Atención, Barceloneses, soy consciente de los problemas que ha traído consigo la turistificación excesiva de la ciudad, por no hablar de que no estáis solos a la hora de denunciar la inevitable relación entre el boom del alquiler vacacional y la gentrificación que amenaza con arrasar la solera de algunos de los barrios más entrañables. Pero esa ola también puede traernos a alguien tan agradecido como George Ezra, quien después de haber incluido el nombre de la capital catalana en el título de uno de los temas de su debut (el tercer disco más vendido en el Reino Unido en 2015), decidió huir del agobio post-gira y del atasco creativo dejándose las perras vía Airbnb para quedarse durante un mes en la habitación de sobra que una señora llamada Tamara tenía en esa ciudad.

Ignoro la huella que dejó Ezra durante su estancia, pero al británico la alegre vida mediterránea le sirvió para iluminar el camino a seguir en su segundo trabajo, que a estas alturas ya le ha confirmado como una de las figuras más rompedoras de las listas de ventas y, lo que puede interesarnos, como alguien que sabe enganchar a las masas sin resultar criminalmente empalagoso en sus baladas ni insultantemente obvio en sus temas más vigorosos.

No es que haya inventado nada nuevo, ni que tome excesivos riesgos. Esto no deja de ser música de consumo fácil, inocua y libre de cualquier traza disonante que pueda ofender algún oído poco exigente. Pero al mismo tiempo hay que reconocerle al hombre un talento excepcional para escribir ganchos musicales listos para ser coreados en cualquier estadio. Y además su impactante barítono posee la rara cualidad de tener empuje tanto en las notas bajas (¿alguien ha dicho Crash Test Dummies?) como en las altas.

El disco se divide claramente en dos, con una primera mitad donde se acumulan todas las composiciones más optimistas y hasta bailables, y una segunda donde bajan los tempos y se circula peligrosamente –sin llegar a caer en el abismo- en el terreno baladístico que tan bien se le ha dado a su compatriota Ed Sheeran.

Si no fuera porque la parte “lenta” incluye la excelente y casi profunda Saviour (enriquecida por la voz de la siempre estimulante This Is The Kit), diría que me quedo con el lado más festivo recién encontrado y explotado por Ezra. Los que no tengan problemas con los discos-prozac (y hay que reconocer que Pretty Shining People se excede en su afán de alegrarnos la vida a toda costa), puede encontrar múltiples razones para dejarse llevar por la mezcla entre hip-hop y metales de New Orleans en Don´t Matter Now; el vaivén casi de ska de Get Away, las guitarras afro de Shotgun o el ya consolidado himno de Paradise..

No conocemos a Tamara, pero se ha ganado el derecho a subirle unos eurillos al precio por noche de su habitación.