Hay que reconocer que a Gaz Coombes no le ha ido nada mal su carrera en solitario tras finiquitar a Supergrass. No es que haya sido un éxito rotundo, pero sí que se ha llevado una nominación al Mercury Prize y unas críticas decentes. Además, sus discos tampoco han ido mal en las listas de ventas. Algo que no es fácil para artista tan ligado a un grupo y a una escena. Parte de la culpa de esto la tiene su afán por desmarcarse por completamente del sonido britpop de antiguo grupo, centrándose en buscar nuevos sonidos, y tirando de otras influencias. Algo que resulta más que evidente en su último trabajo.

World’s Strongest Man” es un disco ecléctico, el cual no tiene un rumbo fijo y si muchos frentes abiertos. Él mismo menciona a Stereolab, The Velvet Undergroud o Frank Ocean como influencias. Pero no os asustéis, de repente no le ha por el kraut ni por el hip-hop. En cambio, sí que cuenta con una producción curiosa, en la que se acerca al minimalismo electrónico con el que cuentan algunas producciones de Radiohead. El primer ejemplo lo encontramos nada más empezar, en el tema que da título al álbum. Estamos ante un corte algo arisco e intenso, en el que Coombes reflexiona sobre la masculinidad y el género, que es uno de los temas principales del disco –el británico asegura que su perspectiva ha cambiado al vivir con su mujer sus dos hijas-. Este tipo de sonido está muy presente en buena parte del disco, donde encontramos baladas teñidas de electrónica (‘Shit (I’ve Done It Again)’ y ‘Slow Motion Life’); himnos de pop épico (‘Deep Pockets’ y ‘Wounded Egos’), y temas que podrían pertenecer al Beck más groovy (‘Walk the Walk’). Todas ellas funcionan bastante bien, pero sí es cierto que hay un tema que resulta más interesante que el resto. Estamos hablando de ‘The Oaks’, en la que se sale del todo de su camino, y se deja llevar por una percusión de lo más aditiva.

Curiosamente, es en la faceta más rock del álbum donde más falla. Al lado del resto del álbum, dos temas como ‘In Waves’ y ‘Vanishing Act’ no dicen mucho, y se quedan un poco en tierra de nadie. Y más cuando, inmediatamente después del segundo, aparece un corte como ‘Weird Dreams’, con el que cierra el álbum volviendo a esa electrónica minimalista que planea sobre gran parte del mismo.

No es un disco redondo, le falta un poco de coherencia y tiene unos cuantos fallos, pero sí que se pueden apreciar las ganas de dar un giro a su carrera. Y eso siempre está bien, sobre todo cuando aciertas en la gran mayoría de las veces, como es el caso.