refugio (ver respuesta anterior), pocas se me ocurren tampoco. (Nota del entrevistador: insisto que de optimismo poco, una vez el polvo se acabe…)

Los relatos que más impactan, en mi opinión, son los que hablan del corazón, como el tremendo Pilar, Pilar, Te Quiero ¿No lo Ves? ¿Es todo lo que leemos en ellos pura ficción?

En todos los capítulos se mezcla realidad y ficción, pero gana la realidad por goleada. Sería algo así: se coge un buen trozo de madera (la realidad), y se lija, barniza, etcétera, pero solo lo justo, sin pasarse con la carpintería (literatura), para que quede más presentable, para que entre mejor por la vista. El objetivo: que quien lea eso no se quede con la copla de la reforma (ficción), que el carpintero parezca invisible, aunque lógicamente está ahí (es quien ha juntado las palabras), y que se vaya directamente, de cabeza, a la realidad de la historia. En ese que dices, el de Pilar, Pilar…, hay un par de realidades entrecruzadas, la ficción solo las ha cosido y dado luego una mano de pintura para que no se noten las costuras. Es algo que pasó, lo que se cuenta ahí. Y sobre lo que dices del corazón, me da la sensación de que del corazón hablan todos los relatos, el corazón siempre está presente en casi todo lo que hacemos o dejamos de hacer. Es lo que he dicho un par de preguntas más arriba sobre lo de buscar un refugio en algo o en alguien que te dé calor. Según Pete Seeger, en el fondo todas las canciones son canciones de amor. Pues algo así.

Hay varios dardos envenenados contra “los modernos» en el libro, ¿fauna especialmente indeseable?

Tan indeseable como cualquier otra fauna indeseable, ni más ni menos. Viviendo en Barcelona es inevitable, según por donde te mueves, tropezarse o cruzarse con ellos, los modernos. Es lo normal: a más mierda, más moscas. Y como la superficialidad, el postureo, el software en la sangre, aquí gozan ahora de mucho prestigio, pues ahí están las moscas modernas, revoloteando.

Tampoco se escapa una cierta crítica socio-política a Barcelona y a la situación en general del país, ante la cual sus personajes son “actores pasivos”, sufren sus consecuencias digamos “en silencio”. ¿Cree que la sociedad actual también lo es?

La sociedad, término demasiado ancho, por cierto, pero que vamos a aceptar como animal acuático, está muy apaleada. Los ciudadanos no es que sufran las consecuencias en silencio por gusto, porque son así de duros o por apatía, como si tuvieran hemorroides y pasaran de medicarse y las soportaran apretando los dientes en casa. Los ciudadanos, muchísimos de ellos, van por la vida con un cáncer dentro. El que les han inyectado los bancos, los gobernantes, el corporativismo esquilmador. Porque socio-políticamente estamos en ese plan, pidiendo quimioterapia.

¿Qué vino primero, los relatos o la “banda sonora” de cada uno de ellos?

Primero los relatos, que fueron el mulo. Y la banda sonora, el arado.

Y por último ¿Cuál sería la canción-banda sonora de Miguel Martínez?

Uf, eso es muy complicado de responder. Habría que pensar mucho. Así que como he respondido con el disco Civilians de Joe Henry sonando de fondo, pillaré una canción de ahí. Como si esta pregunta la contestara el destino. Pongamos Civil Wars, con ese final tan bonito: «Cada verdad arrastra su culpa y cada luz revela algo de vergüenza. El progreso cabalga con ladrones y putas, los polizones de una guerra civil«. Por cierto, ese disco, Civilians, tan bueno, recibió un 5,9 en la web Pitchfork, allá por 2007. Lo recuerdo por si esto lo está leyendo algún moderno.