Aprovechando su adaptación a la pantalla grande —nominada a tres Oscars, recién estrenada en nuestras carteleras y comentada puntualmente en nuestra sección cinematográfica—, Literatura Random House acaba de recuperar El blues de Beale Street, una de las novelas más celebradas de «uno de los grandes», el escritor norteamericano James Baldwin. Una historia de regusto clásico, de una intensidad, sensualidad y humanidad incomparables, en la que el amor y la denuncia social se entremezclan gracias a una pluma extraordinaria.
Publicada originalmente en 1974, El blues de Beale Street es la quinta novela en la carrera del poeta, dramaturgo, ensayista y activista James Baldwin. Nacido en la pobreza en 1924 en Harlem, Nueva York, debutó en 1953 con la novela semiautobiográfica Ve y dilo a la montaña —¡reedición ya!—. El punto de partida de una trayectoria en la que la literatura, el teatro o el ensayo siempre fueron de la mano de un insobornable compromiso social. En textos como Nadie sabe mi nombre (1961), La próxima vez el fuego (1963), poemas como Jimmy’s blues (1985), novelas como Otro país (1962) o La habitación de Giovanni (1956), o en su portavocía dentro del movimiento por los derechos civiles —no dejéis de ver el sobrecogedor documental de Raoul Peck, I’m not your negro—, Baldwin nos habló de racismo, homosexualidad y lacerantes desigualdades sociales, escribiendo algunas de las páginas más brillantes y certeras de la «intelectualidad» norteamericana del siglo pasado. Fallecido en 1987 en Saint-Paul-de-Vence, Francia, el legado del neoyorquino no es solo relevante, sino plenamente vigente. La obra que nos ocupa es un buen ejemplo de ello.
El blues de Bale Street es la historia de Clementine «Tish» Rivers y Alonzo «Fonny» Hunt, una pareja de jóvenes afroamericanos enfrentada a una situación harto complicada. Ella, con apenas diecinueve años, acaba de quedarse embarazada, mientras él está en la cárcel acusado injustamente de violación. El luctuoso proceso judicial, las dificultades extremas en las pesquisas que el abogado y, muy especialmente, la propia familia de la muchacha emprende para demostrar la inocencia de Fonny, se maridan con el drama de la relación sentimental amenazada por la incertidumbre y el fatal desánimo. Pero hay más, mucho más.
Y es que en manos de otro autor, El blues de Bale Street sería un «dramón» en toda regla o un alegato, más o menos logrado, contra el racismo y un sistema judicial podrido que el tiempo, seguramente, habría superado —o no, estamos en plena «era Trump»— hoy en día. Pero no en las de un maestro como James Baldwin. Primero porque la voz de Tish, narradora de una cadencia singular —ritmo recogido a la perfección en la traducción de Enrique Pezzoni—, vulnerable y decidida, morosa y diáfana, resulta hipnótica. Después, porque la economía narrativa del libro —no llega a las doscientas páginas— no socava el, sobre el papel, complicado equilibrio entre la historia de amor de la pareja forzosamente separada y la crítica social. Al contrario, la concisión del texto consigue aunar fiereza con una inusitada carnalidad sin restarle un ápice de fuerza. Y, en tercer lugar, porque cuestiones espinosas como la marginalidad, la pobreza y el racismo rampante, no llegan al lector en forma de digresiones discursivas o pontificaciones, sino mediante la acción de la trama y unos personajes excepcionalmente vívidos.
En ese sentido, hay escenas absolutamente imborrables en El blues de Beale Street. Como ese encuentro entre las dos familias, los Rivers y los Hunt, para compartir la noticia del embarazo, en las que el paso de la comicidad a la tensión y el desgarro emocional —mil heridas acumuladas, agazapadas a la espera del estallido— se encuentran tan solo a un sutil giro en el diálogo. O las conversaciones entre Frank Hunt y Joseph Rivers, destrozados padres dispuestos a todo. O el viaje a Puerto Rico y posterior encuentro, claves —sin spoilers— en la historia, de la madre de Tish. Fragmentos en los que Baldwin logra emocionar y golpear por igual gracias a unos personajes de una humanidad desbordante. Y, de ese modo, transforma una novela que no debería sorprendernos en una lectura difícilmente olvidable. Ahora que la intolerancia vuelve a dar votos y el cinismo cómodamente distante parece ser la única respuesta, la sensibilidad y profundidad de la mirada de un autor como James Baldwin es más necesaria que nunca. Hay que leerlo.
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