La culpa la tienen los primeros R.E.M., Flannery O’Connor, Carson McCullers, sabias editoriales «al margen» o expertas en «trabajos sucios». La cuestión es que uno sigue, recurrentemente, regresando al Sur de los Estados Unidos. A veces pienso que ya no puede dar mucho más de sí. Pero siempre hay espacio para la buena literatura que, sí lo es, sabe diferenciarse del resto. Es el caso de El paso siguiente en el baile de Tim Gautreaux, una relectura más afable de unas condiciones y situaciones vitales extremas, junto a una mirada muy humana a un ecosistema y tradición de un lugar harto singular. Además, supone el estreno de La Huerta Grande en esta sección —¡bienvenidos!—. Así que ¡todos al Bayou Country!
Nacido en 1947 en Morgan City, Luisiana, Tim Gautreaux ha escrito tres novelas y cuatro colecciones de relatos. Doctorado en Literatura Inglesa por la Universidad de Carolina del Sur, estudió escritura con James Dickey y Walker Percy. En 1972 comenzó a ejercer de profesor de esa materia en la Universidad del Sureste de Luisiana, labor realizada hasta su jubilación en 2003. Su obra ha aparecido en The New Yorker, The Best American Short Stories, The Atlantic, Harper’s y GQ, y le ha valido premios tan prestigiosos como el SEBA Book de 1999 y, en 2005, el John Dos Passos. La Huerta Grande ya publicó su debut, la colección de relatos El mismo sitio, las mismas cosas, mientras que este El paso siguiente en el baile fue su primera novela publicada. Actualmente, Gautreaux vive junto a su esposa en Chattanooga, Tennessee.
Para alguien que ha leído mucho sobre ese Sur, el arranque de El paso siguiente en el baile oscila entre el tránsito por territorios conocidos en «clave doméstica», junto a un cierto descolocamiento, más bien agradable, por lo novedoso. Ello es debido a un tono más ligero —esas pendencieras escaramuzas y equívocos etílicos son más bien hilarantes— tan solo en apariencia. Porque Gautreaux pronto muestra la profundidad de su mirada, capaz de imbuir al lector en un universo tan sumamente particular como delimitado. Su íntimo conocimiento de ese entorno y sus gentes, así como un marcado sentido del folclore y la tradición, el rito, sin apelar a lo grotesco o lo marginal —presente, jamás esencial— impregna toda la novela.
Ese restringido hábitat en El paso siguiente en el baile responde al nombre de Tiger City, personaje central del libro, un pueblo del Golfo de Luisiana en el que el petróleo y la pesca son los motores de la zozobrante economía, y donde el alcohol, el baile y las peleas son la distracción frente al tedio y los nubarrones que se ciernen sobre la zona. En ese entorno, Paul y Colette Thibodeaux deberían ser el matrimonio perfecto, los jóvenes más atractivos y queridos del lugar. Así es para Paul, plenamente realizado: sentimentalmente, con su trabajo reparando cualquier tipo de máquina, y su epicúreo hobby de bailarín. Pero no para Colette, constreñida por la falta de horizontes del lugar… ¿y su marido?
Colette rompe con todo y emprende una ¿huida? a California en busca de una vida mejor, con Paul siguiéndola poco después, desesperado por salvar la relación. Es entonces cuando El paso siguiente en el baile ofrece su primer giro de guion, trasladando convincentemente el extrañamiento permanente de dos sureños ahora anónimos, lejos de su familia, en un Los Ángeles fundado en el valor del dinero y las posesiones. Gautreaux confronta las actitudes de ambos —Colette frustrada por ese anhelado materialismo que no colma su vacío, Paul más dúctil gracias a su destreza laboral, pese a su «clandestinidad»— y expone la imposibilidad de sus personajes a plegarse ante la rueda del sistema —especialmente terrible para una mujer—.
Esa dignidad será fundamental en el delicado regreso de la truncada pareja a casa. Tiger City ha quebrado, y las estrecheces económicas se suman al inexorable paso del tiempo que asola a sus respectivas familias. Tim Gautreaux redobla la apuesta y lleva a la trama a coquetear con diversos géneros. Primero con un episodio cercano al noir, en el que la violencia, ahora generada por la vileza y corrupción foráneas arribadas al agobiado pueblo, pierde su comicidad previa. Luego, con una pura y adictiva novela de aventuras náutico pesqueras en el Golfo de Luisiana que es una celebración del «clan sureño». Lo relevante es que las «vueltas de tuerca» narrativas no pierden de vista la idiosincrasia, el paisaje y el vesperal momento de la vida sureña. Y que, definitivamente, el peso del libro recae en Colette.
Y es que, mientras los hombres del libro, incluido Paul, tienden a ser más simplones, Colette es el personaje que evoluciona, crece y determina el devenir de El paso siguiente en el baile. De un comportamiento inicial intransigente, cuando no directamente mezquino, a tomar decididamente las riendas de su vida, con deliciosos pasajes a lo «Diana la cazadora» de por medio —uno de ellos no apto para votantes del PACMA—. De chocar frontalmente con una definición de éxito «importada» y capitalista, a encontrar su identidad, su lugar en el mundo y, finalmente, la estabilidad emocional, en sus propios términos.
Quizás sea la costumbre, por la que uno aguarda la explosión de implacable «ira paleta». O la existencia de algún subrayado, muy menor pero a mi juicio innecesario, sobre las cuitas sentimentales de Colette y Paul. Pero el riesgo de pecar de «blando» está ahí durante buena parte de la novela. No obstante, El paso siguiente en el baile sale incólume gracias a una razón esencial. Tim Gautreaux es un magnífico narrador, paciente, meticuloso y naturalmente lúcido —rasgos que la traducción de José Gabriel Rodríguez Pazos recoge a la perfección—, cuyo relato de trazo clásico no exento de ingenio y acción no deja de avanzar. Por tanto, que semejante dominador de su oficio y la vida sureña haya optado por la benevolencia y la compasión en realidad supone una refrescante sorpresa. Pocas voces más autorizadas que la suya.
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