Imaginaos. Toda la prensa musical respondiendo de forma unánime. Y no me refiero al pitchforkismo o síndrome de Pitchfork, por el cual un disco/artista/banda es encumbrado como el “no va más” en todos los medios alternativos tras recibir el espaldarazo de esta revista digital… aunque aquí siga sin escucharse. Ejemplos, exigiréis. Fácil, ¿en cuántas listas de lo mejor del año va a salir Carly Rae Jepsen? ¿en serio que ahora mola? Taylor Swift, Lana del Rey, un montón de raperos presuntamente modernos, la lista es larga. Y que conste que no me estoy metiendo con su calidad musical –en algunos casos, para eso necesitaría artículos muy laaargos–. Sino con el efecto “bola de nieve”, el dictamen ajeno asumido ciegamente como propio y la actitud, bastante borreguil, de que “ahora toca escuchar esto”.
En cambio, y ni que sea por una vez, el caso que me ocupa hoy es diferente. Tengo la suerte –sí, la suerte– de reseñar No son tu marido, el flamante disco de Manuel González Moliner y Saray Botella, más conocidos como Hazte Lapón, publicado por El Genio Equivocado –felicidades– que está recibiendo todo tipo de parabienes. Con todo merecimiento. Porqué es un trabajo ajeno a modas, a listas del año o tendencias más o menos fugaces. Pasarán cinco, diez, veinte, cuarenta años y, estoy seguro, seguirá siendo considerando una obra memorable. Las razones no son artificiosas ni artificiales. “Simplemente”, es un triunfo de la forma, el pop, en múltiples y fascinantes vertientes, y el fondo, un tratado de 39 minutos y 49 segundos sobre la angustia vital, cotidiana, palpable, real y, por ello, universal, troceado en una docena de capítulos. Doce Short Cuts de un Raymond Carver –googlead el título del disco– nacionalizado y criado en el sur de España, con cierta tendencia al histerismo y bastante más sentido del humor que el del añorado escritor norteamericano. Doce relatos que han pasado por un filtro pop poliédrico, en las que las influencias suman, nunca pesan. Vamos a repasarlos.
No son tu marido se abre con Hushpuppy, la canción política del disco –la más abiertamente política, que no la única, habría que matizar–, y que fue elegida como el primer anticipo de lo que, afortunadamente, se nos venía encima. Con la percusión siempre en primer plano, marcando el repetitivo y sencillo ritmo marcial, van apareciendo el resto de instrumentos –el repiqueteo del piano, las brumas y los celestiales soniquetes de los sintetizadores, las guitarras anunciando el envite a punto de llegar…– En definitiva, un pequeño ejército de arreglos que elevan el tema hasta un terreno épico, con ese estribillo que supone la plena conflagración, mientras Lolo se desgañita cantando “¿Me queréis a mí o al caos? Da igual, porque el caos también soy yo”, antes de acabar con un coro que obviamente recuerda a una marcha militar salmodiando “¿Estáis seguros de que es el caos?”. Un tremendo arsenal sonoro para hablar de ese deseo, irracional pero bastante compartido, de “mandarlo todo a la mierda”, que vuele por los aires, un anhelo de violencia que arrase con todo y nos permita, mágicamente, resetear y comenzar de nuevo, como si eso fuera posible y lo, que es peor, fuera la solución. Alucinante, perfecta simbiosis de música y letra. Y quedan muchas más.
Del colectivo al individuo con Odiar, destinada a ser un himno para “inmensas minorías”, capaz de ganarte con su meliflua y delicada cadencia –desde las iniciales notas de piano, el precioso violín y los arabescos gitanos–, provocar la carcajada con su letra misantrópica cantada al unísono y sin estridencias por Lolo y Saray, así como hacerte pensar que la cantidad de mala leche que uno acumula no puede ser nada buena –seguramente se nutre de un hastío más profundo y personal– o, al contrario, ¿es necesaria para seguir con nuestro día a día? Nota del articulista: mis odios, para los que necesitan que el resto escuche el beep de su whatsapp, los que necesitan hacerle saber a todo el mundo su mal gusto musical en su coche, metro o esquina, los parlanchines de los conciertos… Canción a guardar al lado de Queridoalberto de Los Punsetes y las reiteradas venganzas de Los Planetas…
Rápidamente llega Procrastinar, college rock acelerado que va adquiriendo voltaje y gravedad, gracias a una letra que comienza hablando de menudencias como el “plan para comer” de ese día para acabar, histérica y febril, lanzando espumarajos de desesperación ante la discusión acerca de postergar para “más adelante” la decisión de ser padres. “Planes de vida procrastinantes, ¿acaso no he esperado bastante?” Miedo… ¿Quién decía que el pop no puede ocuparse de temas serios?
