En un principio, esta obra iba a ser parte de un especial donde repasaba los tres lanzamientos más recientes en nuestro país, cortesía de Planeta Cómic, del autor, periodista y dibujante Joe Sacco, completando un artículo publicado en Indienauta hace unos meses. Pero la magnitud y fuerza de Días de destrucción, días de revuelta ha hecho que me replantee estas líneas. Este libro, una audaz, valiente y comprometida fusión entre investigación periodística, cómic y crítica socio-política no es solo una de las lecturas más apabullantes de lo que llevamos de año sino, en mi opinión, una de las aportaciones más importantes del mundo del arte hasta la fecha a la hora de documentar qué está pasando en nuestro ultracapitalista mundo occidental, regido por las mal llamadas democracias corporativas, donde una cada vez mayor parte de la sociedad es más vulnerable y se encuentra a un paso de la marginalidad.
El planteamiento de Días de destrucción… es, en apariencia, sencillo. El reputado y multipremiado Joe Sacco une sus fuerzas a las de Chris Hedges, también periodista estadounidense, corresponsal de guerra en Centroamérica, los Balcanes, Oriente Medio, África, autor de varios bestsellers, Premio Pulitzer y fiero activista político —además de pastor presbiteriano— en un demoledor viaje por diversos lugares de Estados Unidos, que ellos denominan “las zonas sacrificadas” del país, para retratar y recabar las opiniones de esos ciudadanos de ¿segunda? ¿tercera?, varados en lugares olvidados, mejor dicho, desechados por la rueda inmisericorde del capitalismo de rapiña, o destinados a su explotación desaforada en nombre, siempre indiscutible claro, de la productividad económica.
Cuatro son los destinos elegidos por Hedges y Sacco, un tándem en el que el primero lleva el peso de la obra —la narración gana claramente al dibujo en cantidad de páginas— pero en el que Sacco logra que su talento condense, como si se tratase de fotografías, un mundo en apenas un dibujo —también alguna secuencia de cómic, pero estas escasean, lástima— de un paisaje desolado o el rostro de algunas de las personas entrevistadas, seres humanos atacados, contra la pared, pero con su dignidad intacta y mucho que decir. Comenzamos en Pine Ridge, Dakota del Sur, donde los periodistas sitúan, en parte simbólicamente, en parte simplemente echando un vistazo a la historia —no a la historia “habitual” de heroicos conquistadores que alumbraron el nacimiento de la nación elegida, sino la que podéis encontrar en el indispensable La otra historia de los Estados Unidos de Howard Zinn—, el inicio de una forma de entender el mundo y la sociedad en las que ganancias y riquezas son los dos valores fundamentales de esa idea perversa e imperialista del progreso. Todo vale en aras de ganar más, crecer más. Incluido el genocidio de los nativos americanos, la expulsión de sus tierras y la esquilmación de los recursos. El contraste entre la vida, marchita y desesperada en la actual reserva india y la elegíaca y solemne tradición ancestral de su cultura arrasada es de los que encoge el alma.
Luego nos desplazamos a Camden, Nueva Jersey, uno de tantos lugares en los que bajo el maravilloso subterfugio empresarial de la deslocalización —que, por sino lo sabíais quiere decir búsqueda de mano de obra más barata—, una comunidad pasa de la promesa de bonanza económica gracias a la industria a la ruina absoluta y sin solución. Un desastre ante el cual las autoridades o bien miran bochornosamente hacia otro lado, dejando a los otrora ciudadanos “útiles” en manos de su propia suerte, ya sea la amenaza permanente de violencia o la auto-organización, como ese deprimente Transitional Park, o bien hacen de la pobreza un negocio. ¿La corrupción política en aras del progreso? Por supuesto. Del progreso infinito de unos pocos privilegiados que, ¡oh, sorpresa!, ya poseían riqueza y poder a espuertas.
En tercer lugar visitamos Welch, Virginia Occidental, en el que la extracción de carbón en los Apalaches amenaza diariamente tanto la forma de vida, el medio ambiente, como la salud de los habitantes de la zona. El reguero de atrocidades cometido en el sacrosanto deber de seguir obteniendo recursos asusta. Igualmente aterrador es la cuarta parada, en Immokalee, Florida, un sintomático ejemplo de condiciones laborales cercanas al esclavismo de quienes trabajan el campo en América, en su mayoría jornaleros sudamericanos que literalmente se han jugado la vida para poder trabajar en Estados Unidos —aunque Hedges y Sacco se permiten un halo de esperanza al narrar también sus pequeñas victorias contra los latifundistas una vez logran organizarse—. Pillaje, asedio, devastación, esclavitud. La galería de los horrores, absolutamente reales, en la tierra de las oportunidades.
Hay un quinto capítulo, sin embargo. Titulado Días de revuelta, nos traslada a Zuccotti Park, en la isla de Manhattan, en 2011, para narrar el estallido del movimiento Occupy Wall Street. Es el necesario viraje de un libro que corría el peligro de convertirse en una lectura demasiado deprimente, señalando que esas personas, desahuciadas, marginadas o apenas malviviendo, pueden ser escuchadas… si se organizan y luchan por ello. Y es en este capítulo donde Días de destrucción, días de revuelta adquiere su completa dimensión y se convierte en una diáfana, cristalina llamada a la rebelión. Hedges alza su voz en un alegato político como pocos servidor ha leído, una andanada política tan valiente que sorprende —no es de extrañar que su publicación en Estados Unidos, en 2012, levantase ampollas, al poder no le gusta que li diguin el nom del porc—. Denuncia al poder corrupto y a la casta política y económica, arremete sin cortapisas contra los demócratas —no hay desacuerdo alguno con los republicanos en las cuestiones que importan, asegura—. Señala a su país como genocida, represor e imperialista, transmisor por la fuerza de unos valores que nos conducen indefectiblemente a la destrucción. Más Bakunin que Marx, Hedges no se corta un pelo. Hay que desafiar y derrocar al poder establecido, porque este ya no responde a su razón de ser: servir al pueblo. Un pueblo, en este caso americano, pero que es absolutamente intercambiable por el español —¿por qué nunca surgen libros de esta índole aquí?—, la ciudadanía de la vil Unión Europea —el austericidio, la condena y humillación pública de Grecia, Lampedusa, Calais son nuestros días de pillaje y devastación propios— o cualquier otro lugar de este planeta, que en último término ha caído en el peor de los errores: renunciar a sus propias responsabilidades como individuos y como ciudadanos, renunciar a poner por delante a las personas en vez de empresas y un demencial sistema económico. No hay excusas. Aún estamos a tiempo para luchar por nuestros derechos. Despertemos de una vez. La revolución sigue en marcha. Cambiemos las reglas. Brutal y absolutamente fundamental lectura.
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