Es el acontecimiento literario del año —y me quedo corto, acostumbrados como estamos a que lo best sellers sean pura bazofia— y en Indienauta no íbamos a dejarlo pasar. El hallazgo y publicación, no exenta de polémica —luego entraremos en detalle sobre ella— del manuscrito de Ve y pon un centinela, la primera novela escrita por Harper Lee, la mítica autora de Matar un ruiseñor, uno de esos clásicos imperecederos que todo ser humano debería leer y que hacen de la literatura —también el cine— algo incomparable, nos devuelve a Scout, Atticus Finch y Maycomb, Alabama, a la actualidad. Harper Collins Ibérica es la responsable de su publicación en España, que además ha acompañado con una nueva traducción de su obra maestra. Así que nos vamos, con sumo placer, de nuevo al profundo sur.
Matar a un ruiseñor, Harper Lee (Harper Collins Ibérica, 2015)
¿Qué se puede decir de Matar un ruiseñor en 2015? Pues que 55 años después de su primera edición no ha perdido un ápice de su fuerza y magia. Es el mito sureño, su aroma y personajes secundarios, esa retahíla de historias, anécdotas y leyendas acerca de las gentes de ese imaginario y a la vez tan creíble Maycomb —sacado de su Monroeville natal— con, por supuesto, Boo Radley a la cabeza. Es el misterio de la infancia transformado en una de las voces más inolvidables que ha dado la literatura, la de Jean Louise Finch, nuestra querida Scout, solo comparable a la Mick Kelly del Corazón es un cazador solitario. Es la calidez y los golpes de humor genuino en medio de una historia dura, de injusticia, prejuicios de clase, ignorancia, racismo y supersticiones. Es el amor indisimulable de Lee por sus personajes, que contagia al lector. Y, claro, es Atticus Finch —con la cara, expresiones y gestos de Gregory Peck— no solo defendiendo al pobre Tom Robinson, sino a todos nosotros, convirtiéndose en una referencia moral sin necesidad de imponerse, en el adalid del valor de la justicia sin pontificar. En un héroe que, a diferencia de la tradición e idiosincrasia norteamericana, nunca necesita recurrir a la violencia. Puedo seguir durante horas, pero estoy seguro que ya lo habéis entendido. Este libro es hermoso. Este libro es emocionante. Este libro nunca morirá.
Ve y pon un centinela, Harper Lee (Harper Collins Ibérica, 2015)
Llegamos a la nueva novela, pero antes estamos obligados a detenernos un instante en los pormenores de su “peculiar” publicación. Ve y pon un centinela fue escrita tres años antes de Matar a un ruiseñor, pese a que los acontecimientos que en ella se narran suceden 20 años después de éste. De hecho, al menos a tenor de los artículos consultados, parece que la novela hasta ahora inédita en realidad es el germen de Matar a un ruiseñor, un manuscrito que en 1957 llamó la atención de un editor no tanto como obra completa, sino por el fantástico potencial de los flashbacks en los que aparecía la pequeña Scout, animando a Harper Lee a centrarse en esos fragmentos. Así, tras varias reescrituras, nacería Matar a un ruiseñor. Entramos entonces en la parte “más turbia” de la cuestión, la del “negocio editorial”. Una nonagenaria afable pero con sus facultades mentales mermadas, protegida de los cantos de sirena editoriales por su aún más mayor hermana Alice. Pero cuando Alice fallece —a los 103 años, poca broma—, junto a su flamante nueva abogada Tonja Carter, antigua socia de la hermana, Lee acepta publicar lo que se anuncia a bombo y platillo como la secuela, en teoría recién descubierta, de uno de los mayores obras de la literatura universal del siglo pasado. Que cada cuál saque sus propias conclusiones..
