James Patrick Page, el «príncipe de las tinieblas» del rock, ha cumplido 75 años en lo que llevamos de 2019. Y, coincidiendo con tamaño aniversario, Libros Cúpula ha publicado Jimmy Page: la biografía definitiva, a cargo del veterano periodista, novelista y presentador británico Chris Salewicz. La historia del líder e icónico guitarrista de Led Zeppelin, además de músico en otro buen montón de proyectos y singladuras, productor, ocultista profesional y mil cosas más —no todas buenas, seguid leyendo—. Excesos, riffs colosales, grandilocuencia —ya desde el mismo, definitivo, subtítulo del libro—, siniestros lados oscuros, luchas de poder, e insondables enigmas. La hipérbole del rock.

Gracias a un ingente trabajo de investigación, apuntalado con una dilatada serie de entrevistas a Page y su entorno, Salewicz arma una biografía notable en su capacidad de adentrarse en las distintas facetas de una dilatadísima andadura musical, además de una personalidad extremadamente compleja, no precisamente conocida por su accesibilidad —otro de los apodos del músico de Heston, suburbio londinense, es el de «ermitaño», ganado a pulso—. En ese sentido, y aún más meritorio, en mi opinión, es que el autor logra entrelazar convincentemente los relatos de una carrera primero prometedora, luego vertiginosa y ciclópea, después trágica y finalmente confusa, con el lado humano, dónde Jimmy Page, el mito y la persona, conviven de forma harto turbulenta y borrosa.

Una perturbación y negrura ya visible desde los inicios, cuando un jovencísimo Jimmy Page, solitario y hermético hijo único, se labrará una meteórica reputación como músico de sesión de inescrutable actitud pero descarado talento —sorprendente teniendo en cuenta su naturaleza autodidacta—, llegando a trabajar nada menos que con los Who o los Kinks, entre muchos otros, previo paso a formar parte de los Yardbirds y, junto a otras dos leyendas de las seis cuerdas, Jeff Beck y Eric Clapton —de hecho, hay un libro interesantísimo ahí, en la confluencia-fricción de las tres estrellas en ciernes durante esa época—, convertirse en una de las figuras del llamado renacimiento del blues rock —blanco— británico de los años sesenta.

The New Yardbirds. De izquierda a derecha: Page, Bonham, Jones y Plant

Ambicioso y sibilino, Page no tardará mucho en quemar otra etapa, haciéndose con los mandos de los New Yardbirds en 1968. La reencarnación del disuelto combo homónimo, rápidamente pasará a ser un proyecto totalmente nuevo, ya con Robert Plant, John Bonham y John Paul Jones, además de otro personaje capital, el vitriólico manager Peter Grant, en sus filas. Nacía Led Zeppelin, con una mayor amplitud de miras estilística, épica, nigromancia y sonidos pesados amalgamando hard rock —proto heavy—, blues, folk y psicodelia en una combinación inédita hasta entonces. Y, con el arrollador surgimiento del grupo, también la leyenda de Jimmy Page, libidinoso e inalcanzable dios de la guitarra y las artes ocultas… El más avanzado y aterrador discípulo de Aleister Crowley —obsesión digna de una película de David Fincher—. El fauno Pan con melena al viento, colocado y viajando a lomos de una vihuela de doble mástil o un arco de violín. Azazel, andrógino y báquico, abandonando su castillo —literalmente— para embrujar a las masas…

Posiblemente la banda más grande del mundo en los setenta —¿quizás Pink Floyd podría disputarles el trono?—, todo en el devenir del «Zepelín de plomo» resultará megalomaníaco, incontenible, extremo. Conciertos, discos y canciones inmortales, que propulsaron a sus creadores al panteón del rock —Page, Plant, Jones y «Bonzo» Bonham son fijos en las listas de mejores guitarristas, vocalistas, bajistas o baterías del género—. Lo arcano y lo salvaje en sonoridades, letras, imágenes y conductas en las que lo esotérico, lo carnal y lo ridículo —¿adultos cantándole a Tolkien?— provocaron fanatismos talibanescos, dionisíacos cultos a la personalidad, y cruentas polémicas, con la prensa siempre en la diana. Y todos los tópicos del rock and roll multiplicados por cuatro, cinco si cuentas al inefable Grant y sus esbirros, pura camorra…

Drogas y alcohol nivel Keith Richards, gañanismo hooligan en hoteles estilo Magaluf, groupies por doquier y comportamientos vejatorios respecto a la mujer que indignarían incluso a congresistas republicanos o de Vox. Tensiones internas azuzadas por egos napoleónicos que, sumados a adicciones y desgracias —particularmente duras para Robert Plant, con un grave accidente y el fallecimiento de su hijo Karac—, harán zozobrar el futuro del grupo. Hasta que la muerte de John Bonham en 1980, trágica y patética a la vez, epítome del tren sin frenos, condenado a descarrilar, que el grupo era, puso la abrupta y triste puntilla. Led Zeppelin, como Ícaro, voló demasiado cerca del sol. La caída del «Moby Dick» del rock sólo podía ser descomunal.

Plant y Page. Foto: Photo de Laurance Ratner—WireImage.

Chris Salewicz podría haber decidido acelerar la biografía a partir de aquí pero, afortunadamente, sabe demasiado bien que el relato sobre Jimmy Page no estaría completo. Porque hay otra historia, imprecisa y quebradiza, que contar. Analizar el malditismo y la decadencia de una imagen demasiado poderosa y, finalmente, falaz. Rastrear en la frustración y el ostracismo premeditado del anacoreta, así como sus posteriores bandazos musicales en busca de la musa perdida. O exponer la apasionante y significativa inversión de roles entre Page y Robert Plant en sus múltiples reencuentros y desencuentros durante las siguientes décadas. El primero como celoso custodio del legado de Zeppelin presto a revivir a «la bestia». El segundo dispuesto a liberarse, incluso huir definitivamente de ésta.

En distintos momentos, especialmente en el tramo final recién mencionado, cuando la trayectoria de Jimmy Page es más discontinua y errática, la biografía cae en una cierta dispersión. Tampoco Salewicz destaca como un prosista demasiado brillante, por lo que la retahíla de giras y anécdotas dispares puede llegar a convertirse en farragosa, sobre todo si uno no es demasiado conocedor o seguidor de la discografía de Led Zeppelin. Sin embargo, la honestidad de la obra, decidida a hurgar en la —muy abundante— cara menos amable tanto de la banda como del propio biografiado, proporciona al lector constantes alicientes para seguir avanzando.

Y es que, ya sea por los méritos, los vicios, las contradicciones o los misterios por resolver, la vida de Jimmy Page, hoy una especie de superviviente cuya figura el tiempo se ha encargado de restaurar —imposible que no te caiga bien el venerable anciano de aspecto hippie que hace magia con su guitarra en el recomendabilísimo documental It might get loud, por cierto, ausente en el libro, junto a Jack White y The Edge—, pero todavía inasible, no tiene desperdicio. Como esta absorbente lectura.