Dejemos las cosas claras. No he visto True Detective, ni tengo intención de hacerlo —uno no es seriéfilo, sigo prefiriendo el cine, sobre gustos…—, así que en esta reseña doble no vais a encontrar comparaciones ni referencias a la serie. El hecho de estar dedicando este especial a su creador, Nic Pizzolatto, sólo tiene que ver con el interés e impacto de sus primeros libros, con que la editorial que ha comenzado a publicarlo en España sea una tan prestigiosa como Salamandra —inaugurando su colección noir Salamandra Black con Galveston— y con que venga cosechando las alabanzas de grandes autores como Dennis Lehane o Adam Johnson. Además, gracias a la colaboración de la editorial barcelonesa, podemos adentrarnos en la obra literaria del de Luisiana de forma completa: novela y relatos. Así que, sin más dilación…
Galveston, Nic Pizzolatto (Salamandra, 2014)
Alabanzas hiperbólicas, calificándolo como una de las mejores novelas negras de la década y uno de los debuts más importantes en el género, un hype indiscutible, cuatro ediciones hasta la fecha en nuestro país… pero también mucho debate —bienvenida sea siempre la discusión literaria en medios y blogosferas— sobre la calidad real de Galveston. Aunque no se me ocurre nada que objetar en su formidable arranque, en el que el libro te atrapa sin remisión, situándonos a nuestro protagonista y narrador, el matón Roy Cady, en el “ojo del huracán” —nunca mejor dicho a posteriori—, a punto de ser liquidado por su propio jefe, el extorsionador Stan Ptitko, y justo después de que le hayan diagnosticado un cáncer muy avanzado. Un dead man walking en toda regla, que escapa milagrosamente… junto a una joven prostituta también presente en la encerrona y con su propia —muy peliaguda, por supuesto— historia a cuestas.
Pizzolatto sorprende, para bien, en varios aspectos. El relato tiene pulso y tensión narrativa. La voz de Cady impregna la trama de un fatalismo que empuja la novela hacia una dirección diferente, más allá de los tópicos habituales del género. Un noir huyendo por momentos de su etiqueta. Sabemos que es un asesino y, sin embargo, el tipo es vulnerable y la derrota se sabe inminente, ¿pero todavía quiere buscar una salida? ¿es una suerte de redención lo que ansía al ayudar a Rocky? La estructura y la atmósfera también acompañan. La primera salta en el tiempo, añadiendo revelaciones que incitan al lector a seguir leyendo, ansioso por saber cómo y por qué llegaremos hasta ese presente narrativo. La segunda, una colección de paisajes desolados y moteles en ninguna parte —no es precisamente una guía turística de Luisiana y Texas—, es munición de primera magnitud para dar empaque a la turbiedad de lo que nos cuenta.
Sin embargo, algo de esa magia y potencia se diluye en el tramo central de Galveston. Posiblemente debido a que es demasiado largo, haciendo que las varias idas y venidas emocionales de Cady —su inexistente, por reprimida, relación con Rocky, el momentáneo viaje hacia su pasado— y los días de playa socaven el hasta entonces impecable ritmo. Entiendo y aplaudo que Pizzolatto decida tomar el camino difícil, el que se centra en la psicología de los personajes, lidia con el espectro de la muerte, sueña con futuros irrealizables, anhela algo de paz y se recrea en los ambientes sórdidos y, no obstante, poéticos. Pero para cuando la realidad llama de nuevo brutalmente a la puerta, el impacto general de la obra, su intensidad se ha difuminado, aunque su conclusión, donde Pizzolatto muestra el enorme potencial al que puede llegar su ambicioso maridaje de novela negra y poética existencial, es simplemente soberbio. Seguramente, el “efecto True Detective” haya sacado las cosas de madre, y los parabienes desmesurados le hacen un flaco favor a la obra. Una pena que la sobreexposición y la sobredimensión mediática no deje disfrutar Galveston, un trabajo imperfecto pero notable, más considerando que es una primera novela, como merece.
La profundidad del mar amarillo, Nic Pizzolatto (Salamandra, 2015)
Y de la novela a los relatos. Aparecido después del éxito de Galveston, pero en realidad escritos con anterioridad —algunos de ellos aparecido en revistas como The Missouri Review, Best American Mystery Stories, The Atlantic Oxford American—, La profundidad del mar amarillo reúne once historias en las que Pizzolatto demuestra que constreñir al género negro es un error. Y es que estas historias están dominadas por los personajes y sus catástrofes mundanas, trufadas de tristeza, miedos y derrotas, en las que la violencia y el crimen, cuando aparecen, son más bien excusas para apuntalar la trama o armar inusuales resortes dramáticos desde los que dibujar a seres humanos en “peligro de extinción”. Poética de la desolación.
