Redoble de tambores… ¡llega la primera «Dirty Woman» a nuestra querida editorial negra! Se trata de la estadounidense Bonnie Jo Campbell, que se nos presenta «en sociedad» con Desguace americano, una estupenda colección de relatos —y van… lo que está haciendo Dirty Works por la forma breve no puede destacarse lo suficiente— sobre la vida «en los márgenes» en un Michigan rural que podría ser, según cómo se mire, ninguna o cualquier parte donde no haya futuro ni esperanza, pero sí muchas historias que aguardan al lector. La «otra América» nos reclama, de nuevo…

Como no podía ser de otra manera, Bonnie Jo Campbell es una autora «de armas tomar». También, una de esas personas que, con sólo investigar un poco sobre su biografía, ya te despierta curiosidad y simpatía. Nacida en una granja de Comstock, Michigan, Campbell estudió filosofía y Kobudō —durante diez años, siendo segundo dan en este ancestral arte marcial armado japonés—, trabajó en el circo, recorrió Estados Unidos haciendo autostop, organizó viajes de aventura por la Europa del Este, y obtuvo un máster en matemáticas. Finalista del National Book Award en dos ocasiones, ha escrito dos novelas y otras dos colecciones de relatos además de Desguace americano, publicado originalmente en 2009. Profesora de escritura en la Pacific University y «enamorada» de las mejores —me refiero, por supuesto, a Flannery O’Connor y Carson McCullers, sobre quienes ha conferenciado en la Biblioteca del Congreso—, actualmente reside en las afueras de Kalamazoo junto a su marido y sus dos burros —uno se llama Don Quixote—.

Precisamente, pese a estilos, épocas y contextos muy distintos, Desguace americano tiene bastante que ver con las dos maestras de la literatura norteamericana del párrafo anterior. Como ellas, Campbell tiene los arrestos para mirar de frente a la violencia y lo grotesco, trasladándolos al papel sin florituras ni idealizaciones. Del mismo modo, en su pequeño —sin embargo, universal— mundo de perdedores, derrotados y olvidados en lucha constante por la supervivencia frente a un entorno hostil, puede hallarse, en palabras de Flannery, la «gracia»… aunque la luz sea mortecina, efímera, y la redención prácticamente imposible. Y cómo sólo las más grandes, todas y cada una de sus palabras —aquí traducidas con la garantía de Tomás Cobos—, precisas, «quirúrgicas», no obstante naturales, incluso sencillas, «suenan» a verdad. Esas descripciones de trabajos que deshumanizan a los varados personajes cada segundo que pierden en ellos. Esos lugares donde se nace, sufre y muere. Esos bares en los que ingerir suficiente alcohol para poder aguantar el siguiente turno, olvidar momentáneamente el último desengaño amoroso, o provocar la enésima pelea. Esas carreteras olvidadas a ninguna parte. Los ojos y oídos «clínicos» de una extraordinaria observadora y conocedora de su entorno, y que afortunadamente para nosotros, también se revela como una excepcional narradora.

Desguace americano contiene catorce relatos, pero el lector no a va encontrar ninguno «de relleno» o meramente anecdótico. Asimismo, la cohesión entre ellos es más que notable, haciendo que el conjunto pueda compararse con otro magnífico y reciente descubrimiento «marca de la casa» Dirty, los Furtivos de Tom Franklin, u obras como Knockemstiff de Donald Ray Pollock, en una versión mucho menos truculenta, con bastante más alma y compasión. Familias y territorios, espacios y lugares, posiblemente el elemento clave de sus textos, determinando las realidades, posibilidades y destinos de sus personajes —incluso que votarían si fueran de carne y hueso— que siguen pesando como losas pese a su evidente estado de descomposición, metanfetamina, trabajos desoladores, desgarros emocionales a los que se responde con violencia o adicciones, caza —mayor, menor y humana—, pocos escrúpulos, una tristeza infinita y todavía más desesperación. Un paisaje físico, social, económico, cultural y, sobre todo, emocional, «troceado» en catorce escenas.

Sin embargo, Campbell permite a sus personajes «respirar». Hay un avance en sus intentos, independientemente de lo torpes, minúsculos, frustrantes o terroríficos que éstos sean, por salir de esas funestas situaciones en las que parecen atrapados. Y gracias a eso, la autora les reviste de algo de dignidad, de entereza. Así, el callado aplomo con el que Marylou ejecuta su venganza en la tremebunda historia de «Reunión familiar» no solo sobrecoge, sino que logra la conexión, incluso algo parecido a la empatía del lector. O, en el soberbio «La intrusa», encargado de abrir Desguace americano, Campbell es capaz de desplazar el foco de interés desde el shock inicial de la familia que vuelve a su casa arrasada por los okupas a las intrahistorias de éstos, no sólo humanizándolos, sino al mismo tiempo proporcionandonos un texto poderosísimo, algo así como una radiografía sociológica y de clase social —las «dos Américas», invisibles la una de la otra, separadas por muros mucho más infranqueables que los que el imbécil de su presidente desearía construir— en el que quizás sean los propietarios quienes están verdaderamente «fuera de lugar». Y, por supuesto, las múltiples derrotas del protagonista del memorable «El guardés», uno de los imprescindibles del volumen, perdiendo poco a poco a su familia en un entorno rural caótico, amenazante y a todas luces condenado… del que uno no puede ni, finalmente quiere, abandonar. Pese a que ello signifique la soledad.

Así que olvidaos de manifiestos rednecks, elegías hillbillies o «halcones» disfrazados de moderados, destruyendo vidas con sus demenciales decisiones mientras se encuentran cómodamente parapetados bajo las sandeces del bufón tuitero del Despacho Oval, y echad un vistazo a estos relatos de seres «en demolición». Porque, aunque sean ficción, la mirada que Bonnie Jo Campbell arroja sobre su país a través de ellos es mucho más profunda, compleja, intensa y —aunque odio esta palabra, por una vez merece ser usada— auténtica que esos «imprescindibles» que pretenden tener la explicación de por qué Trump ha llegado al poder. Historias resonantes, broncas y afiladas, desde la «zona de exclusión» —cada vez más grande y generalizada—… Los gritos primarios de la sangre, siempre sabia, y los corazones obligados a «cazar en solitario». El retrato de una nación con las heridas abiertas y supurando. Lectura imperativa.