No todo tienen que ser actualidad y novedades. Y este humilde pero compulsivo lector —como cualquier compulsivo lector que se precie— siempre tiene «cuentas pendientes» literarias que resolver. Una de las más apremiantes era adentrarme en la obra del norteamericano Nelson Algren, autor de culto aunque no demasiado conocido por estos lares —con bastante de «malditismo», tanto por su prosa como por ser perseguido por el FBI y el McCarthismo—, considerado tanto precursor de los Beats como referente de muchos escritores obsesionados en retratar el lado más crudo del «Gran Sueño Americano». Algo que, gracias a Galaxia Gutenberg, responsable de la publicación en nuestro país de sus dos obras fundamentales —existían primeras traducciones de épocas pretéritas, pero no creo que puedan compararse con el impecable trabajo que Vicente Campos realiza aquí—, El hombre del brazo de oro y Un paseo por el lado salvaje, por fin he podido hacer. Bajos fondos, ¡allá vamos!
El hombre del brazo de oro, Nelson Algren (Galaxia Gutenberg, 2014)
Publicada originalmente en 1949, El hombre del brazo de oro es la novela más conocida y laureada de Nelson Algren, tanto por el National Book Award obtenido al año siguiente —a modo de curiosidad, fue la primera obra galardonada con el prestigioso galardón—, como por su posterior adaptación al cine de la mano de Otto Preminger y un reparto encabezado por Frank Sinatra, Eleanor Parker y Kim Novak —nada menos—. Pero lo mejor es que no hablamos de un libro cuyo valor reside únicamente en su categoría de «clásico» de las letras estadounidenses. 67 años después la novela sigue impactando, deprimiendo, afectando, agarrando por las solapas y estampando contra la pared al lector, invitado de excepción al aquelarre, paulatino si bien inexorable, ceremonioso aunque sin ápice de glamour, de un puñado de condenados en vida.
Ubicada en la segunda mitad de los años cuarenta, tras la Segunda Guerra Mundial, y en el llamado Barrio Polaco de un Chicago en demolición —pese a nacer en Detroit, Michigan, Algren creció y vivió en esa zona de la «Ciudad del viento», un lugar que narró como nadie—, El hombre del brazo de oro es el retrato de la cara oculta, la que no se quiere enseñar, de cualquier metrópolis con «pies de barro», y en este caso particular epítome de una América crepuscular, agriada, en crisis —insisto en la apabullante vigencia del libro— en la que muchos de sus maltrechos habitantes mataban sus frustraciones a través del alcohol servido en tugurios de mala muerte, timbas ilegales, drogas y prostitución. «Ven a la espalda de la ciudad. La que sostiene tu modernidad», que cantan Las Ruinas…
A ritmo de blues, jazz, soul y canciones populares de la época, en esas malas calles convertidas en trascendental personaje sobreviven a duras penas una cohorte de perdedores, descrita a sangre y fuego por Algren, y que gravitan en torno a Francis Majcinek, alias «Frankie Machine», alias «Crupier» —su clandestina profesión—, un protagonista central absolutamente colosal. Veterano de guerra, adicto a la morfina, inmerso en la miseria, sumido en una penitencia que oscila entre una vitriólica esposa sentenciada a una silla de ruedas a causa de un accidente que lo martiriza y una amante con la que construye castillos de naipes que el lector sabe de antemano se los llevará el viento. Un retrato abrumador de la desesperación humana. Es imposible no ver que Charles Bukowski, Hubert Selby Jr., Newton Thornburg, Paul Schrader o Sidney Lumet, entre muchos otros, se han empapado de la singular prosa de Nelson Algren, no exenta de una cierta poética pese a resonar certera y poderosa en el lector.
Pero es que aún hay más, mucho más. Porque Algren, como si su autor estuviera readaptando la obra maestra de Sherwood Anderson Winesburg, Ohio a su microcosmos de Chicago, engarza el devenir de Frankie a la anteriormente señalada legión de derrotados, haciendo de su novela un viaje coral al infierno en vida. La trama se va desarrollando, de forma virulenta, trágica e implacable, y personajes como Solly «Gorrión» Saltskin, Molly Novotny, Louie «Nifty Louie» Fomorowski, el capitán «Cabeza Archivadora» Bednarski, Sophie, Violet y un fascinante etc. se introducen en la historia, modulándola, dotándola de matices y voces diferentes. Hasta crear un asombroso y desolador panorama del abismo cotidiano.
