Hasta ahora, Kurt Vile siempre ha salido airoso de sus lanzamientos musicales, en los cuales ha ido repitiendo su fórmula con bastante acierto y talento. Bordeando esa fina línea que hay entre el aburrimiento y la genialidad, nos ha dejado algunos trabajos sobresalientes, pero estaba claro que, tarde o temprano, tenía que llegar el día (o el disco) en el que esa fórmula le dejará de funcionar. Y bueno, al menos ha durado siete álbumes, si contamos su colaboración con Courtney Barnett, claro.
“Bottle It In” es un trabajo excesivo, en el que encontramos un par de canciones que sobrepasan los diez minutos, otra que se acerca a ese minutaje, y otra que llega a los ocho. Nada más y más y nada menos que 78 minutos en total donde hay lo de siempre. La dejadez y la pereza características de Vile siguen siendo las protagonistas, y casi me atrevería a decir que se podrían intercalar las canciones de este trabajo con las de los dos o tres anteriores sin que nadie se diera cuenta. Lo que hace que escuchar este disco al completo casi se convierta en toda una proeza.
Con una duración tan excesiva, es fácil encontrarse con algunos momentos en los que sí salen a la luz los destellos de genialidad de sus anteriores trabajos. Es el caso de ‘Loading Zones’, esa canción que abre el disco reclamando más zonas de aparcamiento gratis. Es un clásico single de Kurt Vile, pero al menos, ahí, no hay perdido el toque. Como tampoco lo ha perdido en ‘Yeah Bones’, el corte más acelerado de todo el álbum, y un pequeño oasis entre tanto ritmo pausado. Tampoco ha perdido el talento para hacer buenas versiones, como es el caso de la luminosa ‘Rolling With The Flow’ de Charlie Rich, en la que, incluso, cambia esa dejadez que suele tener a la hora de cantar, y nos deja un tema bastante pop. Y bueno, para ser generosos, podemos decir que tampoco le sienta mal ponerse algo más crudo en ‘Check Baby’, o celebrar la amistad y el amor en la juguetona ‘One Trick Ponies’.
El problema de “Bottle It In” es que, cuando quiere experimentar, no sabe en qué momento terminar. Es el caso del tema titular, donde ayudado por la batería de Warpaint y por los coros de Cass McCombs, nos deja un tostonazo de más de diez minutos, en el que lo más relevante es el ligero toque electrónico que la envuelve. Un tedio que también aparece en ‘Mutinies’, donde se supone que una de las guitarras que suenan es de Kim Gordon, pero da igual, porque tampoco pasa mucho en sus casi seis minutos, y solo consigue funcionar cuando entran los teclados, pasados ya los cuatro minutos de duración. Eso sí, al César lo que es del César, y en ‘Come Again’ sí que podemos decir que le ha quedado bien eso de fusionar el banjo con las cajas de ritmos. Casi es de lo mejor del álbum. Lástima que, inmediatamente después, en ‘Cold Was The Wind’ y ‘Skinny Mini’, vuelva a irse por las ramas.
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