Con puntualidad casi británica (sólo cinco minutos de retraso), salía al escenario David Byrne con un coro y una banda vestidos de un blanco impecable. Después de unos minutos bromeando con los fotógrafos y con el público en general, empezó el concierto con la estupenda «Strange Overtones«, el primer single de «Everything That Happens Will Happen Today«, su última colaboración con Eno. No tardo en atacar la primera canción de la noche de las cabezas parlantes, y a los diez minutos del comienzo del concierto ya teníamos a los tres bailarines dándolo todo con «I Zimbra«.

Las siguientes seis canciones tuvieron sus más («One Fine Day o Moonlight in Glory«) y sus menos («Help Me Somebody«) aunque, eso sí, casi siempre con un sonido brillante y con unas coreografías de lo más amenas (como la de las sillas giratorias, que fue brillante).

Tras  la primera hora de concierto, le tocaba el turno a una descafeinada versión de «Heaven«, sin duda alguna la gran decepción de la noche, y a una bailonga y estupenda «Crossed Eyed and Painless«.

Todavía estaban por llegar los tres grandes momentos de la noche. El primero no tardo mucho: tocar seguidas dos canciones como «Once in a Lifetime» y «Life During Wartime» solo podía acabar con todo el teatro levantado de sus asientos y bailando.

El segundo y el tercero los viviríamos ya en los bises (hizo tres), con la estupenda versión del «Take me to the River» de Al Green, y con ese himno llamado «Burning Down the House«.

En definitiva, un muy buen espectáculo de dos horas donde los bailarines, la banda y el propio Byrne estuvieron bastante bien, pero al que le sobró alguna canción menor de su discografía y le faltó alguna de los Talking Heads, que era lo que todos íbamos a escuchar.

Fotos: Adolfo Añino Martinez

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