La oscuridad y desesperanza de El hombre del brazo de oro golpea al lector, en especial en lo que se refiere a la terrorífica disección de la drogadicción y las relaciones afectivas viciadas, enfermizas, devastadoras. La novela duele y sobrecoge a partes iguales —casi resulta comprensible que por aquél entonces la obra generase polémica, incluso alguna que otra prohibición—, debido a su extrema aspereza y su estampa descarnada de la pobreza y la marginalidad. Porque sus ambientes, sus voces, sus latidos, sus olores, su fuerza, poseen esa cualidad fundamental en la literatura: poseen la verdad. Magistral.
Un paseo por el lado salvaje, Nelson Algren (Galaxia Gutenberg, 2011)
Aparecida en 1956 con gran éxito de ventas pese a la polémica y las acusaciones de proselitismo comunista, y también llevada al cine en 1962 —película menor, pese a contar con Jane Fonda, Anne Baxter, Barbara Stanwyck y guión adaptado del mismísimo John Fante— Un paseo por el lado salvaje no le anda a la zaga a la novela anterior. Comparte no pocos elementos comunes, sobre todo en lo que respecta a estructura y estilo, además de la querencia por los ambientes marginales. Y, no obstante podría argumentarse que resulte algo más deslavazada que la precedente, es incluso más ambiciosa en su retrato de «la otra América», como dirían mis admirados amigos de Sajalín.
Urdida alrededor de otro personaje imperecedero, la novela nos narra el periplo de Dove Linkhorn —parece que Algren tomó a su propio padre como modelo—, surgido de Arroyo, Texas, un pueblo de mala muerte más condenado si cabe por la Gran Depresión y el fanatismo bíblico liderado por el desquiciado padre de nuestro protagonista. Tras una primera experiencia laboral y ¿amorosa? de lo más enrevesada, el joven decide marcharse del lugar. Un vagabundo más en una época de penurias, aventuras y/o peligros constantes.
A partir de entonces, Algren nos propone una lectura de lo más absorbente y singular. Su novela bascula entre una versión lujuriosa y malévola de la fundacional Huckleberry Finn de Mark Twain, y la revisión, más ligera pese a la innegable sordidez de ambientes y situaciones, de la tremenda Nada que esperar de Tom Kromer. Extremos entre los que el autor navega con pasmosa solvencia, ofreciéndonos una narración que entronca claramente con la picaresca sin perder nunca de vista el análisis social de marcado corte realista —la sombra de Steinbeck planea en algunos pasajes y el homenaje a Dos Passos es evidente en su tramo final—, la literatura de aprendizaje vital y la pérdida de la inocencia… Una inocencia que nunca sabemos a ciencia cierta si es tal, porque tras la ignorancia del redneck Linkhorn y su aparente maleabilidad —especialmente ante las féminas— se esconde un tunante de aúpa.
No es casual que Algren sitúe el meollo de su libro en Nueva Orleans, cuyo sobrenombre The City that care forgot se acuñó precisamente en los años que recrea la novela. Ni que sus trapicheos varios acaben con Dove en Perdido Street, calle no demasiado aconsejable del ahora hiper-turístico Barrio Francés, alrededor de un burdel y, como ya ocurría en El hombre del brazo de oro, rodeado de personajes secundarios memorables, que ocasionalmente se apropian de la historia como Hallie, Kitty Twist, Oliver Finnerty o Achilles Schmidt. Pocos lugares en Estados Unidos más «al margen» y sacudidos por la desgracia y la degradación que Nueva Orleans.
Y luego está la inconmensurable página 394, la que seguro escoció hasta la urticaria insoportable a la demencia ultraconservadora —perdón por la redundancia— de Joe McCarthy y su bochornosa «caza de brujas». Dejo que hable el maestro Algren a través de Dove:
«Lo único que he encontrado eran dos clases de persona: las que prefieren vivir en el lado de la calle de los perdedores y no quieren salir adelante, y los que quieren ser los ganadores, aunque el único camino que les quede para ganar sea pasar por encima de los que ya han caído».
¿Orgullo proletario? No exactamente. «Sólo» literatura que sacude las tripas y cala hondo en el lector. Literatura que aflige y conmueve porque aún en el siglo XXI se antoja necesaria, precisa, relevante. Literatura sobre la «sal de la tierra». Imprescindible es un calificativo que se queda muy corto para definir la obra Nelson Algren.
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