Hemos aprovechado el corto —siempre demasiado corto— parón vacacional para hacer un alto en el seguimiento de las novedades editoriales, echar la vista atrás y rescatar este Hacer el bien, publicado en otoño del 2014 de la mano de la muy interesante Turner Libros —atención a su más que recomendable colección El Cuarto de las Maravillas—. ¿El motivo? Me hubiese dado mucha rabia no hablar del debut literario de Matt Sumell porque, simple y llanamente, el libro me ha encantado.

Y es que el autor norteamericano logra con un facilidad pasmosa lo que la mala literatura, muchas películas y series sólo pueden soñar alcanzar: sostener una ficción que, durante 270 páginas se parece dolorosamente a la realidad. Y lo hace gracias a la creación de un personaje central, Alby, absolutamente mayúsculo, cuya narración en primera persona —una primera persona que parece bastante autobiográfica a tenor de las cuatro cosas que sabemos del propio Sumell— es colosal. Menuda voz literaria.

Alby es, principalmente, lo que denominaríamos como un capullo. Un adulto inmaduro, inestable y con una tendencia a los estallidos de violencia, verbales y físicos, más que preocupante. Pero también alguien que se ha construido una identidad de matón malcarado y palurdo —un Nelson Muntz adolescente y posteriormente tardo-adulto— para ocultar su inmensa fragilidad, su miedo atroz al futuro, su pavor al recuerdo, y su pánico a no saber qué hacer con su vida. A seguir varado, intentando asimilar que su madre ha muerto.

A medio camino entre una novela desordenada y una colección de relatos con un único personaje y fondo común, Hacer el bien es una historia troceada. Rota por la desgracia de la enfermedad mortal de su madre. Quebrada por el golpe demoledor que supone para su familia, con un padre convertido en la propia sombra de quién fue, y unos hermanos que oscilan entre la perplejidad y la necesidad de poner distancia —y en cierto modo avanzar— con el recuerdo y la tristeza. Cascada porque su protagonista, cabezón, volátil, vehemente e inseguro no parece “dar con la tecla” que le permita seguir adelante. De hecho, ni siquiera ha encontrado el “mando a distancia”.

Los relatos de Sumell oscilan con sorprendente equilibrio entre el drama soterrado, el humor tirando a negro carbón y el existencialismo sin pedantería. Imaginaros la típica película indie protagonizada por alguien, digamos bastante más feo que Ryan Gosling, pero cuya cara de loco peligroso no sea tan acojonante como la de Joaquim Phoenix. Imaginad la típica escena en el que se produce el momento revelador, la manida iluminación, en el que nuestro héroe o anti-héroe aprende algo sobre la vida y sí mismo mientras mira por la ventana, ve una bolsa revolotear en el aire o conduce por una carretera desértica al ponerse el sol…. Sólo que, al menos por una vez, el farisaico clímax Hollywood-vía-Sundance se va a hacer gárgaras —Alby diría a tomar por culo— con un hachazo en forma de pelea garrula, una vomitona nada glamurosa tras una borrachera impenitente, una explosión de rabia gratuita, o un arranque de incontinencia verbal absurdo e hiriente. Gracias Matt.

Y luego está Vale, el penúltimo relato/capítulo, lo más hermoso que he leído en lo que llevamos de año. Una manera excepcional de “cerrar el círculo”, de hablar de vínculos entre padres e hijos, al mismo tiempo o, antes que nada, individuos desolados y perdidos. De expresar sentimientos de carne y hueso, de los que da vergüenza admitir cuando nos hemos acostumbrado a parapetarnos en nuestras corazas construidas a base de pura pose, cinismo y orgullo. De poner un punto y seguido, torpe, imperfecto e incierto, pero punto y seguido al fin y al cabo. De hacer reír al mismo tiempo que remueves algo dentro del lector. Emocionante de verdad.

Espero que se note que Hacer el bien me ha encantado. Sumell ha creado un personaje de esos que no se olvidan, y una historia que te acompaña largo tiempo después de haber acabado el libro. Ojalá su relatos no tarden demasiado en aparecer por aquí. Mientras tanto, no dejéis de leer las historias de este cafre entrañable llamado Alby.