Hourra! Tras los Elefantes rosas, la estupenda biografía de Serge Gainsbourg, los amigos de Expediciones Polares vuelven a traernos otro pedazo de historia de la música francesa, en esta ocasión con La desesperación de los simios… y otras bagatelas, las memorias de Françoise Hardy. Si esta es la confirmación del nacimiento de una colección —Psycho Beat!— dedicada a los sonidos e iconos del pop de nuestro vecino del norte —¿o irá más lejos?— en Indienauta lo celebramos efusivamente. Primero, por demostrar que hay vida más allá de Beatles y Stones. Segundo, debido a que la editorial donostiarra publica libros no sólo impecables, sino realmente hermosos. Tercero, porque uno empieza a sospechar que si detrás del libro anda Fernando Cabrerizo, autor de Gainsbourg e intachable traductor de éste, el «asunto» no puede salir mal. Y, lo más importante, porque las obras publicadas hasta el momento se «salen» de los más que limitados parámetros habituales de las memorias musicales.

Aparecida en Francia en 2008 con gran éxito de ventas y crítica, la autobiografía de Françoise Hardy es, desde su propio y alambicado título, una obra «extraña» dentro del género. La cantautora, actriz y modelo, mito de la «ola ye-yé» de los 60 —sus meteóricos comienzos, a raíz del bombazo de Tous les garçons et les filles, su primer sencillo con apenas dieciocho años— y la chanson française en una carrera tan longeva como difícilmente encasillable, nos ofrece el proverbial recuento de discos y grabaciones de toda índole, anécdotas y situaciones «curiosas» con otros artistas y personalidades famosas, de Paco Rabanne a Brian Jones, de Nick Drake al escritor Michel Houellebecq, del político Hubert Védrine a Bob Dylan —la mejor de las historias, el bardo de Minnesota le ofreció escuchar antes que nadie Just Like a Woman—. Pero ese no es el eje de este libro. En absoluto.

Hardy se ha tomado «muy en serio» estas memorias, narradas con pulso y una implacable precisión, incluso frialdad, teniendo en cuenta los dramas con los que lidia. Y ha decidido poner toda la carne en el asador, exponiéndose de una forma sumamente inusual. Pongamos, por ejemplo, el ya mencionado encuentro con el fallecido guitarrista de los Rolling Stones, que también incluyó a la actriz y entonces pareja de Jones, Anita Pallenberg. Hardy no cuenta esa historia para mostrarnos con que estrellas ha llegado a codearse. Sino para decirnos que sus habilidades sociales o, digamos, de ligoteo, eran nulas, ya que no llegó a enterarse que, quizá, le estaban proponiendo hacer un trío. En ese sentido, La desesperación de los simios… es una autobiografía que nos habla, sobre todo, de Françoise Hardy, la persona.  

Y Hardy es un ser humano —como todos— repleto de cicatrices y contradicciones. Profesionales, con la música convertida tanto en su instrumento de realización personal, obvio sustento y válvula de escape existencial, pero también en una fuente de dolorosas pérdidas —el propio Serge Gainsbourg entre ellas—, frustraciones constantes —retirándose de los escenarios desde finales de los 60— y, alimentado por su falta de dotes sociales, un cierto complejo de inferioridad —muy crítica con ella misma, nos confiesa lo duro que le resulta escuchar sus primeros trabajos—. Familiares, sin prácticamente figura paterna, una madre en cambio siempre presente, en exceso, en su vida, y una hermana enferma, terriblemente problemática. Y, especialmente, sentimentales, con la retorcida relación —es un eufemismo muy generoso, a mi juicio es deprimente, ejemplo de lo que no debería ser— con el artista Jacques Dutronc, en absoluto primer plano durante todo el libro.

Sin miedos a «mostrar demasiado» y sin pelos en la lengua, Hardy se mete en varios «jardines». Algunos estrictamente personales, negándose a ver o responsabilizarse de su esquizofrénica hermana para no «desestabilizarse emocionalmente». Culpando a su madre de problemas de índole doméstico en su relación con Dutronc. No obstante, otros son sencillamente innecesarios, de difícil explicación. Es una «cuñada» de manual en términos políticos, admitiendo que ha vivido ajena a esta toda su vida para, a continuación, compartir con nosotros su opinión —de mierda, que dirían Los Punsetes— con burradas de todo tipo.  Así, pontifica acerca de la falsa importancia del mayo del 68 —que a ella le cogió de vacaciones, lejos de París, para más inri—, incomparable a su juicio con el asesinato del senador Bob Kennedy —que una francesa diga semejante sandez y se quede tan ancha—. O asegura que su generación había conocido tiempos más pacíficos al enterarse del 11-S —¿y Vietnam, Chile, Nicaragua, El Salvador, Panamá, Afganistán, Irán-Irak, Yugoslavia, Zimbabwe, etc?—. O calificar a Mitterrand como comunista —sin palabras—. ¡Ah! El hipócrita y eterno conservadurismo francés, perfecto para abortar cuando el rico lo necesita, raudo en votar a Le Pen cuando los refugiados, venidos de tus ex colonias, se acercan a tu puerta, ¿verdad?  

Es obvio que a un servidor Hardy no le ha caído demasiado bien. Pero eso no le resta un ápice de potencia o interés a La desesperación de los simios… y otras bagatelas. Casi 400 páginas de idas y venidas, triunfos y miserias, de una artista «abierta en canal», ahora inclemente y lacónica, luego vulnerable. Dispuesta a ofrecer al lector un sincero message personnel. Unas memorias arriesgadas, realmente valientes.