Tan solo tres actos, pero mucho que contar. La Hipoteca de Nuestra Vida o Sólo un Milagro es, desde su ya revelador título completo, una nueva vuelta de tuerca a la crisis, o mejor dicho, la gran estafa -no solo americana, sino universal y capitalista- a la que estamos siendo sometidos.

Es una obra de teatro, pero también podría ser una nouvelle en que el detalle se encuentra en el diálogo y se ha eliminado todo lo superfluo, una comedia costumbrista –Rafael Azcona es una referencia clara– que se va tornando cada vez más negra, o un documental, breve en su duración, pero poderoso en su concepción y desarrollo.

Creada en 2008 –su tardanza en ser publicada es otro ejemplo más del trato que recibe el arte en España, más si es crítico–, La Hipoteca de Nuestra Vida sorprende por adelantarse a los oscuros tiempos que vivimos, por su audacia expositiva bajo la apariencia de sencillez formal. Óscar y Cristina son una pareja de jóvenes cumpliendo todos los tópicos que nos dicta la sociedad: matrimonio celebrado por todo lo alto, claro está, piso de compra –¿recuerdan la expresión “burbuja inmobiliaria”?, bien, entonces se llamaba motor económico y era nuestra “marca España”, tocho y turismo–, y la ingenua idea de que prosperar era sencillo.

Exceptuando la exagerada inocencia de los personajes sobre este último aspecto –España y paro son sinónimos, ni en los años más boyantes de las democracia hemos bajado del 10 por ciento– en lo demás, Viñolo y Lloret han “clavado” el retrato de una sociedad que se había construido un castillo… de naipes, al que una racha de viento llamada crisis –corrijo, estafa– se llevó por delante y que difícilmente se podrá a volver a construir.

De la cuchufleta, la sátira liviana y vodevilesca –borracheras, noche de bodas fallida, docenas de personas apareciendo por el pisito incluyendo una madre chismosa y entrometida, strippers, cobradores del frac, Papa Noel, un cura, etc–  se pasa al drama, primero incipiente y luego palmario: sin trabajo, sin dinero, sin futuro, endeudados. El valor fundamental de esta obra, para nada baladí, es señalar que junto a mafiosos, especuladores y timadores profesionales, hay otros responsables de la situación en la que estamos: nosotros mismos, los Óscares y Cristinas de éste país, irresponsables borregos que nos dejamos engañar y hemos vivido en la mentira. En este sentido, La Hipoteca de Nuestra Vida es un lúcido bofetón para recuperar la cordura. Que buena falta nos hace.

Completando el artículo, a continuación entrevistamos a Carmen Lloret, coautora de la obra.

¿Cómo surge la idea de esta obra? No sois economistas pero con ella os anticipasteis al inicio y a la actual situación de crisis.

No, no somos economistas (risas). Creo que no era necesario ser economista para ver lo que se nos venía encima. De hecho, un conocido mío, licenciado en económicas se compró un adosado en lo alto de un monte un año antes de que empezara la crisis. Le costó casi 90 millones de pesetas. Me dijo que su casa era una inversión. En fin, nosotros vimos lo que cualquier persona con ojos en la cara podría haber visto. Desde finales de los años noventa se hablaba de que la burbuja inmobiliaria iba a explotar. España llegó a tener un crecimiento del 3% y la mayoría de personas cobraban sueldos tercermundistas, pero querían vivir como aristócratas. La situación no podría sostenerse durante mucho tiempo. Para ser sinceros, no pensamos que la crisis llegara tan pronto. De hecho, acabamos La hipoteca de nuestra vida justo una semana antes de que la crisis económica llegara a España.

¿Son Óscar y Cristina sólo ingenuos o decididamente irresponsables? ¿Nos han engañado a todos o nos hemos dejado engañar?

Supongo que hay un poco de las dos cosas. Bueno, yo no diría que son «decididamente» irresponsables, sino más bien que no sabían lo que hacían o que no eran conscientes de lo que podía pasarles, si las cosas empezasen a torcerse. Óscar y Cristina son dos jóvenes, que tenían las ilusiones de casi todos españolitos: comprarse una casa, un coche, casarse, irse de viaje de novios lo más lejos posible. Y cometieron el error, como la mayoría de la gente de este país, de no pararse a pensar, ni siquiera un minuto, en el futuro. Eso es algo muy español.

Para mí uno de los puntos fuertes de la obra es que se pasa de la farsa a una realidad bastante cruda, pero sin abandonar el elemento humorístico ¿Por qué os decantasteis por el tono satírico?

Lo cierto es que no nos planteamos el género, sino que la historia nos llevó a él. La hipoteca es una tragicomedia, en la que se pasa del humor más hilarante, de esos que ya no se ve en los escenarios, a la tragedia más cruda: el futuro incierto de esta pareja de recién casados, que, lamentablemente, es el mismo de muchas personas en este país. También hay que tener en cuenta que escribimos la obra antes de que empezara la crisis. Supongo que, de haberla escrito hoy, no habríamos tomado el mismo camino. No habríamos hecho algo con dos actos tan divertidos. Es algo con lo que se encontrarán aquellos que se atrevan a escribir sobre lo que está pasando – espero que no seamos los únicos – . La situación ha cambiado, al igual que la manera de pensar de la gente. Ahora es todo drama.

El libro acaba de una manera negrísima y nos deja con ganas de más. ¿Que pasaría en el cuarto acto?

El cuarto y quinto actos están escritos, son Joana Niemand y The Seer, dos tragedias que escribí tras La hipoteca. Son, en cierta manera, su continuación. Joana Niemand, cuenta la historia de una mujer normal y corriente que, por circunstancias de la vida, lo pierde todo y acaba mendigando en la calle. Ante esta situación, se mueve entre la locura y la cordura. The Seer, aborda la posibilidad de la supresión de las jubilaciones y, con ello, la pérdida de la libertad y la dignidad humana.

¿Crees que la situación en España tiene solución? O como bien decís en la obra, ¿sólo cabe esperar un milagro para los Óscares y Cristinas de este país?

El milagro es la toma de conciencia por parte de los personajes, que se da en el último acto. Por desgracia esta toma de conciencia se da en Óscar, pero todavía no se ha dado en los españolitos. Cuando la clase trabajadora tome conciencia de que lo es, y no se avergüence de ello, estaremos frente a un milagro. Cuando sepa que exigir un estado social no es de miserables, sino todo lo contrario, entonces las cosas empezarán a mejorar. Si no, a lo único que podremos llegar es a poner parches que nos llevarán, de nuevo, en veinte o treinta años, a una situación similar.