Antes de Vladimir Putin —versión 2022—, los malos malísimos eran Nicolás Maduro —ahora nuevo colega de las democracias «de bien»— y claro, Kim Jong Un. Quizás el norcoreano fuera el villano más deleznable. A la vez el más risible, carne de meme o imitación caricaturesca. Y, a buen seguro, el más desconocido. Algo a lo que Capitán Swing, gracias a la periodista neozelandesa Anna Fifield quiere poner remedio con El gran sucesor. El destino divinamente perfecto del brillante camarada Kim Jong Un. Hablemos, pues, del «Amado y Respetado Líder»… 

Nacida en Hastings en 1976, Anna Fifield comenzó su andadura periodística en el Rotorua Daily Post y el servicio de noticias NZPA. En 2001 se trasladó a Londres, empezando una labor de 13 años como corresponsal en el extranjero del Financial Times, lo que llevaría trabajar en más de una veintena de países, entre ellos Washington D.C., Beirut, Teherán, y Seúl, y cubrir eventos como las elecciones presidenciales iraníes de 2009 o las estadounidenses de 2012. Entre 2014 y 2018 fue jefa de la oficina de Tokio de The Washington Post de 2014 a 2018, así como de la de Beijing. Tras cubrir la epidemia de la Covid y publicar El gran sucesor en 2019 —traducido ya a 24 idiomas, aquí a cargo de Francisco J. Ramos Mena—, Fifield regresó a Nueva Zelanda en el 2020 para convertirse en editora de The Dominion Post

Pero es su desempeño sobre Corea del Norte la que otorga a Fifield una credibilidad a prueba de tertulianos. Obtuvo la única entrevista con la tía de Kim Jong Un, que vivía en los EE.UU. desde 1998. Fue la primera en transmitir en vivo en Facebook desde el hermético país en 2016. Cubrió la historia del malogrado estudiante universitario Otto Warmbier, encarcelado en Pyongyang. En 2017 entrevistó a más de 25 norcoreanos fugados a Corea del Sur, en un reportaje publicado en inglés y coreano. Acceso exclusivo a fuentes próximas al tirano «Sol de la Humanidad» y conocimiento del lugar. Lo que viene siendo escribir con «conocimiento de causa». Igualito que las redacciones de los panfletos de la derecha española…

El reto de retratar a un déspota tan opaco como presto a la parodia —¿visteis el vídeo a lo Top Gun? ni Joaquin Reyes lo superaría— sin caer meramente en la denuncia o el chiste no es baladí. Anna Fifield opta por una reconstrucción concienzuda del contexto de su personaje, pasado y presente. En ese sentido, resulta fascinante la biografía dinástica. Es decir, el relato que parte de su abuelo Kim Il Sung, sigue con el padre Kim Jong Il y concluye con el gran sucesor. Una saga fundamentada en esa especie de misión divina que suena a absoluto dislate hoy día. Nada que ver con modernísimos reyes eméritos —designados por dictadores de voz apitufada—, defraudadores y fugados, que reaparecen en el Reino para participar en regatas… 

Malintencionadas comparaciones aparte, llegamos entonces al actual «Invencible y Triunfante General». De nuevo, Fifield navega con solvencia entre los mitos, la propaganda y los hechos —fehacientes o no tanto—, acercándonos, primero, a una niñez con etapa en internado suizo de élite, sorprendente entramado de identidades falsas —Pak Un— y bastante baloncesto. Y luego a una entronización en el poder donde la crudeza en lo referente a las purgas internas —incluidos su hermanastro y su tío— y el clima de terror hacia su población, convive con un culto a la personalidad y una paranoia ilimitados.

No lo tenía fácil. Su inexperiencia. La accidentada llegada al poder. La delicadísima situación del país, asolado por la pobreza —única nación ajena a la occidentalización tras caer el Telón de Acero—. Unido al programa nuclear, provocando sanciones y un mayor aislamiento. Todo pronosticaba el derrumbe de la medievalesca estirpe Kim. No obstante, el «Guardián de la Justicia» ha logrado sobrevivir. Incluso vender una imagen de cierta prosperidad, favorecido por ligeras reformas —economía informal de libre mercado tutelado estatalmente— y algún gesto cosmético —las mujeres tienen ahora más opciones en el vestir—. Junto a sonadas amistades, como la de Dennis Rodman o Donald Trump. Diplomacia del siglo XXI, la llaman…

Quizás, en los postreros capítulos del libro, cuando Anna Fifield analiza los acontecimientos más recientes —el texto data de 2019—, El gran sucesor pierde una pizca de consistencia. El tono, riguroso con tenues barnices humorísticos sigue intacto. Pero la especulación sobre lo ocurrido en esos —¡oh, sorpresa!, sin acuerdos— encuentros entre el «Make America Great Again» anaranjado y el «Rayo del Sol que Guía» con pelo a lo tazón se antoja benévolo con la igualmente ridícula y siniestra administración Trump. Aunque la cronista de las antípodas, creo, acierta de pleno en su tesis. Kim Jong Un sin duda se presta a la risa. Lo que podría ser la mejor estrategia para enmascarar el horror —veremos su gestión de la pandemia— en la era de Twitter…

Esa sería la conclusión —junto al descubrimiento que la «Mejor Encarnación del Amor» posee el mayor número de apodos en la faz de la tierra, y que en estos, la línea entre lo mayestático y lo patético es ínfima— más valiosa de El gran sucesor. Tras el absurdo, las extravagancias propias de los muy poderosos, o las situaciones sacadas de Team America o Padre de familia, hay un verdadero autócrata, más taimado y hábil de lo esperable. Un peligro real con acceso al botón rojo. Y, si se me permite el añadido final, el problema es que el «Sol de la Revolución y del Socialismo» no está precisamente solo. Nos sobran testosterónicos, reconquistadores, políticos del clickbait, iluminados, esbirros gacetilleros o bots. Avisados estamos.