Tal y como habíamos prometido en nuestro primer Especial lecturas navideñas, estábamos preparando una segunda parte, centrada en dar buena cuenta de varias novedades en el terreno de los libros sobre música —la mayoría de ellas aparecidas en los últimos meses del año—. Absolutamente brillantes, las siete lecturas que tienes a continuación a buen seguro van a resultar un regalo ideal para cualquier melómano musical. De nuevo gracias a las editoriales implicadas y, sin más, ¡comenzamos!

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Future Days. El krautrock y la construcción de la Alemania moderna, David Stubbs (Caja Negra, 2015)
Cuando se trata de libros de música y la obra viene publicada por Caja Negra o Contra, uno ya tiembla. Es la respuesta física lógica a la combinación de dos sensaciones, emoción y respeto, provocadas por lo que uno está a punto de leer: una obra fundamental. Eso es exactamente Future Days, que no sólo responde a las expectativas generadas con creces. Va mucho más allá, situando este ensayo sobre el Krautrock en una posición singular. David Stubbs no se sumerge únicamente en una música esquiva, mutante, sin duda muy influyente pero, aún hoy, bastante desconocida, alejada de los “grandes focos” —Kraftwerk aparte—. Sino que, a través de ella, traza un estimulante y ambicioso estudio cultural, sociológico, político, acerca de la Alemania de posguerra, su milagro económico, su complicada relación con su terrible pasado y su dual mirada al “amigo americano”. Ese es el complejo “caldo de cultivo” de una música que Stubbs desmenuza, banda a banda, ciudad a ciudad para poner en cuestión la existencia de un “movimiento Krautrock” homogéneo en el país, y para mostrar que detrás de los sonidos lo que había era un cambio —o al menos un intento— de paradigma, una relación diferente con la cultura —algo asimilable también al cine y al arte, incluso al humor—. Esa es la nueva y moderna Alemania a la que se refiere el subtítulo de la obra, a la que el Krautrock contribuyó en su construcción, pese a las modestas ventas —de nuevo Kraftwerk aparte— y respaldo dentro de sus fronteras durante aquellos años.

Estructurada en capítulos para cada grupo —más la poderosa introducción y el episodio final, inequívocamente titulado Después de Bowie, después del punk, hoy y mañana—, Future Days se revela como un puzzle donde las piezas no siempre parecen poder encajar, pero cuya compleción nos revela una imagen definitiva excepcionalmente rica. Es el “mapa del Krautrock”, una dispersa foto fija que nos lleva a Colonia, Düsseldorf, Hamburgo, Múnich, Berlín, a ciudades y ciudadanos en proceso de reconstrucción, a comunas, a flirteos con el radicalismo armado, a visiones cósmicas e indigestos delirios New Age —David en eso no hay “lado bueno“—, a aventuras dadaístas y, por supuesto, a los sintetizadores y el “abrazo de las máquinas”. Can, Kraftwerk, Faust, Neu!, Amon Düül, Popol Vuh, Cluster, Tangerine Dream, La Escuela de Berlín… Están todos y más. De hecho es otro aspecto a destacar del libro. Stubbs es un “completista”. Sin embargo, su motivación no es rellenar páginas y ganarse al lector a base de “cantidad”, sino reforzar la idea de que el Krautrock fue un fenómeno, artístico, social, cultural, descentralizado y sin apenas patrones comunes —experimentalismo, alejamiento consciente tanto del rock como de la música tradicional germana y rechazo frontal a las jerarquías dentro de los grupos—. No es de extrañar que el Krautrock influyera en la Neue Deutsche Welle en todos sus frentes, de Der Plan a Einstürzende Neubauten, pero también al techno, la música de baile, o bandas tan distintas como The Fall, Stereolab o Simple Minds. Y que aún hoy siga siendo estando vivo. Excepcional lectura.

