Mira que tenía ganas de repudiar este disco. Una horrible portada con un cuerpo femenino desnudo con su pubis cubierto por un fajo de billetes denota algo peor que el simple mal gusto: el mal gusto pretencioso (que el libreto interior cambie los billetes por patatas fritas no mejora la cosa).

Para más “INRI”, Holychild estima necesario aclarar sus objetivos con un texto que no deja espacio para la sutileza ni para la modestia, con lindezas como “Cada palabra que decimos, cada imagen que posteamos, cada sonido que decidimos incluir u omitir es deliberado. Somos conscientes de que algunas de estas elecciones pueden ser provocativas, pero esto es arte. El arte es evocativo”.

Cualquier provocador (o “evocador”) que tenga que avisar de su condición cae en una contradicción un poco vergonzosa, máxime cuando se cuelga la etiqueta de artista antes de que el público decida si lo es, o cuando decide que lo que hace es tan innovador que merece una etiqueta nueva (en nuestro caso, Brat Pop).

Pero luego llega el momento de escuchar la música que ofrece este dúo angelino; y ahí es cuando resulta complicado mantener el muro de antipatía y prejuicios que ellos mismos me habían ayudado a construir. Resulta que esto del Brat Pop, es una mezcla entre el pop más desenfadado que puebla las radios, y esa otra música más cerebral y elaborada que tanto nos gusta a los que escribimos críticas musicales. Según estos parámetros, muchos otros artistas podrían aspirar a la etiqueta, pero vamos a concederles a Holychild el honor de sentirse fundadores de la orden, aunque solo sea por tomarse las molestias de haberla bautizado.

¡Y funciona! Con una producción gruesa y apabullante repleta de ritmos de batería tan quebradizos como bailables, sintetizadores aullantes y todo tipo de trucos del mejor y el peor EDM, el disco no deja respiro ni canción floja. Todo es sumamente disfrutable, tendiendo un curioso puente entre los mundos de Katy Perry, Icona Pop, Lorde, M.I.A, y The Ting Tings.