Afortunadamente, no es la primera vez que arranco una reseña así. Es una satisfacción especial «tachar» a una autora de la lista de pendientes… descubriendo una obra mayúscula. Es el caso de Jane Smiley y Heredarás la tierra, su novela más reconocida, ganadora del Pulitzer y el Premio Nacional de la Crítica, que publica Sexto Piso. Un drama familiar de enjundia y enorme profundidad psicológica que reinterpreta El rey Lear… trasladado a una vida rural crepuscular, en conflicto con la modernidad. No podréis olvidar a los Cook y su granja. 

Nacida en L.A. en 1949, Smiley es una autora prolífica y reputada —miembro de la Academia Estadounidense de las Artes y las Letras desde 2001—, responsable de una veintena de obras entre ficción y ensayo. Creció en Webster Groves, Missouri, licenciándose en literatura en Vassar, NY, a lo que siguieron dos maestrías, una beca Fulbright y un doctorado por la Universidad de Iowa. Tras sus años formativos, debutó con la novela Barn Blind (1980) mientras ejercía como profesora de inglés en la Universidad Estatal de Iowa. Sexto Piso ha publicado La edad del desconsuelo (1987), Un amor cualquiera (1989) y La mejor voluntad (1989), antecesoras de Heredarás la tierra (1991). En 1996 regresó a California donde, desde 2015, imparte escritura creativa en la Universidad de Riverside.

Heredarás la tierra nos sitúa en unas coordenadas muy particulares. 1979. Los mil acres de la granja de la familia Cook, una de las más grandes y prósperas del condado de Zebulon en Iowa. Su dueño, orgulloso labrador y arisco patriarca, es Larry Cook, que ya anciano, decide por sorpresa ceder la propiedad a sus tres hijas, Caroline, Ginny y Rose. Pero ni el reparto —la primera de ellas es apartada del trato—, ni la nueva situación, con el cabeza de familia perdiendo la sobriedad y los estribos, será positiva para el clan. Muy al contrario, abrirá una «caja de Pandora» de terribles secretos, abisales resentimientos y lacerantes mentiras.

El relato de Heredarás la tierra pronto se revela como una tragedia implacable —hay incluso un trasfondo crudo, abyecto— cuyos ecos shakesperianos resuenan no solo en los personajes principales, especialmente en la virulenta pendiente de senilidad e ira de Larry, caído regente de la granja. Si no también en los aires de inexorable fatalismo que rodea al imperio Cook. Un reino antes próspero que ahora se tambalea. Asimismo, epitomiza el signo de los tiempos para una vida en el campo agonizante y que castiga singularmente a las mujeres que lo habitan. No hay sueño americano para esposas, madres e hijas…

Porque la trama es de órdago. Tan de aúpa e in crescendo —¿regla autoimpuesta al revisitar al bardo de Stratford-upon-Avon?— que el fantasma del «culebrón» asoma. De hecho, sin destripar nada, mis únicas dudas respecto a la novela serían el último «requiebro» maligno que involucra a Ginny, así como el diabólico descubrimiento sobre Larry, a mi juicio subrayados algo innecesarios —tanto el giro final de ella como la tiranía de él ya eran manifiestas—, de engorrosa digestión. Opiniones personales aparte, no obstante, el control tanto de la narración como de la tensión por parte de Smiley es total —además, tenemos la suerte que traduce la gran Inga Pellisa—. Un aplomo que le permite explorar las emociones, sentimientos y conducta humanas de forma extraordinaria. 

En ese sentido, resulta formidable el trabajo de creación y desarrollo de los personajes femeninos de Jane Smiley —los masculinos, a excepción de Ty, esposo de Ginny, palidecen en comparación—. Desde el anuncio de la cesión de las tierras, la autora nos muestra distintas reacciones en las tres herederas —algo menos Caroline, alejada de la granja—. Carácteres espléndidamente definidos, reflejo de sus personalidades y circunstancias. Celos, venganza, miedos —a veces, revestidos de buenas intenciones—. Duelos de poder, apetitos sexuales, condicionantes económicos —esos prestamistas que entran y salen cuál vodevil—, mochilas sociales, físicas —el cáncer de Rose—, matrimoniales… Los matices son legión, ningún personaje es heroíco o, padre aparte, villanesco. Absolutamente creíbles.     

Mención especial merece Ginny, nuestra narradora y complejísima protagonista, cuyo arco evolutivo es soberbio. De inicio, la encontramos dócil, ancla familiar pese a los negros nubarrones, solicita ante Ty, Rose y su padre, sólo frustrada por no haber podido tener hijos. Sin embargo, con sutileza y verosimilitud, su rol va cambiando. Smiley nos muestra sus celos frente a su fértil y enérgica hermana —su relación es uno de los motores de la novela—, así como con la «liberada» Caroline. Sentimos su cada vez menos soterrada insatisfacción conyugal. De una trasunta Edna Pontellier de El despertar de Kate Chopin a una versión menos amoral de la Goneril de Lear con una sutileza pasmosa. Magnífica.  

Inteligentísima y acerada, Heredarás la tierra alberga una sabiduría inusual para una novela cuya amenaza de lacrimogenosidad era palmaria. El retrato de una saga quebrándose estrepitosamente para tratar temas como los afectos, la lealtad, el descontento, la manipulación, las apariencias y el peso de los traumas, mientras el escenario, epítome del home sweet home norteamericano, se torna en el campo de batalla de la inevitable derrota. En definitiva, estamos ante un novelón. Qué peligrosas son las propiedades. Y las familias…