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Der Klang der familie: Berlín, el techno y la caída del muro, Felix Denk y Sven Von Thülen (Alpha Decay, 2015)
Apretamos al botón de fast-forward y, sin abandonar Alemania, nos situamos en los últimos años de la década de los ochenta para asistir a un acontecimiento histórico-político de sobras conocido, la caída del muro de Berlín, y ponerle banda sonora: el techno. Utilizando la ya conocida fórmula de la historia oral —al estilo de Por favor, mátame sobre el punk o, más recientemente, Pequeño circo sobre nuestro indie patrio— los periodistas Felix Denk y Sven von Thülen logran situarnos en una capital forzosamente bicéfala a punto de implosionar, frente a dos juventudes, Wessies y Ossies, ajenas la una de la otra. Dos realidades destinadas a converger —pese a sus múltiples y notables diferencias— gracias a una música destinada al baile, al escapismo más hedonista y que, contra todo pronóstico, se transformó en un elemento clave para entender la reunificación alemana y la creación de una cultura popular urbana comunitaria en una de las ciudades más libres y abiertas del planeta.

En mi opinión, la relevancia de Der Klang der familie no reside tanto en la enumeración colectiva de los temas, DJs, sellos y locales claves, muchos convertidos ya en mito —E-Werk, UFO, Tresor—, del techno en la capital alemana —contradiciendo a la fría historia que sitúa el nacimiento del estilo musical en Detroit, no es donde naces, es donde estableces tu verdadera patria, hogar que acogería con los brazos abiertos a los padrinos norteamericanos—, sino cómo los propios “actores” de aquellos años —Marusha, Dr. Motte, Jeff Mills, Derrick May, Mike Banks, Alec Empire entre muchos otros— van hilvanando el relato necesario para entender los motivos que llevaron al techno a establecer una simbiosis sociocultural con Berlín. La música, electrónica, acelerada y sin demasiados vínculos con el pasado como el perfecto vehículo de expresión de una juventud ansiosa de libertad. Un canal, alucinado, moldeable y vertiginoso por el que lanzarse en busca de un futuro, oportunidades, diversión, un punto de locura —y también evidente peligro, con las drogas y la combustión espontánea de una vida espídica—. Una excusa para ser parte de algo no impuesto por la dictadura de las armas y el miedo, cristalizado en la organización del Love Parade. Apasionante e intenso incluso para no versados en la música electrónica.

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Todo el mundo adora nuestra ciudad. Una historia oral del grunge, Mark Yarm (Es Pop, 2015)
Y de historia oral a historia oral, pero saltando del centro de Europa al noroeste del Pacífico de los Estados Unidos. Sí, poneos vuestras mejores camisas de cuadros y tejanos más desgastados y dejad que vuestras melenas ondeen al viento. Nos vamos a Seattle. A hablar del grunge. Construido a partir de más de 250 entrevistas a toda la plana mayor de la escena —miembros de Nirvana, Pearl Jam, Soundgarden, Alice in Chains, Screaming Trees, Hole, The Melvins, Mudhoney, Mother Love Bone, Temple of the Dog, L7, Babes in Toyland, TAD, The U-Men, Candlebox, fans, productores, directores de cine y vídeos, fotógrafos, publicistas… en serio, creo que es más sencillo buscar quién falta— el periodista musical Mark Yarm pormenoriza el nacimiento, eclosión y apogeo de un movimiento cuyas coordenadas temporales establece en apenas una década, de 1985 a 1994, acabando con la muerte de Kurt Cobain en 1994. Vive deprisa. Deja un bonito cadáver.

