Nadie ha de extrañarse por la aventura india de Hans Laguna. Muchos hemos querido ver al barcelonés como la gran esperanza renovadora de lo que entendemos como un “cantautor indie”, sobre todo tras el puñetazo en la mesa que representó su segundo trabajo, Deletrea (2014). Pero es que después de ese disco, que ya era bastante atípico en muchas de sus referencias y cadencias sonoras, nos llegó Manual de fotografía (2016), donde la influencia de músicas ajenas al pop y al rock sacaba a Laguna de cualquier casilla en la que hasta ese momento nos convenía incluirle. Por no hablar de trabajos que nos llegaban entre disco y disco como el EP Oteiza (2016), guiados por un afán experimentador que pocos podríamos haber imaginado cuando descubrimos a Laguna con las sencillas tonadas guitarreras de su debut Primeras marcas (2012).
La unión entre la banda de Laguna y la del músico indio Shreevats Venkateshwaran ya se había materializado a lo grande el año pasado en un concierto en el BAM, y formaba parte de un proceso que incluyó un viaje exploratorio a la India. Como muchos otros occidentales antes que él, Laguna regresó de ese país con un cargamento de enseñanzas musicales y sobre todo vitales, y probablemente con las ideas claras sobre el rumbo que podrían tomar algunas de sus canciones si eran puestas en manos de músicos versados en una cultura tan amplia y llena de recovecos.
Lo curioso y notable de este EP es que, a pesar de todos los añadidos que pueden simplemente resultar exóticos a los que suelen tener una dieta musical predominantemente sajona y/o ibérica, el punto de partida han sido canciones que ya formaban parte de la discografía de Laguna. Eran composiciones que ya poseían un alto potencial de abstracción, pero que ni en su vieja encarnación ni en la que ahora nos ocupa, pierden su fuerza como canciones en el amplio sentido de la palabra. Si no es exactamente pop (habría que filosofar sobre el término para decir eso categóricamente), si que hay pop de muchos kilates en su ADN.
Venkateshwaran y sus músicos usan cuatro piezas provenientes de Manual de fotografía (Cantar y pasear, Mejor, Bienvenido y Mis días) y van añadiendo sus instrumentos “no enchufados” en un diálogo respetuoso y sorprendentemente fluido con la formación de rock más tradicional que normalmente acompaña al barcelonés. Pero van más allá: para cada una de las piezas, encuentran algún cántico o tonada de la tradición musical, poética o religiosa de la india y lo encajan como si fuera parte intrínseca de la composición original de Laguna. Los resultados son siempre bellos y muy a menudo emocionantes.
La más sencilla de reconocer para neófitos sería ese Govinda Jaya Jaya que aparece en una muy rítmica Mejor, una pieza que muchos recordarán por la versión que en su día realizó George Harrison o, sobre todo, por la apropiación britpopera que realizó Kula Shaker en los 90. Laguna, que se ha ocupado de que esto sea ante todo un trabajo profundo que vaya mucho más allá del mero turisteo musical o del apropiacionismo, temía que la elección de esta pieza fuera a trivializar el trabajo que estaban realizando, pero una justificación religiosa e histórica por parte de su socio musical acabó convenciéndole. Y menos mal, porque el resultado es espectacular y digno de provocar envidia en George Harrison (desde los cielos) o en Crispian Mills.
El afán de colaboración total les lleva a que en ocasiones los mundos se diluyan hasta el punto de que escuchamos a Laguna cantar pasajes indios y a Venkateshwaran lanzarse a entonar la estrofa inicial de Mis días.
A pesar de contener tan sólo cuatro canciones, estamos hablando de media hora de música y de mucha enjundia encerrada, por lo que el término EP puede que se nos quede corto. Lo llamemos como lo llamemos, es una experiencia fascinante. La línea entre “indie” e “indio”, si me permiten la tontería, jamás fue tan borrosa,