Cinco años después de su última novela, Nick Hornby regresó a la actualidad literaria —no le está yendo nada mal como guionista cinematográfico— a finales de 2014 con Funny Girl, que ahora llega a España de la mano de Anagrama. Pero antes de entrar en materia, permitidme una pequeña «excursión al pasado».
Hornby siempre será el autor de Alta Fidelidad para toda una generación de lectores. Aunque, admitámoslo, buena parte de culpa de que nos lanzásemos a por el libro la tienen Stephen Frears y, por encima de todo, John Cusack, con su inolvidable adaptación al cine —y americanización, suerte que la música no entiende de fronteras— de la novela. Es lo que tiene crear un personaje como Rob Fleming —el amigo perfecto, impetuoso, melómano, sensible, apasionado— y una historia amable, pero que «toca» sobremanera, siendo especialmente reconocible para cualquier Peter Pan treintañero con la música como País de Nunca Jamás y problemas emocionales y existenciales a prueba de vinilos. Vamos, lo que alguien con más mala baba en el siglo XXI calificaría de «hipster pre-mp3». Desde entonces, fuimos revisitando a Hornby, primero puntuales a cada novedad y luego pacientemente, esperando encontrar al «siguiente Rob». Algo que, a excepción de en la divertidamente enfermiza Fiebre en las gradas —otro hooligan, ahora balompédico— cada vez ha parecido más improbable, hasta que servidor «rompió» con el escritor británico hace ya un par de obras para, al menos, conservar intacto el bonito recuerdo. Pero el tiempo transcurrido y la aparición de este Funny Girl, con su promesa de «nuevos horizontes», han brindado la concesión de una segunda oportunidad. Felizmente.
Funny Girl nos traslada a la Inglaterra de mediados de los años 60 para contarnos la historia de Barbara Parker, una joven belleza recién coronada miss de la pequeña ciudad de Blackpool —condado de Lancashire, no muy lejos de Manchester— decidida a conseguir su sueño: convertirse en actriz de comedia, al estilo de Lucille Ball. Rápidamente, con la agilidad característica de Hornby, vemos a nuestra protagonista abandonar su hogar para irse a Londres, sobrevivir al departamento de cosméticos de unos grandes almacenes y a una compañera de habitación bastante peculiar, conseguir un agente —que le convencerá de cambiarse el nombre al de Sophie Straw pero no a orientar su todavía inexistente carrera hacia los anuncios que saquen partido de su imponente físico— y, a base de azar y testarudez, logrará la tan ansiada oportunidad.
Hasta aquí la novela de formación, contada con gracia y con un personaje central de lo más interesante, pero enormemente previsible, de la «pueblerina en la gran ciudad» que consigue abrirse paso, milagrosamente, pese a las dificultades, y que da paso a Barbara (y Jim), la teleserie humorística que durante tres años se «colará» en la mayoría de los hogares de Reino Unido, llevando a sus protagonistas a enormes cotas de popularidad. Funny Girl se convierte entonces en otro relato, fulgurante, lleno de chispa y ritmo gracias a sus diálogos memorables y sus cambios de enfoque. Ya no es sólo el relato de Barbara/Sophie, sino uno coral, a cargo de los cinco creadores de la serie: el coprotagonista Clive, los guionistas Tony y Bill, y el productor/director Dennis acompañan a Sophie. Y es un relato apasionante. El de un país en transición, efervescente, poliédrico y contradictorio. Como sus personajes.
Hornby, sagaz aunque siempre bondadoso comentarista de los seres humanos, nos habla de la eterna lucha entre modernidad y tradición, clases e ínfulas sociales, de homosexualidad, de donjuanes caducos y advenedizos ante el cambiante rol de la mujer en la sociedad, de arte y comercialidad, de aventuras y romances, de la industria del entretenimiento y la ficción televisiva antes de alcanzar la prevalencia —tiránica— como el formato por excelencia de nuestros días. Lo meritorio es que el escritor de Redhill logra engarzar todas estas cuestiones de forma natural en la historia —las apariciones del presidente Harold Wilson o los Yardbirds no desentonan— al mismo tiempo que se suceden los capítulos de Barbara (y Jim). Incluso Hornby juega con frecuencia a la confusión entre la evolución de sus personajes y sus roles en el desarrollo de la propia comedia. Capítulos que se leen como episodios, menores o cruciales, en la vida de los protagonistas de la novela. Y una especie de declaración de intenciones del propio autor: ¿qué es la vida sino una comedia?
Por desgracia, luego el brío se diluye. Aparecen concesiones como la madre «desaparecida» de Sophie y una historia de amor demasiado «agradable» —sin spoilers, lo dejo aquí—. Y nos deja la sensación que Hornby no se atreve a ir más allá, deteniendo su avance por falta de ambición o, en mi opinión, porque a medida que avanza la carrera y la existencia de Barbara/Sophie la visión de ésta sería más pesimista —se evita hablar sobre la edad y la profesión de actriz, de las dificultades de ser madre y actriz, de la evolución de la televisión, las series y la comedia….—. Algo que, a mi juicio, es una auténtica lástima, dado que el gran salto temporal en el desenlace de Funny Girl se resuelve de forma notable y equilibrada, insinuando que Sophie, más sabia y ecuánime, asume que, igual que ellos contribuyeron a los cambios de su época, «El mundo había cambiado. Cuando ellos empezaban, la televisión y la música pop y el cine tenían que luchar como locos para conseguir un mínimo de respeto […] Ahora el entretenimiento había conquistado el mundo, y ella no estaba segura de que el mundo fuera un lugar mejor gracias a él. A veces parecía como si el gran objetivo de todo el mundo fuera escribir un programa de televisión, o cantar, o actuar en películas. Nadie quería pintar paredes, diseñar motores o –siquiera— encontrar una cura para el cáncer».
Pese a la falta de enjundia y cierta impresión de «quedarse corto», la lectura de Funny Girl resultará más que satisfactoria tanto para el fan habitual de Hornby como para quien le había perdido la pista o lo descubre por primera vez. Disfrutable, ágil, divertido, con una adictiva trama y unos personajes lúcidos e interesantes. Y con momentos, recogidos en una parte central vibrante, en los que Nick Hornby recupera esa «magia» que tanto añorábamos. Gracias, Barbara Parker/Sophie Straw.