Y pese a que ese final, esperable pero abrupto, sería la única pega que poner al libro, ya que nos escatima a los protagonistas de esta historia teniendo que lidiar con sus respectivos ocasos —dependiendo del caso, claro— y esa peliaguda cuestión del “legado”, por lo demás Todo el mundo adora nuestra ciudad es una lectura más que recomendable, contagiosa. Yarm ha creado un artefacto literario que se devora gracias a sus breves capítulos, su vivísimo ritmo y la desenfada franqueza de los entrevistados, ofreciéndonos fragmentos hilarantes, como el del artículo de Vogue sobre la moda grunge, otros kafkianos en su absurdidad, como los comienzos ruinosos de Sub Pop o las consecuencias para medios y multinacionales del inesperado boom de Nevermind en 1991, poniendo el “planeta pop” patas arriba y, también elocuentes y emotivos, ya que fueron unos cuantos a los que los excesos se llevaron por delante antes de tiempo. Entretenidísimo y diáfano relato coral. Ahora podréis saber lo que debió ser vivir en Seattle durante aquellos años…

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New Order, Joy Division y yo, Bernard Summer (Sexto Piso,2015)
La única biografía musical “al uso” de esta selección viene a completar una de las historias musicales más icónicas, potentes y también conocidas, Joy Division y su mito pero también, y aquí encontramos la principal novedad, ofrecernos el “siguiente capítulo”, es decir, New Order, algo en lo que la mayoría de material disponible en nuestro país hasta el momento —libros, películas, memorabilia— apenas había entrado. Quedan por llegarnos las memorias de Peter Hook —y su volumen sobre ese desastre llamado The Haçienda— pero, mientras tanto, bienvenidas sean estas memorias por proporcionarnos otra de las caras de la historia, a cargo de Bernard Summer, guitarrista, fundador de Joy Division y líder de New Order. Además, aparecen en un momento de “resurrección” de la veterana banda, de actualidad gracias a su muy recomendable último disco Music Complete.

Summer escribe con fluidez y con una más que agradable ausencia de grandilocuencia, tanto en su prosa como acerca de su figura y la del grupo. La humildad con la que desgrana su trayectoria hace de sus memorias un relato bastante cercano al lector. Eso viniendo de uno de los miembros principales de dos bandas capitales de las últimas cuatro décadas. Eso viniendo de uno de los líderes de dos grupos “acusados” de fríos, herméticos, sombríos. Nada de eso. Summer se adentra primero en su dura infancia —contada con cero victimismo— marcada por la enfermedad materna, familiar, para describirnos como el sonido Joy Division era indisociable de Manchester. A continuación, naturalmente, casi con un punto azaroso, narra cómo se gestó, de la nada, una escena que convertiría la gris ciudad industrial en la meca del post-punk con ellos, Buzzcocks, A Certain Ratio, Tony Wilson y Factory, o Martin Hannett y Rob Gretton como actores protagonistas. Y por supuesto, lidia con la tragedia de Ian Curtis con respeto, delicadeza y la honesta sensación de la pérdida de un amigo al que nunca llegó a entender del todo. Y nos explica cómo de la fatalidad y una nueva dirección sónica nacería New Order.

Con algo más de medio libro por delante, Summer tiene páginas de sobra para detallarnos los pormenores de la entonces nueva y dubitativa banda, desde los aspectos “prácticos” relativos a reemplazar a Ian —de nuevo sincero al subrayar sus dudosas habilidades como cantante y letrista— y los roces con Peter Hook —el primer indicio de lo que estaba por venir— acerca del “nuevo sonido” electrónico y de baile, el éxito inesperado de Blue Monday y su rápido ascenso al “panteón musical”. También hay tiempo para las anécdotas, la mayoría en forma de tremendas juergas donde desfilan Bez de los Happy Mondays, Johnny Marr —¿para cuándo sus memorias?— los Pet Shop Boys, etc, que al mismo tiempo le sirven para poner de relieve los riesgos a los que exponía su salud y el “agujero negro”, económico y de seguridad, que era The Haçienda. Y así hasta “anteayer”, con New Order refundándose tras la calamitosa salida de Peter Hook que Summer cuenta, en mi opinión mordiéndose la lengua, con amargura y estupefacción y, no obstante, también con la determinación de quién ha pasado página y afronta el futuro inmediato con optimismo. Lúcidas memorias.

