Cada vez que nuestra querida Dirty Works anuncia un libro de relatos hay que «parar las rotativas». Los antecedentes —las fabulosas colecciones de historias a cargo de Alan Heathcock, Mark Richard, o este mismo año, Tom Franklin y Bonnie Jo Campbell— hablan por sí mismas. Además, quien se suma a la tradición cuentista con este Dar la cara es nada menos que el gran Larry Brown, en la que es su tercera publicación —«empatando» con el inmortal Harry Crews, por cierto— en la editorial negra tras las estupendas novelas Trabajo sucio y Padre & hijo. Y es que no hay dos sin tres. Ni cinco ni diez —esperemos— si hablamos del escritor de Mississippi.
Aparecido originalmente en 1988, Dar la cara supuso el debut literario de Larry Brown. Y como era esperable dados los «encuentros» previos con el escritor sureño y la idiosincrasia de la editorial que ha traído su obra definitivamente a nuestro país —de nuevo con la traducción del «capitán del barco», Javier Lucini—, los relatos de Dar la cara son duros, implacables, feroces con sus personajes abocados a situaciones, en su mayoría de índole doméstica, de extrema gravedad. Relaciones que se «han ido a pique» o en las que ya no hay forma de «achicar las vías de agua». Alcoholismo exacerbado en el que ahogarse definitivamente. Ruinas económicas, trabajos miserables en los que naufragar lentamente. Violencia a la vuelta de la esquina. Así que en ese sentido, no hay sorpresas en estas diez historias. Ni falta que hace. Porque aquí lo que sobra es «magisterio» en el arte de narrar historias que supuran realidad… y heridas.
Brown no se anda con remilgos y el nivel de crudeza en Dar de la cara asoma sin ambages ya desde la pieza titular, encargada de abrir la colección con su brutal relato de una pareja consumida por la falta de sinceridad y la enfermedad que ha destruido cualquier posibilidad de intimidad. También una relación terminal preside el magnífico «Kubuku a las riendas», ahora a consecuencia del alcoholismo, con una creación memorable de Brown en el personaje de Angel, la adicta «negacionista», incapaz de aceptar su penosa realidad. Tras dos puñetazos directos al estómago, «Los ricos» supone un alivio al cambiar el enfoque, cuasi ligero… hasta que el lector entiende que, bajo la soterrada diatriba del señor Pellisher, no hay tanto una genérica exposición de las diferencias de clase, sino una abrumadora, insostenible, angustia vital. No es complicado imaginar una segunda parte en la que el protagonista canaliza su rabia con un rifle y «una pizca» de enajenación mental transitoria…
Otro señor P, ahora Parker, es el encargado de exponer su tortura cotidiana en «El viejo Frank y Jesús», logradísimo intento de plasmar la fragilidad psicológica de una persona reconcomida por sus errores, frustraciones y dudas. Algo más efectista en su alcance resulta «Niño y perro», una escena de desgraciada, penosa violencia que, no obstante, brilla en su aspecto formal, siendo narrada por una retahíla de lapidarias frases cortas, en un soberbio ejercicio de minimalismo extremo. También el estilo se antepone al devenir del relato en «Julie: un recuerdo», una historia de agresión y furor desquiciado, en la que el tiempo de los acontecimientos se amalgama ahondando en una confusión muy en sintonía con la truculencia de los hechos y el estado mental-emocional de su protagonista.
En cambio, los últimos cuentos de Dar la cara recuperan la, digamos, «normalidad» narrativa y nos muestran a un Larry Brown en estado de gracia, en el que, además, deja un resquicio para la esperanza y la segunda oportunidad —aunque se antoje mínima, milagrosa— a sus personajes. En el redondo, inmejorable «Samaritanos» el contraste entre la desnudez del planteamiento, el encuentro del anónimo narrador con una familia en ruta y desesperada, con la «carga de profundidad» que almacena en su interior es sencillamente extraordinario. Tampoco le anda a la zaga «Vida nocturna», un ligue de bar aparentemente insustancial que evoluciona hacia una punzante mirada a la soledad y la condición social, rematado por un inesperado final que reviste de dignidad a su protagonista. Pero no os vayáis todavía. Aún queda tiempo para un par de rondas más…
… Y la primera de ellas, «Adiós a la ciudad» es una auténtica joya, forma y fondo al servicio de la historia, con una bifurcación narrativa magistral que nos ofrece las dos caras de un encuentro imposible, el de Richard y Myra, y sus consecuencias catárticas. Absolutamente soberbio. A su lado, «El fin de una historia de amor» es casi anecdótico, aunque tiene el honor de permitirle al autor un cierre con un retorcido toque de humor, como si quisiera acabar el volumen con una sonrisa… sui generis, claro. Uno se esperaba que Larry Brown fuera un notable cuentista. Pero el nivel mostrado en Dar la cara es tan alto —apenas dos-tres relatos quedan por debajo del notable, mientras, al menos, hay un par de matrículas— que ahora no sé si decantarme, si es que es necesario, por el Brown novelista o cuentista. A la espera de próximas entregas que nos permitan alcanzar un veredicto concluyente, dejémoslo en que Brown era un escritor formidable y es una suerte poder disfrutarlo como se merece.
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