Algunos libros son escurridizos, muy complejos de intentar desmenuzar en una crítica. Es el caso de Inocentes y otras, segunda novela en aterrizar en nuestro país de Dana Spiotta —tras Stone Arabia, en la lista de lecturas pendientes desde hace unos añitos—, de la mano de la muy interesante editorial Turner. Un sugerente y extraordinariamente cinéfilo juego de espejos protagonizado por mujeres creadoras de ficción —igual que su autora— mientras las relaciones personales se construyen, se desmoronan o cambian drásticamente. Silencio, se rueda…

Spiotta, escritora celebrada por la crítica y finalista del National Book Award y el National Book Critics Award, nos introduce en las entrañas del cine para, a través del Séptimo Arte —tema capital en sí mismo—, hablarnos de identidad, amistad, creatividad, soledad y las frágiles relaciones humanas, de la creatividad y las ambiciones artísticas. O, lo que es lo mismo, de Meadow, Carrie y Jelly. Tres mujeres «unidas por la cámara».

Superficialmente, Inocentes y otras es la historia de dos grandes amigas que se convierten en cineastas en el Los Angeles de los años 80: Meadow Mori como reputada realizadora de documentales de puro «arte y ensayo», que transitan arriesgadamente por el cinéma vérité, y Carrie Wexler, directora de «comedias inteligentes» de éxito popular. Su evolución, vicisitudes —tanto fílmicas como personales—, distanciamiento… Junto a una tercera protagonista, una mujer llamada Jelly —también Amy y Nicole—, que tras una relación fallida con un phone phreak, un proto-hacker, emprenderá una curiosa actividad: seducir telefónicamente —nada sexual, solo a base de empatizar con el interlocutor— a algunos de los hombres claves del Hollywood de la época.

¿Enrevesado? Mucho. Spiotta mezcla los relatos de las tres mujeres, con estilos y ritmos diferentes —buen trabajo en la traducción de Carles Andreu—, salpicándolos con obras que adquieren importancia en el desarrollo formativos de los personajes —menudo análisis de Barry Lyndon— la disección de las películas de Meadow, casi como si estuviéramos leyendo su storyboard, y artículos que ponderan su trayectoria. Dos ejemplos más. Jelly, su personaje más rocambolesco, parece estar basado en una figura real. Incluso la obra comienza con la alucinante revelación-narración, escrita para una revista de cine, sobre cómo una Meadow aún menor de edad mantuvo una relación sentimental con Orson Welles hasta su muerte. Es una construcción, una ficción, pero el lector se la encuentra nada más entrar en la novela y lo absorbe, descoloca y, sobre todo, le enseña que se encuentra ante un libro donde la realidad y lo verdadero siempre están en cuestión. ¿La vida está hecha de ficciones? ¿Puede el arte hallar la verdad… si es que existe?

La autora presenta una constante y brutal contraposición durante la obra: la del cine como vehículo para encerrarse en uno mismo o como mecanismo para entender el funcionamiento del mundo. Puede ser el elemento que ayuda a construir la memoria, forjar las opiniones y la biografía de cada persona o, al contrario, un mero entretenimiento fugaz y pueril, con el qué matar las horas muertas. Aspira a reflejar el día a día de la forma más hiperrealista pero, a fin de cuentas, es un engaño. Spiotta, a través de sus féminas, nos dice que la cámara puede edulcorar, disfrazar la crudeza o lo que podría resultar desagradable, pero también impactar, indignar y humillar a quienes enfoca o quienes ven la película. El arte, la cámara, no es neutral. Tampoco nuestros actos.

Es cierto que, por momentos, en Inocentes y otras reina la confusión. O, en todo caso, la voluntad de Spiotta de querer ser demasiado críptica en las motivaciones de sus personajes —¿cuál es el conflicto de Carrie en el libro en realidad?— mientras lleva lo más lejos posible su juego entre celuloide y existencia. Tampoco es que el lector pueda establecer una relación de empatía con Meadow, exasperantemente fría hasta casi el último tramo de la novela. En definitiva, no es novela fácil o recomendable para todos los gustos —a fin de cuentas, no hay dos opiniones iguales sobre una película o un libro ¿no?—, sin embargo, la obra es una lectura fascinante, intrigante, riquísima en sus recursos y ambición, tanto formal, como en lo que se refiere a la profundidad emocional. Cada vida es una obra de arte… y un artificio.