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El arte de pedir, Amanda Palmer (Turner, 2015)
En cambio, Amanda Palmer es una artista demasiado inclasificable y escurridiza para hacer unas memorias tradicionales, así que no es de extrañar que el libro que tenemos entre manos sea un singular híbrido de géneros, autobiografía, relato confesional y manual para el artista en la era digital, un texto desordenado, locuaz y a ratos tan desconcertante como sugerente. En realidad, la ampliación de una charla dada en la plataforma de ideas TED, El arte de pedir es una reflexión sobre el artista, su arte y su relación con el público. Ya antes de lanzarse al mundo de la música, la controvertida Palmer decidió que se ganaría la vida interactuando con el público, pidiendo en la calle mientras hacía de estatua viviente. De esos comienzos a The Dresden Dolls y sus problemas con una multinacional hasta la decisión, más bien el lanzamiento a una insólita aventura, de financiar sus discos en solitario gracias al crowdfunding, lo que se desprende y hace más atractivo a este libro es la propia figura de Palmer, indómita y valiente. Genio y figura.

No acabo de entender los motivos por los que su pareja, el celebérrimo escritor Neil Gaiman, y su vida íntima ocupa tantas páginas, ni por qué no sé adentra en polémicas, como por ejemplo la desatada —provocando la ira de Steve Albini, entre otros— a raíz de no pagar a sus fans músicos cuando estos tocaban con ella en sus discos financiados a través de Kickstarter —luego rectificó—. Pero sólo por el hecho de exponer los entresijos del crowdfunding, buscar romper totalmente las barreras artista-fans —mediante el couchsurfing y una interacción espectacularmente intensa con ellos— planteando una relación basada en la solidaridad y la ayuda mutuas, y provocando que el lector se haga una serie de preguntas a sí mismo —en qué lugar colocamos el arte/artista en nuestra vida, qué pensamos acerca de la comercialización y los canales de comunicación de ese arte ¿o producto?, donde situamos y cómo valoramos su trabajo ¿o acaso no lo consideramos un trabajo?— de lo más necesarias, estimulantes y actuales. Por tanto, estamos ante la lectura de una rareza… de lo más absorbente.

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33 revoluciones por minuto. Historia de la canción protesta, Dorian Lynskey (Malpaso, 2015)
Impresionante. Si después de 900 páginas uno se queda con ganas de más es que está frente a una obra maestra. Vale, tenía todos los números para que 33 revoluciones por minuto me gustase —politólogo, periodista y obseso musical— pero lo que ha hecho el crítico musical británico Dorian Lynskey —escribe para The Guardian y antes para Q, Spin, The Observer o Empire— es absolutamente memorable. Entre nosotros, también me ha tirado por tierra la idea recurrente del libro que, algún día, uno ambicionaba escribir. Pero cuando se hace con semejante maestría, lo único que se puede hacer es quitarse el sombrero. Y es que Lynskey se ha adentrado en uno de los terrenos más pantanosos que existe al hablar de música popular, la canción protesta y sus repercusiones sociales, para traernos un fresco histórico-social del siglo XX y el comienzo del XXI sencillamente colosal.

En consonancia al título, 33 son las canciones escogidas para trazar la historia y evolución de la canción protesta. Dicho así, se nos antojaría como una selección ridículamente escasa para tomarnos el libro en serio, pero Lynskey tan sólo las utiliza como el punto de partida para segmentar su obra en cinco períodos temporales, que a su vez divide en varios temas que, para él, definen las diversas luchas y momentos de conflicto en los que una determinada canción/nes fueron significativas o reflejaron el espíritu de cada época, ya sea como vehículo para dar voz a la sociedad o para catalizar las diversas tensiones sociales.

