Para quien disfrute del drama, se podría afirmar que la obra de la insigne escritora latinoamericana merecía catalogarse como la vida literaria de una princesa roja. Su pensamiento político la precede, igual que su activismo. Su condición de periodista refuerza esa posibilidad. De todas maneras, pareciera un tanto exagerado para el premio Cervantes de 2013, que se concede desde 1976. Elena Poniatowska es la primera dama de las letras mexicanas entre los seis galardonados de su país. En este tiempo, sólo seis mujeres –ella es la quinta– han recibido el galardón, las cuatro últimas, en este siglo. Sin comentarios. 

El objeto de El amante polaco es exponer los orígenes eslavos, por vía paterna, de la novelista latinoamericana. La lectura se puede entender como unas memorias, un diario, un ensayo periodístico. O, si se prefiere, como un relato histórico que encoge lo que se entiende por transversal y engrandece el devenir de una saga que, más de dos siglos después, queda fijada, encontrando paz y sosiego. 

El libro es un viaje que se inicia en el s. XVIII en la antigua y vastísima Mancomunidad polaco-lituana hasta acariciar la realidad mexicana de las últimas décadas. Para ello, la prosista se remonta a la figura de Stanisław August Poniatowski (1732-1798), un aristócrata, que fue nombrado rey de Polonia, hombre ilustrado, amante de las letras, que renunció a la carrera militar, pero que no pudo evitar una guerra, que perdió. La derrota cambió las fronteras del mapa político de Europa Oriental. Del Báltico hasta Ucrania. ¿Cuántas cosas habrá descubierto Poniatowska de Poniatowski y de otros hombres y mujeres que la precedieron en su familia? La calidez narrativa de la autora no está tanto en los datos, sino en la manera como ha llegado a ellos y el significado que les otorga. 

La narradora se luce en la épica y sorprende en la observación de la nimiedad. Su magisterio es tal, que conforme relata lo que acontece en aquel país, abre una vía autónoma, que aparentemente nada tiene que ver con lo sucedido casi trescientos años atrás. Las palabras, la música de su prosa, conecta las dos realidades, para vestir distintos pasajes de su vida. Tierno, por no decir, hilarante, es la manera en la que interpreta que se casará con quien será el padre de sus hijos. El pretendiente era un hombre de pocas palabras.  

La autora desea expresarse desde su biografía. La invasión de Francia provoca que Elena y Sofía, que ya estaban bajo la custodia de André y Elizabeth Poniatowski, norteamericana, ella; polaco, él. Los abuelos cuidaron de sus nietas, pues los padres estaban aliados con la guerra. Con tan solo nueve años, son enviadas a México, el país de la madre, Paula Amor, con quien se reunirán más tarde. En su nuevo hogar, son acogidas por sus tías y abuela maternas, allí nacerá Jan, el hermano menor. La futura escritora había nacido dos siglos después de Stanisław, en 1932, en París. Pocos podían sospechar entonces que una niña francesa cambiaría la mirada de las letras mexicanas del siglo XX.  

Desde México se expande un lápiz y un papel que proyectan una visión americanista del mundo, sin olvidar la cultura francesa, ni la sajona. Admirable es la capacidad de la creadora de La noche de Tlatelolco (1971), a la hora de ilustrar el dolor, que se decanta más por la parsimonia, que por la hiel. “(…) Me era imposible no escribir, escribiría siempre, iba a escribir contigo o sin ti, no escribir hubiera sido como no vivir, aunque no supiera escribir, mi vida fue y es la escritura…”. Una mujer sabia y otoñal se muestra luminosa a partir de su sonrisa. Así, recompone el ánimo para seguir el camino trazado por su abuelo. 

Para aquel entonces, su apellido había pasado a ser un apellido francés más que centenario. La autora lo resume así. “En dos de sus libros, De un siglo a otro y De una idea a la otra, mi abuelo escribió: ‘A mis hijos y nietos, que no parecen saber a dónde van, para que sepan de dónde vienen’”. La novelista, que además cultivó distintos géneros literarios, empezó a publicar en los años cincuenta, ha conseguido un propósito no menor: la figura de Stanisław Poniatowski ya dispone de su primer libro en castellano. 

La obra, a la cual se echa en falta un índice onomástico, está dedicada a su hijo, Emmanuel “Mane” Haro Poniatowski, doctor en Física, quien, según su madre, tanto ha influido en la confección y orden de la obra. Elena Poniatowska, viuda del astrofísico Guillermo Haro Barraza, a quien conoció durante una entrevista, con quien tuvo dos hijos, Felipe y Paula, ha manifestado que el ejercicio mismo de la escritura del libro ha transformado su vida.