Brutal cambio de tercio con El rey de la lluvia, una de las piezas más sorprendentes a nivel de sonido, entre sus queridos Talking Heads y, en palabras del propio Loloen su bandcamp, “unos Einstürzende Neubauten de andar por casa”, gracias a las percusiones con planchas, las programaciones y el ritmo abrupto, sincopado, robótico. Llevando la novela más conocida de Saul Bellow a un terreno doméstico algo funesto, acorde con la sensación desasosegante de la música, en la letra más críptica del disco, Lolo se pone en la piel de alguien dispuesto a no dar su brazo a torcer, de justificar acciones evidentemente erróneas a los ojos del resto. Inquietante.
Más inmediatamente reconocible es Mudanzas, de nuevo Hazte Lapón al galope, transformando en canción una de las experiencias, en principio no dramática, más horrorosas a los que los seres humanos se enfrentan en su vida: una mudanza. El tono, retorcido y áspero, esos “qué más da” cada vez más amenazadores –Lolo acaba aullando como si fuera Miguel Ángel Blanca de Manos de Topo–, y la pátina de feedback hace que el desglose de “cosas que no soy capaz de tirar”, los discos de Bill Callahan incluidos –¿no es eso sacrilegio?– suene tan tenso como reconocible… Aterradora, familiarmente aterradora.
En el ecuador de No son tu marido nos encontramos con el amor en primer plano, aunque expresado de dos maneras muy diferentes y, claro está, singulares. Primero tenemos Amor bomba que, en una primera impresión sería una de las expresiones más extremas de amor incondicional y absoluto que jamás se hayan escrito… El problema es que de tan extremo que es ¿acojona? Los coros, los versos que insinúan que estamos ante un “kamikaze sentimental” que se autodefine como un “hombre bomba, una piñata humana”, y ese reposado, casi flotante inicio, el colmo de la delicadeza, que va electrificándose hasta acabar convirtiéndose en un sentido homenaje a Galaxie 500. ¿Dream-pop demente? Y a continuación, una nueva vuelta de tuerca con la desnuda Durmiendo con el enemigo (nana del amor ambivalente), apenas una guitarra, el piano y la trémula voz de Lolo susurrándole a su amada acerca de las dificultades y contradicciones de las relaciones de pareja. Una dualidad que adquiere matices perversos con ese lapidario “Ya verás que todo tiene sentido / Que eres feliz durmiendo con el enemigo”. Y a mí que ambivalencia me parece un eufemismo de algo mucho peor…
Nuevo giro “sónico” con Tanatorios –por cierto, muy chulo el vídeo realizado por Murciano Total– ahora con una refrescante apropiación de la canción popular española, que nos retrotrae a Vainica Doble o, más recientemente, a Klaus & Kinski. No sólo hay piano, guitarras y violines, sino también castañuelas, metalófonos, crótalos y una serie de ruidos –como si fueran efectos de sonido de épocas pretéritas, estilo Días de Radio– que enfatizan, embellecen, adornan y ofrecen una atmósfera de aires añejos que sirven para acompañar una narración que tiene mucho de humor negro –sadismo menciona Lolo al hablar de la canción–, una sucesión de aventuras en pareja próximas a la tragedia –o la hipocondría–, en parte o también provocada por los vaivenes y malos momentos de toda relación. Lo que no te mata te hace más fuerte… ¿verdad? ¿Verdad?
