Cortesía de Nórdica, hoy me detengo en una novedad de lo más especial, El camino a Rainy Mountain, de N. Scott Momaday. Un librito breve —apenas cien páginas—, singular combinación de folclore y memorias, que pareciera situarse en las categorías de «curiosidades» o «lo exótico». Sin embargo, estamos ante una obra literaria enorme. Y es que atesora nada menos que la vida y tradiciones de los kiowas, indios americanos, a través de un viaje, tan histórico como personal, por la crónica y las leyendas de sus antepasados.
Nativo kiowa, Navarre Scott Momaday nació en Lawton, Oklahoma, en 1934. Además de en la de Lawton, Momaday vivió en las reservas navajo, apache y pueblo en Nuevo México y Arizona, donde sus padres, la escritora cheroqui Natachee Scott Momaday y el pintor kiowa Al Momaday, ejercieron de maestros. Tras licenciarse en ciencias políticas en la Universidad de Nuevo México y doctorarse en Lengua Inglesa por la Universidad de Stanford, inició una dilatada carrera docente y publicó su primer libro, The Complete Poems of Frederick Goddard Tuckerman (1965). Pero fue su primera novela, House Made of Dawn, Premio Pulitzer en 1969, y este El camino a Rainy Mountain, las que lo situaron como autor fundacional del Renacimiento nativo americano. Momaday ha obtenido algunos de los mayores reconocimientos, como la Medalla Nacional de las Artes en 2007 o el título de Artista por la Paz en 2003 de la Unesco.
El camino a Rainy Mountain es una expedición, entre la odisea, el relato de aventuras, y una estimable introducción al estudio antropológico, a los orígenes e identidad de la nación kiowa. Se estructura en torno a tres grandes secciones, de revelador título: «Partida», «Paso» y «Sitio». Y cada una de ellas en sucintos capítulos en el que conviven otras tantas voces —estupenda labor de traducción de Bruno Mattiussi—. Una primera, digamos atávica, ancestral, nos desgrana las tradiciones orales y mitos de los kiowas. La segunda es un comentario de tipo didáctico. Y la tercera, de marcado tono poético, bucea en los recuerdos y experiencias de Momaday desde su contemporaneidad. Juntas conforman la semblanza, más que completa y abigarrada de datos, fascinante, de su tribu.
Y es que el periplo, creencias, costumbres y conflictos de los kiowas, cuya población actual se estima cercana a los 12.000 (2011), dan para mucho. Documentados desde al menos 1732, con El camino a Rainy Mountain conocemos a este pueblo nómada de las Grandes Llanuras que migró desde el oeste de Montana al sureste del río Yellowstone. Adquirieron el caballo y la Danza del Sol gracias a su alianza con la tribu cuervo. Y, posteriormente, «colisionaron» una y otra vez —como tantos otros pueblos nativos— con el gobierno estadounidense, viéndose obligados a firmar, en 1867, tras su rendición en el fuerte Sill, el tratado de Medicine Lodge, por el que fueron reasentados en el área de Oklahoma cercana a la montaña titular.
No obstante, diría que el principal interés de El camino a Rainy Mountain no es tanto la historia «pura», «objetiva», de los kiowas. Sino la magia que desprende su cultura, las fábulas narradas en él. El descubrimiento y veneración del ídolo sagrado, Tai-me. Animales —arañas, búfalos, caballos— y objetos con auras mitológicas. Gigantes, gemelos fundacionales, excelsos cazadores. La evocación de un paisaje único. Así como la peregrinación de Momaday hasta la tumba de su abuela Aho —su nombre resuena en la obra, igual que el de su abuelo Mammedaty—, realizando la ruta que emprendieron sus antepasados. O como la herencia se especula, revive, camina y, sobre todo, se cuenta, retornando al hogar.
El camino a Rainy Mountain resulta todo un descubrimiento. Su condensada extensión —incluyo asimismo el bloque introductorio, valioso— y enfoque tripartito le resta densidad, a cambio otorgándole un peso decisivo al acervo cultural, singularmente a lo legendario, oralmente transmitido. De ese modo, transforma la nostalgia del niño-ahora-adulto de vuelta a su vida india, al entorno que aprendió de sus ancestros, en una singular clase magistral sobre cultura e historia de uno de los pueblos nativos americanos buscando el disfrute gozoso, también literario. En definitiva, una senda que vale mucho la pena recorrer.
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