«¿Alguna vez os habéis sentido estafados?». Johnny Rotten en el último concierto de los Sex Pistols, Winterland Ballroom, San Francisco, 14 de enero de 1978.

¿Qué sucede cuando el Gran Sueño Americano muestra su verdadero rostro? ¿Qué ocurre cuando se revela como una gran mentira? La literatura norteamericana lleva años, décadas, buscando contestar esa pregunta, y ahora Sajalín —tenía que ser Sajalín, no podía ser otra que Sajalín— acaba de rescatarnos Cutter y Bone, una novela que, quizás, tenga las respuestas. Os presento a Newton Thornburg. Os presento a Alex Cutter y Richard Bone.

De Santa Barbara, California, a Rockhill, en los Ozarks, Missouri, siempre con el fantasma de Vietnam presente, Cutter y Bone es un mapa parcial de un país en demolición, situando en un extremo a un Hollywood despojado de glamour y en el otro el Gótico Americano del cuadro de Grant Wood. La novela tiene apariencia de thriller, con un vividor que ejerce de gigoló junto a un tullido vitriólico embarcados en un improbable intento de chantaje a un millonario sureño que podría haber cometido un crimen. Pero NO es un thriller. A Thornburg pronto el formato se le queda muy pequeño y crea una obra con tintes noir, buddy novel —novela de colegas— y road novel —novela de carretera—. Los encorsetamientos de género no le hacen justicia. Cutter y Bone es una bola de nieve de dimensiones nietzscheanas que acaba convirtiéndose en Miedo y Asco en Las Vegas sin casinos ni atracones de alucinógenos. Es En el camino sin gasolina ni romanticismo. Porque solo hay un destino cuando todo se ha perdido.

«El mundo está falto de héroes».

Esa es una de las frases, pretendidamente lapidarias, con las que Alex Cutter intenta convencer a su amigo Richard Bone, testigo involuntario, fugaz, de un asesinato, para que se una a su rocambolesco plan de chantaje y denuncia de J.J. Wolfe, magnate petrolero al que éste último podría haber visto —apenas una impresión— con el cadáver. Esa es en realidad la rocambolesca y débil trama con la que Thornburg arma la novela. Y no utilizo el adjetivo débil para criticar la labor de su autor, sino para señalar que el supuesto crimen es claramente secundario. Lo que importa es que nuestros protagonistas nunca podrían ser esos héroes. No cuando «el guaperas» está, sin exagerar, siempre huyendo —de hecho, así nos es presentado, a punto de una nueva cobarde desaparición— sin rumbo. No cuando el amargado veterano de guerra es una bomba de relojería andante.

Como lector, pocas veces he visto a un autor asumir tantos riesgos como hace Thornburg con Cutter y Bone. Sacrifica el ritmo de su novela que, no obstante, resulta de lo más fluida gracias a la traducción de Inga Pellisa —ver su nombre en la cubierta es un certificado de calidad—, devorándose con pasmosa urgencia. Y sabotea su desarrollo con las idas y venidas de sus dos protagonistas, incapaces de poner en marcha su plan, dilapidando su tiempo a base de conversaciones etílicas y equívocos ridículos, dudando sin tampoco poder renunciar, mientras se van dinamitando las motivaciones, sumidos en una inercia inexorable hacia la autodestrucción. ¿Cuántas veces la literatura de «la tierra de los libres y el hogar de los valientes» tuvo dos personajes centrales tan sombríos, patéticos y, a la vez, conmovedoramente trágicos?

En ese sentido, Alex Cutter merece una mención especial. Es una creación portentosa. Marcado de por vida por Vietnam, parapetado en su discurso hierático y su imagen de peligroso demente, siempre con ganas de bronca y dispuesto a utilizar la conspiranoia en su nihilismo incendiario de barra de bar… Toda una fachada iracunda, insoportable, para ocultar su extrema vulnerabilidad, su trauma insuperable, sus deseos y falta de agallas para suicidarse, agarrado al clavo ardiendo de la relación enfermiza con Mo —con la que Thornburg dibuja también un triángulo de afectos y sumisiones triste, mortificante, junto a Bone—, y, posteriormente, a la titubeante corazonada de su amigo antes de perder definitivamente la cabeza. Un despojo de una era, los 70s, en los que Estados Unidos comenzó a enterrar a su mitología de «nación escogida» a base de golpes —del Watergate y la desconfianza a las instituciones pasando por la humillante derrota militar, el abrupto final de la era hippie y la agria convulsión social— en busca de un villano al que poder derrotar. En busca de su Moby Dick.

Y es que hay algo extremadamente poderoso en Cutter y Bone. Algo que revisita de forma apasionante la propia literatura del país, poniendo «patas arriba» sus símbolos. Una desquiciada pareja formada por las reescrituras del Capitán Ahab y Dean Moriarty, transmutados aquí en devastado ex combatiente y vagabundo abúlico cuya vida carece de sentido, acompañados de una joven llamada Monje, como si mis queridas Scout o Mick Kelly hubieran crecido desesperadas por escapar de la traición que supone su gris adolescencia, hasta al punto de estar dispuestas a dejarse engañar por estos dos kamikazes en su vesánica cruzada. Un trío al encuentro de su Leviatán, un misterioso millonario que representa el éxito que les es negado, el capitalismo que todo lo puede en Estados Unidos, el self-made man que es —nunca lo olvidemos— uno de los pilares, mitos fundamentales del país. ¿Y dónde van a buscarlo? Al corazón de la América profunda, una vez han sido expulsados violentamente de esa «otra América» que epitomiza la hedonista California. Por supuesto, pronto ambas se revelan como crueles falacias, mostrándose presurosas en machacar a quien ose cuestionarlas. La quimera del oro sólo puede acabar en grotesca pesadilla.

Para alguien tan obsesivo con la literatura norteamericana como un servidor toparse con Cutter y Bone es un hallazgo mayúsculo. Sajalín ha descubierto una novela excepcional.

«And if my thought-dreams could been seen /They’d probably put my head in a guillotine/ But it’s alright, Ma, it’s life, and life only». Bob Dylan, It’s Alright, Ma (I’m Only Bleeding)