La profundidad del mar amarillo se abre con el sugerente Pájaro fantasma, primer ejemplo de que a Pizzolatto el noir solo le interesa si le sirve de vehículo útil para crear ambientes desgarradores y personajes varados por el miedo y la incomunicación. Como el taciturno, metódico y filosófico —el orientalismo satura en exceso la historia—, guarda forestal que hace salto base en paracaídas, cuya vida cambia radicalmente con la aparición de Erica, haciendo también que el terrible pasado regrese, paralizante, a su hasta entonces ficticiamente tranquila existencia.
En una especie de retorcido opuesto del relato anterior y nuevamente alejado del género criminal, a continuación nos topamos con el muy discreto La vigilia de Amy, sobre amores de segunda que se usan para suplir el vacío dejado por relaciones que marcan. Afortunadamente, el traspiés se olvida rápido gracias a 1987, en las carreras, la primera diana de la colección, en el que Pizzolatto utiliza con maestría varios elementos habituales del noir —un mafioso, apuestas y una mujer fatal, Therese— para contarnos el demoledor, humillante desmoronamiento de un padre a ojos de su hijo, cuando debían haber pasado un feliz día en el hipódromo.
Tampoco está nada mal el siguiente, Dos orillas, en el que tenemos un homicidio, un fraude y un personaje apellidado Robicheaux —también aparecía ese apellido en Galveston, como el detective de las obras del escritor James Lee Burke—, aunque, de nuevo, lo importante no reside en los crímenes, sino en el vacío dejado por esa muerte en dos personas derrotadas de antemano en una localidad sin esperanza de Luisiana. Atentos al devastador final.
En quinto lugar tenemos La profundidad del mar amarillo. Es comprensible que sea el relato que da título al volumen, ya que no solo resume a la perfección lo que Pizzolatto intenta transmitirnos con sus historias, sino que lo sublima. La búsqueda, algo demencial —se barrunta la idea del secuestro— y poderosamente desesperada de una hija por parte de su padre, entrenador, acompañado por Bob, un ex jugador suyo. Hay un viaje físico, de Texas a California, donde la descarriada joven ahora trabaja en la industria del porno. Pero es el viaje emocional de los protagonistas, abisal, inquietante y dolorosamente lastimero, el que produce congoja en el lector. De diez.
Tras semejante cuento, lo lógico era esperar un cierto bajón y, aunque al El gremio de ladrones, mujeres extraviadas y Sunrise Palms le falta mordiente, los personajes centrales tiene un halo de misterio y amargura muy bien conseguidos, y en el que los robos y los trapicheos son evidentes maneras de combatir la soledad de los desterrados en vida. También resulta reivindicable La plantilla, en el que ahora es una madre, profesora con notorias convicciones religiosas, la que busca a su politizado hijo, para ir descubriendo la realidad de una fuga que dice tanto de su contestatario vástago como de ella misma.
En cambio, Tierra acosada es bastante desconcertante con su extraña mezcla de relato de adolescentes descubriendo o utilizando el sexo como vía de escape ante una existencia insípida,mientras en su pueblo pierden el oremus ante la creencia de que los extraterrestres están a punto de llegar, incluido el pasivo padre del protagonista. Y luego está Nepal, el texto más largo y borrón sin paliativos de esta colección. Batiburrillo indigesto de estilos, resulta tedioso e informe.
La profundidad del mar amarillo necesitaba un buen cierre para no acabar siendo una antología demasiado desigual, a ratos incluso frustrante. Y lo consigue gracias a, en primer lugar, En busca y captura, que nos sitúa en el pueblo de mala muerte de LaTurse para contarnos la tragicómica —humor negro negrísimo, huelga decir— existencia de los Prater, una familia con casi más problemas que el PP casos de corrupción, en la que nadie es trigo limpio pero, al mismo tiempo, todos son aterradoramente humanos. Y finalmente, Tumbas de luz, con su elegíaco, sombrío y funéreo diagnóstico sobre el abandono, la culpa y la autoimpuesta condena de quien se ha quedado solo y prefiere regodearse en su derrota a intentar salir adelante.
Un patinazo y dos-tres relatos intrascendentes lastran pero ni mucho menos hunden el conjunto de La profundidad del mar amarillo, en el que encontramos a un narrador inquieto y con personalidad. Con ganas de arriesgar e insuflar carga emocional a un género que, con frecuencia, cae en la vacuidad por anteponer el estilo, los lugares comunes y los estereotipos frente a la profundidad y el desarrollo de los personajes. True writer, Nic Pizzolatto.
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