Volvamos a la novela. Ve y pon un centinela es una idea absolutamente formidable cuya ejecución no consigue satisfacer las expectativas que, seamos justos, eran posiblemente inalcanzables —¿cuántos libros pueden compararse a Matar a un ruiseñor?—. Es una auténtica lástima que Harper Lee, una vez publicada su inmortal obra, olvidase en un cajón estas páginas. Tanto el planteamiento, veinte años después, situándonos en el Maycomb de los años cincuenta, zozobrante ante las tensiones raciales y los cambios sociales por venir, resistiéndose a perder “sus esencias”, “sus valores”, como la fascinante voz de nuestra ahora veinteañera Scout, lenguaraz, punzante, desacomplejada e independiente, que regresa a casa por unos días desde la moderna Nueva York donde ahora vive, como el contraste entre esos dos mundos, Maycomb y Nueva York, la familia Finch y Jean Louise, que inevitablemente van a chocar, es sencillamente colosal. Igual que el aspecto más comentado y polémico de la novela: el supuesto descenso a los infiernos de nuestro héroe literario Atticus Finch —personaje que se estudia en las escuelas estadounidenses, que envidia, como ejemplo de honradez y la defensa y el valor de la justicia, ¿quizás la razón por la que Lee nunca reemprendió la historia?—.
¿Es ahora Atticus un racista? En mi opinión, ni por asomo. Pero Lee abandona el arrollador idealismo de Matar a un ruiseñor, recordemos escrito desde el punto de vista de una niña que adora a su padre, y lo reemplaza por el desencantamiento de una adulta que ha salido de su zona de confort, Maycomb, ha visto mundo y ahora regresa a un hogar que, necesariamente, ya no puede ver con los mismos ojos. Ve y pon un centinela habla de madurar y pensar por uno mismo. De evolucionar. Atticus, ahora anciano enfermo, era un paladín del progresismo y la igualdad en los años treinta, se ha quedado estancado —cosa que él mismo admite— demasiado apegado a su modo de vida y a la realidad del Sur. Es demasiado tarde para él, para adaptarse a los nuevos tiempos. Pero sin Atticus no habría Scout. En una decisión literaria sublime, que para mí justifica la existencia de este libro, pese a sus defectos formales y su más que discutible gestación. No es tanto “matar al padre” sino humanizarlo, enseñar que no hay blancos o negros y que todos somos hijos de una época —¿o de verdad os pensáis que Platón, Aristóteles eran “demócratas” tal y cómo definimos el concepto hoy? ¿o en serio creéis que la ley D’Hondt o las listas cerradas fomentan la igualdad de voto?—.
Desgraciadamente, Ve y pon un centinela padece de un mal sencillo de explicar: Harper Lee no trabajó la novela —por decisión propia—, sino que extrajo de ella Matar a un ruiseñor, descartándola. Por eso, a veces uno tiene la sensación de que la obra se desarrolla de forma atropellada, por ejemplo al presentar al Consejo Ciudadano, que en realidad solo aparece una vez, que la resolución de la obra llegue tras apenas un par de discusiones —aunque es muy placentero ver que el tío Jack por fin tiene un papel importante—, o que varias escenas estén excesivamente “cocinadas” para que Lee pueda enseñarnos el contraste/conflicto Jean Louise versus Maycomb, caso del «evento social» del café organizado por la tía Alexandra. Lo que decía, una pena.
¿Qué pesa más en la balanza? Eso os lo dejo a vosotros. Para mí, por mucho que la novela en su conjunto diste bastante de ser redonda, cualquier excusa que haga releer y ponga en el candelero Matar a un ruiseñor es bienvenida, Si, además llega en forma de nuevas y emocionantes situaciones de unos personajes que ya son parte de la memoria —y el corazoncito— de uno, tan intensas que remueven vigorosamente por dentro —la dolorosa escena con Calpurnia no se me olvidará mientras viva— y provocan encarnizadas discusiones a posteriori, hacen que la existencia de Ve y pon un centinela sea algo a celebrar. Maycomb sigue vivo…
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