«J’ai tout réussi sauf ma vie». [He triunfado en todo, excepto en mi vida].
Serge Gainsbourg

Las biografías musicales tienen muchos peligros. Una vergonzante tendencia a la hagiografía, impúdicamente falsa, con frecuencia eliminando o sublimando los aspectos más espinosos. Convertirse en una burda imitación de la estructura del legendario pero extraordinariamente tramposo programa de la MTV Behind the Music, mediante la que vemos al artista-banda/héroe alcanzar el éxito, luego padecer alguna tragedia o tremendos problemas derivados de la fama, para finalmente renacer de sus cenizas cuál ave fénix —espera, ¿no tienen la misma estructura el 90% de las películas made in Hollywood?—. O resultar una monótona acumulación de datos y anécdotas —preferiblemente con abundantes “famosetes” aportando sus opiniones y “batallitas”, igual que los cameos que atestan ciertas películas para ocultar su falta de guión— ordenados cronológicamente sobre la vida y obra del personaje biografiado, algo difícilmente digerible para quienes no sean fans del artista en cuestión. Afortunadamente, nada de eso sucede en Elefantes rosas, que nos llega de la mano del donostiarra Felipe Cabrerizo y la editorial Expediciones Polares —fantástica, cuidada presentación y edición— y nos sumerge, en todas sus dimensiones, en la singular figura, carrera y existencia de un icono cultural: Serge Gainsbourg.

Cabrerizo, realizador del programa de radio Psycho Beat! —sólo música ye-yé europea de los 60 y 70, qué osadía la suya— es un enorme conocedor y fan de uno de los mitos por excelencia de la música francesa, y su trabajo de documentación es impecable y detallado —en parte gracias a la sobreexposición mediática del propio Gainsbourg, que le proporcionó abundante material—, al igual que su pasión a la hora de afrontar la impresión que le deja cada canción, disco o colaboración del artista, especialmente sus letras. Pero eso no me haría recomendar esta biografía. De hecho, dichos argumentos seguramente sólo provocarían que las casi 450 páginas del libro me resultasen tediosas, ya que no me encuentro entre los seguidores del francés ni un gran connaisseur de su música. Honestamente, ni el personaje me cae simpático —supongo que tiene que ver con la forma en que nos llegan los revivals a las generaciones posteriores, más estética que sustancia, “malditismo” para vender perfumes— ni su música me llega. Y sin embargo, la lectura de Elefantes rosas me ha parecido no solo interesante sino, con frecuencia, apasionante.

Varios son los motivos. El primero, que Cabrerizo relata a un ritmo constante, muy ágil, sin dilatar innecesariamente los temas ni caer en la tentación de regodearse en las miserias, muy abundantes, de Gainsbourg o ahondar en sus facetas más polémicas y morbosas —otro dirían incluso sórdidas, pobre Charlotte Gainsbourg—. De ese modo logra reflejar a la perfección el vértigo de una existencia vivida “a todo trapo”, también una ópera bufa de reverso trágico. Fuegos artificiales, lanzados al cielo para causar un gran revuelo, una gran impresión, y desaparecer a continuación… a excepción de las canciones. Al menos las canciones siempre perdurarán.

La segunda razón es que la biografía va mucho más allá de Serge Gainsbourg. A través de su figura y sus discos, Cabrerizo radiografía a un país, Francia, y diversas épocas, de forma sumamente refrescante. Las tendencias y preferencias artísticas, gustos, modas, pero también las agrias controversias —la provocada por la libre adaptación de La Marsellesa en Aux armes et caetera, versión reggae, es tan hilarante como deprimente— muestran la evolución y las contradicciones de la sociedad. El sexo, el cine, el rol de la mujer, incluso la política se cuelan entre las rendijas musicales del texto. En ese sentido, el Gainsbourg transgresor y pionero, convive, en permanente conflicto, con el artista deseoso del éxito comercial y la popularidad, intentando seguir el paso de los tiempos, aterrado ante la idea de quedar desfasado u olvidado por las nuevas generaciones, mientras se martiriza por ceder, por sumarse “a la corriente”.

«Si j’étais Dieu, je serais peut-être le seul à ne pas croire en moi». [Si fuera Dios, podría ser el único que no creyese en mí].
Serge Gainsbourg

Y el tercer motivo, el más importante, es que Elefantes rosas alcanza una admirable profundidad en el retrato de un ser humano extraordinariamente complejo. Brillante y, sin embargo, miserable. Minucioso pero con demasiada frecuencia, indolente. Talentoso y, en cambio, frágil e inseguro. Egomaníaco, adorador de la popularidad, de la cámara, de los focos, locuaz y lenguaraz, no obstante tímido incurable, su verdadero medio de comunicación, el único vehículo de expresión de sus sentimientos sus canciones. Afortunado en el amor —Brigitte Bardot, Jane Birkin, Bambou y sus múltiples conquistas, not bad—, pero incapaz de mantener una relación duradera y plenamente satisfactoria. Aclamado por la crítica, demandado como compositor por algunos de las voces y artistas más prestigiosos, habilitado para desarrollar una carrera en el cine como actor y director —excepto su frustrada historia con la pintura— e incluso escribir una novela, y siempre sintiendo esa inevitable, demoledora frustración. Gainsbourg y Gainsbarre. Justo en el medio de la contradicción, que diría Sam Shepard. Cabrerizo, siempre a través de la música como hilo y vaso conductor, nos lo enseña todo. Lo reprobable y lo memorable. Lo efímero y lo eterno.

«Le masque tombe, l’homme reste, et le héros s’évanouit». [La máscara cae, el hombre permanece, y el héroe se desvanece].
Serge Gainsbourg

¿No deberían ser así todas las biografías?