Hay “poesía” en la nimiedad, en el vacío del día a día, en los silencios y en las banales conversaciones de los niños pijos, en la absurda pose que supone vivir en la Gran Manzana en pleno siglo XXI.
Hay “belleza” en la sonrisa de Greta Gerwig (desde ahora la inolvidable Frances), en su “incomoda” existencia, en la aparatosa búsqueda de su lugar en el Mundo, en sus derrotas, en sus torpezas, en sus bailes, en su patológica predisposición al fracaso. En su empeño por ser alguien, aunque ese “yo” quede inconcluso.
Hay “sinceridad” en lo incomodo de las relaciones interpersonales, en los consejos de los que están cerca, en el retrato del descalabro y de las pequeñas victorias hacia una supuesta (o más bien suficiente) “felicidad”, en la prolongación impuesta de ese periodo ahora eterno llamado juventud.
Hay “elegancia” en saber reflejar lo insignificante, en fotografiar lo anodino y convertirlo en eterno.
Hay “CINE” en la última película de Noah Baumbach, CINE de verdad, del que se queda con nosotros para siempre, del que se incrusta en tu retina durante meses, durante años incluso, del que nos deleita con imborrables imágenes de esas que recuerdas esbozando una sonrisa.
Hay maestría, delicadeza y majestuosidad en “Frances Ha”, heredera directa del mejor Woody Allen (el de “Manhattan” y “Annie Hall”). Una deliciosa tragicomedia que toma como referencia directa el Cine de la Nouvelle Vague y lo transforma en una obra actual, sincera y acorde con su tiempo.
Una película tan estéticamente calculada que abruma reflejando la imperfección de lo cotidiano. Una de las mejores películas del año.
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