«No hay tal cosa como la paranoia, la realidad siempre es mucho peor de lo que te imaginas».

Hunter S. Thompson

Hunter Stockton Thompson es uno de mis héroes literarios. Así que el rescate de este La maldición de Lono —inédito en nuestro país, o durante mucho tiempo no he sabido encontrarlo—, de la siempre inquieta mano de Sexto Piso era una de esas lecturas obligatorias de esta primavera. ¿El «buen Doctor» en Honolulú? ¿Vacaciones —muy bien— pagadas? No en manos de Hunter. Bienvenidos a Bastante miedo y algo de asco en Hawái. Otro reportaje imposible y demente del periodista más kamikaze de la historia…

Con la excusa —técnicamente, el encargo— de cubrir la maratón de Honolulú para la revista Running, Hunter y su amigo e icónico ilustrador de sus fechorías literarias Ralph Steadman aterrizan en otoño de 1980 en el paraíso perdido en medio del Pacífico. Pero el conocedor de la obra del «señor Gonzo» ya sabe que el viaje no va a tener nada de plácido. Y menos cuando el libro se ha abierto con una turbulenta cita de Rudyard Kipling, un fragmento de las Cartas desde Hawái de Mark Twain —el socarrón por excelencia de las letras estadounidenses—, primera referencia a ese Dios nativo y pendenciero que responde al nombre de Lono, y la descacharrante misiva de nuestro reportero preferido a su colega británico, no sólo para convencerlo de que le acompañe, sino para exponerle su «plan perfecto» para ganar la carrera. «Creo que esta vez nos ha tocado un pardillo, viejo amigo. Un gilipollas al que apellidaron Perry en Oregón nos quiere regalar un mes en Hawái por Navidades…». Hunter en estado puro. Sonrisas tamaño XXL de un servidor.

A partir de aquí, La maldición de Lono se revela como una desquiciada y surrealista aventura marca de la casa del de Kentucky. Aunque comparada con trabajos previos, podemos decir que Hunter está algo más comedido, tenemos de todo: brazos azules en el avión, 2490 petardos chinos, riadas de alcohol, pesca deportiva que acaba en una versión esquizoide de Moby Dick, diluvios universales y oleajes terroríficos, conducción temeraria de Ferraris, mescalina, lesiones, millones de pulgas, el capitán Cook y la leyenda de Lono reencarnada en un plumilla enfebrecido… De turismo con Thompson, el exotismo y las aventuras adquieren un «ligero» matiz delirante y peligroso.

La maldición de Lono es una novela extraña, puede que incluso algo incoherente, ya que es cierto que, en ocasiones, la narración se deslavaza, dando la impresión que su autor se ha perdido entre desvaríos, mitología local, e «historietas» que pierden fuelle a medida que avanzan. Sin embargo, también es intrigante, debido a que tras su aparente liviandad e hilaridad, encontramos una retorcida «vuelta de tuerca» a una cultura atávica que se revela corrupta —uno de los capítulos lleva el inequívoco título de ¿Por qué nos mienten?— y grotesca. Y describir lo grotesco, el absurdo del Sueño Americano es precisamente algo que Hunter ha hecho mejor que nadie en las letras norteamericanas. Y este Hawái de meteorología inclemente y timadores profesionales que claramente afecta a nuestro escritor-protagonista, al mismo tiempo proporciona a Thompson material más que suficiente para crear otro episodio de lo que es el cuerpo de su obra literario-periodística en su conjunto: mostrar, cuál espejo deformado y no obstante real, el reverso de la idea, «el mito de los Estados Unidos».

Además, no hay texto del Doctor Gonzo que no esté salpicado de fragmentos memorables. Aquí, entre muchos pasajes, hay un capítulo entero, La generación maldita, absolutamente sublime, en el que Hunter empieza contándonos de la jornada de la maratón, con su corrosiva y acerada pluma:

«¿Por qué corren esos mierdosos? ¿Por qué se castigan de un modo brutal, si no hay premio alguno? ¿Qué instinto enfermizo empuja a ocho mil personas supuestamente inteligentes a levantarse a las cuatro de la madrugada y recorrer cuarenta y dos kilómetros rompepelotas por las calles de Waikiki, dando tumbos a toda pastilla, en una carrera donde menos de una docena tiene alguna remota posibilidad de ganar?».

Para, a continuación, pasar a hablar de los motivos que les trajeron a Steadman y a él a Hawái, en lo que acaba siendo una disección no sólo de su profesión sino de todo su país:

«Corre por tu vida, colega, porque es lo único que te queda. Las mismas personas que quemaron sus tarjetas de reclutamiento en los sesenta y se perdieron en los setenta ahora se han puesto a correr». […] ¿Por qué tuvimos que venir a lo que antes se llamaba «islas Sandwich» para soportar una especie de ceremonia de lerdos dónde ocho mil ricos se torturan a sí mismos en las calles de Honolulú y lo llaman deporte? Bueno… Hay un motivo. O al menos lo había cuando acordamos venir. El Fata Morgana».

«El periodismo es un billete para una atracción, para sumergirse en persona en las mismas noticias que otros ven por la tele… y está bien, pero no paga el alquiler, y los que no puedan pagar el alquiler en los ochenta lo van a pasar mal. Ésta es una década muy jodida, un brutal trituramiento darwiniano, y no será una época agradable para los autónomos».

Solo por esas siete páginas habría que celebrar la existencia de este libro. Leerte siempre será necesario, Hunter. Más aún cuando, en pleno siglo XXI, el candidato a la presidencia del Partido Republicano es un energúmeno multimillonario con todas la letras. Y siempre será un verdadero placer.