¿Qué pasaría si una enfermedad mortal asolase la tierra aniquilando a la mayoría de la población?, ¿qué sucedería si perdieses al amor de tu vida y todo tu mundo se desmoronase? Es en ese panorama apocalíptico donde Peter Heller desarrolla su primera novela La constelación del Perro, que el buen ojo de Blackie Books ha convertido en todo un fenómeno de ventas y críticas en España, logrando que desde su aparición a finales de 2014 hasta hoy se hayan vendido más de 5.000 copias de la novela y ya tengamos en nuestras manos una segunda edición.

A decir verdad, tenía bastantes reparos con este libro. Principalmente, porque uno no es muy fan de la ciencia ficción y la temática apocalíptica le parece algo explotado hasta la saciedad, siendo actualmente territorio habitual de zombis y series que —en mi opinión— tienen poco de memorables. Además, ya sé que voy contra la corriente, pero La carretera de Cormac McCarthy, con la que se le compara hasta la saciedad —The Times la definió “como La carretera pero con esperanza”— no es santo de mi devoción. Afortunadamente, aunque la barbarie y desolación estilo McCarthiano están bien presentes, en La constelación del Perro hay algo más, algo suficientemente rico y atractivo como para que alguien ajeno al género se enganche.

Heller nos sitúa en un planeta azotado por una misteriosa gripe aviar africana, que ha matado al 99% por ciento de la población afectada, y nos propone una especie de western futurista enclavado en Colorado, al pie de las Montañas Rocosas. Allí, entre el horror y la miseria nos encontramos con Hig, traumatizado superviviente de la tragedia, viviendo en un antiguo aeropuerto junto a su perro Jasper y un vecino llamado Bangley, exmilitar completamente chiflado por las armas y polo opuesto con quien está condenado a entenderse. Por necesidad y, sobre todo, frente la amenaza de los invasores, ante la que muestran reacciones radicalmente encontradas.

Así, mientras a Hig le reconcomen los remordimientos cada vez que defienden su pequeño territorio, Bangley es capaz de matar sin pestañear. Y es que La constelación del Perro nos plantea —sorprende que un autor esté dispuesto a sacrificar el ritmo de su obra para exponer diatribas morales, soliloquios varios y planteamientos filosóficos sobre la existencia— uno de esas dilemas eternos: ¿qué sucedería sino hubiese un Estado y una sociedad con límites jurídicos y morales?, ¿seríamos lobos o seríamos civilizados? Heller lo tiene claro y apuesta por una situación totalmente hobbesiana: seríamos despiadados, brutales, y lucharíamos hasta la extenuación por la supervivencia, aunque esta signifique vivir en un planeta agonizante y enfermo.

Hig es un personaje atormentado, incapaz de distinguir entre sueños, recuerdos y realidad, lo que formalmente afecta a la lectura de la novela, que a veces se hace lenta y farragosa, ya que Heller nos zambulle una y otra vez en los pensamientos de nuestro particular cowboy. Pero, al mismo tiempo, es coherente con lo que el autor nos quiere explicar, porque sobrevivir no significa ser capaz de olvidar, despegarse de los recuerdos y todo aquello que se ha perdido. Únicamente su fiel mascota, el pequeño resquicio que conserva de su vida anterior, mantiene al protagonista en sus cabales. Desgraciadamente, Jasper también fallece y será en ese momento donde veremos al personaje principal quebrarse definitivamente. ¿Qué le impulsa a seguir viviendo?, ¿por qué él consiguió mantenerse con vida y el resto no? Demasiadas preguntas para las que Hig no tiene respuesta…pero por las que vale la pena arriesgarse.

Así, en un desesperado intento por encontrar el sentido a su existencia, Hig decide abandonar el aeropuerto y adentrarse en lo desconocido —paramos aquí el spoiler— en busca de una posible señal de vida humana. Es en este punto donde el libro da un giro completo, yendo claramente de menos a más. En su tramo final, La constelación del Perro se acelera y aumenta sus revoluciones, su ritmo, a medida que nuevos personajes se incorporan, tramas y sucesos acontecen y algunas de las preguntas planteadas son desveladas. Pero Heller no se conforma con una conclusión “redonda” donde todos los cabos quedan bien atados, sino que nos invita, de forma asombrosa, a replantearnos lo que habíamos leído hasta el momento e, incluso, reflexionar sobre nuestro etnocentrismo y cerrazón mental como sociedad. Quizás necesite demasiadas páginas para llegar a su destino y el ritmo a veces se resienta pero, para quien escribe, La constelación del Perro es un notable ejemplo de hasta donde se puede llegar, incluso en géneros tan manidos como el apocalíptico, tratado hasta la extenuación, con un planteamiento ambicioso y ganas de desafiar al lector. Jugosa lectura.