Así, 33 revoluciones por minuto no se limita a explicar el origen de cada canción, las motivaciones de su autor/es y de qué forma quedó vinculada a ciertas reivindicaciones, sino que los temas escogidos son sólo la excusa para analizar la compleja relación entre la cultura y el poder, y también sobre su uso e intento de apropiación por parte de éstos en situaciones de malestar social. Al ojo clínico de Lynskey tampoco se le escapa señalar la complicada posición del músico convertido en estandarte o portavoz generacional —el ejemplo más conocido es Dylan, claro, pero no el único—, y como este papel ha ido evolucionando con el tiempo. Del sobrecogedor capítulo dedicado a Víctor Jara, donde el artista pasa a ser objetivo a eliminar de la abominable dictadura que arrasó Chile a la bobería, bienintencionada pero bobería, del Live Aid orquestado por Bob Geldof hay un mundo. De Billie Holiday haciendo de Strange fruit el primer himno universal en contra de la segregación racial a la peliaguda situación de James Brown, enésimo Tío Tom para Malcolm X y los Panteras Negras o abanderado del diálogo entre blancos y negros en los 70 para medios y autoridades media un abismo. Entre la enconada lucha desde la cultura —al menos, los primeros años— contra la vileza incomparable de Margaret Thatcher, al silencio o incomodidad de los artistas inmediatamente después del 11-S la distancia es sideral. Impresionante crónica humana, social y musical. Indispensable lectura.

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Yeah! Yeah! Yeah! La historia del pop moderno, Bob Stanley (Turner, 2015)
Y acabamos este especial con Bob “Enciclopedia” Stanley, escritor, periodista musical y miembro fundador de Saint Etienne, y su recién publicado Yeah! Yeah! Yeah!, un portentoso intento de condensar —bueno, maticemos, en 750 páginas— y radiografiar la historia y evolución de eso que llamamos música pop, y que el bueno de Stanley entiende como “todo aquello que entra en las listas de éxitos”, “tiene un público que el artista no conozca en persona” y requiere de “discos, sencillos o álbumes, que son promocionados actuando en televisión o saliendo de gira”. Por tanto, para él el pop incluye el rock, el rhythm and blues, el soul, el hip hop, el house, el techno, el heavy metal y el country. No sólo eso, sino que la promiscuidad estilística es una constante, tan permanente como necesaria, para que el pop no deje de evolucionar y transformarse en los 60 años, de 1955 hasta nuestros días, de los que se ocupa este ambicioso trabajo.

Stanley hace las veces de espeleólogo, historiador, teórico y crítico musical, todo en uno. Es decir, nos sitúa cronológicamente en cada época y, a partir del contexto social de cada una, nos habla de sus canciones fundamentales, sus escenas asociadas y sus iconos. Pero lo más interesante son sus opiniones —el “rockismo” como un tic snob todavía presente, la a su juicio falsa separación entre pop y rock, el ninguneo de parte de la música negra, la música electrónica y disco— y su interminable afán por mostrar las conexiones y ramificaciones del pop, irreprimible, maleable, con sus reglas aún no escritas, siempre vivo. Yeah! Yeah! Yeah! invita a liberarse de los prejuicios y a dejarse conducir por su entusiasta autor. Sólo así el lector quedará en feliz shock al descubrir que el doo-wop y el house vía sonido Filadelfia son parientes, como el punk supuso un cambio radical de las reglas o un regreso a las raíces, dependiendo de quién opine. O como Queen, que repudiaba los sintetizadores abiertamente en sus inicios se convirtiera en uno de los padres del hip hop gracias a su ultra-sampleado Another One Bites The Dust.

También hay espacio para movimientos más minoritarios o aún no catalizados en los hit parades, así como artistas y bandas cuya influencia no se tradujo en mareantes cifras de ventas —de la Velvet Underground a los Stooges, Minor Threat o Juan Atkins— o “segundones” que, ya fuera trabajando en la sombra o empujando los sonidos desde un cierto anonimato —compositores a sueldo, DJs, locutores de radio, productores, ingenieros de sonido— fueron esenciales en la creación de muchas de las páginas más memorables de esa cosmogonía que conocemos como pop y que ahora, gracias a Bob Stanley, tiene su propio y vibrante manual de historia.

¡Felices fiestas y aún más felices lecturas!