Biografías musicales hay muchas, cada vez más en nuestro país gracias a la labor de editoriales como Libros del Kultrum. ¿Pero cuántas tienen por subtítulo La odisea de un consigliere del rock and roll (un cuento con moraleja)? Solo Flechazos y rechazos, las memorias de Stevie Van Zandt —editadas por el periodista y novelista Ben Greenman—. Un fascinante viaje, tan vital —o más— que artístico, de un verdadero culo inquieto, mucho más que el lugarteniente de Bruce Springsteen, enfrascado en mil singladuras, incluidas varias empresas quijotescas.
Porque Van Zandt, nacido en 1968 en Winthrop, Massachusetts, es músico, escritor, productor, actor, locutor de radio, activista y me dejo cosas. Por supuesto, destaca sobremanera su papel como guitarrista y segundo de a bordo (His Master’s Boss) de la E Street Band. O su papel de actor en Los Soprano y en Lilyhammer. Sin embargo, no son tan conocidas sus andaduras liderando a los Asbury Jukes y a los Disciples of Soul. Su labor en el estudio, ya sea produciendo, componiendo para otros, o simplemente aconsejando. Sus programas de radio reivindicando el rock (Little Steven’s Underground Garage), o defendiendo la educación musical (TeachRock.org). Su discográfica. El activismo político, con tremendo highlight en Sudáfrica…
Y esto es solo una parte de lo que ofrece Flechazos y rechazos. Porque Little Steven trufa el relato cronológico, ya de por sí generoso en intrahistorias, con digresiones de lo más variopintas: historia del rock, comentario político —cuidado los acólitos del partido del elefante—, consejos para bandas novatas… Aunque la consecuencia de tanta dispersión sea un cocktail narrativo algo caótico, la elocuencia de la crónica de Van Zandt resulta tan absorbente como reveladora. Hay dinamismo —recogido en la traducción de Iñigo García Ureta—, un sinfín de cosas que contar, sentido del humor, una mente vivaz e inquisitiva —acompañada de una lengua procaz— y una sinceridad abrumadora.
De los suburbios de Nueva Jersey a comienzos de los 60 al Salón de la Fama en 2014. De discos fallidos, en solitario o produciendo a otros, a exitazos y giras mastodónticas con la E Street Band. Del infame resort de Sun City en Sudáfrica a Lillehammer, Noruega —fabulosos capítulos, Netflix incluido—… La trayectoria, hiperactiva, de Stevie Van Zandt es espectacular. Un tipo embarcado en una cruzada que se antoja cada vez más quimérica: devolver al rock y al soul no solo su autenticidad y preeminencia sino su elemento revolucionario, transformativo, que ayude a cambiar el mundo. Idealismo de dimensiones épicas que, a la vez, comporta ingentes frustraciones.

Y es que Flechazos y rechazos también nos desgrana un colosal periplo de reveses que hubiesen provocado un tono sombrío en otro artista con menos capacidad para encajar los golpes. Su rol, sorprendente, por ambicioso y arriesgado, en conflictos internacionales, sobre todo su compromiso anti-apartheid en los 80, convirtió a Van Zandt en alguien «tóxico» para sellos y promotores. Otros se llevaron los laureles —premio para Paul Simon y Whitney Houston—, él los vetos y las estrecheces ecónomicas —Mandela nunca le ofreció pagarle el alquiler—. Y, pese a florecer como actor, no lo hizo así su carrera solista, o sus producciones, que nunca despegaron. «Nadie lo escuchó» repite cual soniquete en estas memorias.
Y, luego, sobrevolando todo Flechazos y rechazos, está su relación con Bruce Springsteen. Amigo desde la adolescencia, cofrade y consejero musical, subalterno fiel, camarada de mil y una batallas… Igualmente, el detonante de un trayecto artístico tan prolífico como dispar tras pelearse con él y dejar la E Street Band justo antes de ingresar en el Olimpo del rock con Born in the USA. Un punto de inflexión —temporal— trascendental que marcó su actividad posterior y que Van Zandt no duda en calificar como «el gran error de mi vida». No es que se arrepienta de sus aventuras en solitario. Pero la decepción por «el camino posible» junto al de Freehold está ahí, permanente.
De hecho, buena parte de Flechazos y rechazos gira en torno a la dificultad de adaptarse y encajar en un cometido para el que, quizás, uno no está preparado. Van Zandt se considera un escudero, clave para que cualquier proyecto funcione, sin embargo, alejado de los focos. En ese sentido, afirma que sus papeles más reconocidos, el de Silvio Dante en Los Soprano y el de subjefe en la E Street Band son en realidad el mismo. Y, a diferencia del propio Springsteen que, según él, logró interpretar el personaje de héroe de la clase trabajadora, alterando con éxito su imagen inicial de rebelde a la conquista de la gran ciudad, él no ha sido capaz de lidiar con el reto de ser el «actor principal» —cuánto dolor y autoconocimiento hay en dicha asunción—. Aunque, añado humildemente yo, menudo viaje ha sido… y qué interesante es leerlo.
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