Y seguimos con problemas de pareja, ahora en su faceta más doméstica, con Arte y ensayo. Es fácil imaginar –y así lo confirma Lolo– que la canción surge de una situación real muy particular: la de un matrimonio de artistas ensayando en casa, lidiando con las frustraciones, la tensión y el error. Pero la gracia del asunto es que su mensaje puede amplificarse fácilmente a cualquiera que este padeciendo las habituales contrariedades de la vida en común. Y como es norma en el disco, la música casa impecablemente con la letra. El piano y las distintas percusiones marcan la pauta, pero es el violín el que añade ese aspecto melodramático, arrebatador en su tramo final.
Más referencias literarias, ahora jugando maquiavélicamente con el otro clásico imperecedero de Melville, en Bartleby enamorado, hermana de Jonathan David y medio Tigermilk de los Belle and Sebastian pero con un crepitante mar de guitarras de fondo. La dulzura de la melodía del piano y la frágil voz de Lolo contrastando con la crudeza de ruido blanco para reflejar el fragor de una pelea en la que una de las partes se niega a decir que sí, aún a sabiendas de que ceder pondría punto y final a la contienda. Saber decir que no es una valiosa lección, aunque me parece a mí que el escribiente de Melville tomaría las de Villadiego ante semejante situación.
La penúltima maravilla del disco es Cómo funciona un corazón, amarga, sombría y profundamente romántica en su dramatismo, concentrado en ese desgarrador“siempre pienso en la muerte cuando te tengo lejos”, en la que las dos voces –desarma la interpretación de Saray– desgranan su sensación de insufrible desamparo y desesperación cuando le falta el otro, así como el daño que la no correspondencia de esa vulnerabilidad les produce. Tanta gravedad necesitaba de un sonido crepuscular y ominoso, que Hazte Lapón logran de la mano de una percusión lánguida, el latido de un corazón al que le falta la sangre, el omnipresente sintetizador y los curiosos instrumentos de cuerda –laúd marroquí, kalimbas– que añaden trascendencia y solemnidad al conjunto.
Y la encargada de poner punto y final a No son tu marido es El cielo protestó, una pieza mayúscula que cristaliza todas las virtudes del álbum, al que le pone además una especie de broche circular, regresando a la épica y, tal y como decía al comenzar esta reseña desglosando Hushpuppy, también a la canción política. Repartiendo con gracia –nunca pensé que una canción con las palabras “macarrones con chorizo” pudiera ser tan buena– contra el mal endémico y tan de actualidad que es el turismo depredador y salvaje, que uniforma todos los lugares, destruyendo todo lo propio en favor del dinero. A nadie se le escapa que el reino de Siam podría ser la saturada Barcelona y, si lo pensáis un poco, ¿os imagináis una religión mejor para contentar a todos que el Black Friday? El final es desolador, y no sólo por la desgracia del tsunami que arrasa –un vengador uso, infinitamente más interesante que el cielo del clásico de Paul Bowles– con todo, sino por la poderosa imagen de juntar iconos en teoría contrapuestos, como el Che Guevara y la Coca-Cola, convertidos en efímeros souvenirs. Ante eso solo queda la conciencia y coherencia del individuo, esas islas imperturbables ante el desastre. Brillante y, por enésima vez en insuperable sintonía con la música, en especial con ese crescendo portentoso antes de la estocada final, con esos coros y la guitarra desbocada, tras la que entra la última estrofa y, mediante una cinematográfica pausa en la que uno puede imaginarse la venida de la fatal ola devastadora, acompañada de un mar de trompetas y el último estribillo. Bravo.
No tengo dudas, este el disco nacional del año. Pero eso no es lo más importante. Lo que hace especial a No son tu marido es que cualquier oyente que le preste algo de atención encontrará su instante preferido. Sus propias afinidades y asociaciones con otros grupos, libros, películas. La canción que no puede parar de escuchar. Y también la que no se atreve/no quiere oír porque sabe que le va a hacer daño –le va a recordar a alguien–. Y que éstas preferencias/reservas posiblemente cambiarán con el tiempo. Porque No son tu marido está destinado a permanecer mucho tiempo a vuestro lado. Muy grande.
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