Hoy, por fin y gracias a la infinita sabiduría de Impedimenta, tacho a una autora que llevaba demasiado tiempo pendiente en mi lista. Me refiero a Mary McCarthy, una de las grandes intelectuales estadounidenses del siglo XX, y El grupo, su novela más conocida y controvertida. Un clásico moderno que radiografía la vida adulta, el feminismo y la cambiante realidad sociopolítica de su país a través de nueve mujeres jóvenes —con mucho de ella misma—, recién licenciadas del elitista Vassar College en la Nueva York de entreguerras.
Nacida en una familia acomodada en Seattle en 1912, Mary McCarthy quedó huérfana muy joven y, tras escapar de la severidad católica de su tío, fue criada en NY por sus abuelos maternos, judíos y protestantes. Graduada de Vassar en 1933, en esa década trabajó en The Nation, The New Republic, Harper’s Magazine y el New York Review of Books. Popular como escritora satírica y activista de izquierdas —feminismo, anti-Vietnam y Nixon—, se codeó con intelectuales como Edmund Wilson —segundo de sus cuatro esposos—, Dwight Macdonald, Elizabeth Hardwick o Hannah Arendt, ambiente que retrató sin piedad en El oasis (1942), su escandaloso debut. Más reconocimiento y gresca aún le brindó El grupo (1963), que estuvo dos años entre los más vendidos del New York Times. Además, McCarthy fue profesora en el Bard College y en el Sarah Lawrence, miembro del National Institute of Arts and Letters y National Medal for Literature. Murió en Nueva York en 1989.
Sobre el papel, El grupo es una novela de historias cruzadas de manual. Un relato coral, ágil y punzante dada la pluma de McCarthy, aunque con el peligro de ser excesivamente locuaz y digresiva —show, don’t tell— acechando por momentos. No obstante, desde su mismo inicio, la boda de Kay Leiland Strong en 1933 con el aspirante a dramaturgo Harald Petersen —nótese el nada velado parecido con el actor Harald Johnsrud, primer marido de McCarthy—, el lector se encuentra ante una obra de pegada muy especial. Porque el evento no sólo reúne a nuestras recién licenciadas co-protagonistas. Es la primera muestra de una novela convertida en fresco de una época y, sobre todo, una mentalidad femenina en fricción y transformación.
Ello se debe a que, mediante las Kay, «Pokey», Dottie, «Lakey», Polly, Priss, Helena, Libby y Norine, Mary McCarthy nos habla de casi TODO. Por El grupo aparecen Roosevelt, el «New Deal» y las consecuencias del «crack del 29». Luego la Segunda Guerra Mundial. Socialismo y —¡vade retro!— comunismo, ya sea como amenaza o esperanza. La incorporación de la mujer al mercado laboral. El matrimonio y el amor libre. Los roles de género. La maternidad. El psicoanálisis. La clase social. El estatus, en algún caso perdido por la crisis económica y socialmente puesto en cuestión. El sexo y los métodos anticonceptivos. No me extraña que su publicación levantase ampollas —Australia la prohibió—. Y no había Twitter ni tertulianos…
Porque McCarthy está hablando, de una forma explícita, harto autobiográfica y, lo que es todavía más relevante, resonantemente femenina, sobre la libertad —la verdadera, no el yermo eslogan político— e independencia de la mujer. Sus mujeres, bulliciosas, ambiciosas, cultas y «con posibles» —siempre es más fácil abrirse camino desde la élite—, no responden al patrón atávico que se les ha marcado. Y no quieren ser sus padres. Pero los proyectos, las nobles —¿utópicas?— expectativas se dan de bruces con el anhelo romántico y la realidad adulta, descorazonadora y dependiente, en lo profesional y, especialmente, lo sentimental. El grupo es una crónica generacional tanto del desencanto como del «problema sin nombre», que diría Betty Friedan.
El grupo es extraordinariamente audaz. La inteligencia con la que McCarthy se zambulle en las mentes de sus protagonistas y transita de una a otra en cada capítulo, unida a la prosa fluida y estilosa —fielmente reflejada por la traducción de Pilar Vázquez— es portentosa. Sin embargo, e incidiendo en lo ya comentado, esa perspicacia psicológica va acompañada de una minuciosidad agotadora, mermando ciertos personajes —el caricaturesco Harald, la dialéctica Norine, inverosímil e insufrible—. Asumo que tanto detalle —vestidos, decoración, comidas— es parte del mordaz juego de la autora con sus creaciones, contrariadas entre los ideales más elevados y la pura vanitatis. Pero el exceso de digresión puede sacarte de la obra en más de una ocasión.
En cualquier caso, la novela tiene demasiado bueno que ofrecer al lector. El conflicto permanente, harto frustrante, entre tradición e iconoclastia —de nuevo, no debe olvidarse el peso de la autobiografía—. El meollo de las zozobras, miserias y contradicciones combinadas de estas «niñas bien». La trama de múltiples caras que, en realidad, es una sola bien compleja y relevante. O el poso que deja su aciago desenlace, en un 1940 que además deja vislumbrar sombras prebélicas. El grupo te absorbe. McCarthy invita a pensar —¿cuánto se ha cambiado?— mientras su lectura se disfruta… y escuece.
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