El Vida Festival 2019 ha cerrado una sexta edición algo accidentada debido a la lluvia y la cancelación, a última hora, de uno de los cabezas de cartel, pero ha dejado grandes momentos de disfrute. Siguen siendo marca de la casa el cuidado de los espacios y el entorno tanto como el del cartel y los horarios, el ambiente relajado y familiar y la ausencia de aglomeraciones.
Jueves
La jornada inaugural vino de la mano de Julia Jacklin (en la foto), que arrancó con ‘Body’, el primer tema de su nuevo disco. El country-folk de la australiana –acompañada de guitarra, bajo y batería– brilló bajo un sol atorrante. Tres años después de su álbum debut, la cantautora nos ha regalado con un segundo LP, Crushing, glorioso que en directo es capaz de poner la piel de gallina. Qué dominio vocal. Qué buen comienzo.
El escenario principal del festival acogió, poco después, a José González y a su guitarra. A priori, no parecía el lugar ideal para un recital íntimo, pero el sueco-argentino consiguió encandilar a un público que ya venía predispuesto a gozar. Su maestría con la guitarra y un carisma que gana con cada sonrisa evidenciaron que ni el escenario era demasiado grande ni su banda era imprescindible para marcarse un concierto de altura. ‘Crosses’ o ‘Heartbeats’ (un hit original de sus compatriotas The Knife) se han convertido ya en clásicos, sin olvidar la versión que es agua de mayo en su repertorio: Teardrop, de Massive Attack.
Tras un receso con Él Mató A Un Policía Motorizado de fondo, fue el turno de los londinenses Fat White Family. Con la provocación por bandera, se han convertido en los chicos malos del indie rock británico, tomando el relevo de The Libertines. Lias Saoudi, dado a la insurrección y la desnudez (era de esperar que ese el chaleco camuflaje a lo Coronel Tapioca no iba a durar demasiado), dejó claro el porqué de su fama de bad boy. As de los gritos, convulsiones y revolcones por el suelo, logró hacer bailar al personal, instigando un pogo que no sería de los más salvajes que se han visto en un concierto de estos macarras, pero, tratándose del Vida, poco más se podía pedir.
Despejado el escenario, tocaba secarse el sudor y atravesar la explanada para seguir con más irreverencia británica. Era el turno de los Sleaford Mods. El dúo de Nottingham es pura actitud. Andrew Fearn bebiendo cerveza mientras su compañero Jason Williamson escupe humor y mala leche es una experiencia digna de ver. A medio concierto y visto el espectáculo (nada nuevo con respecto a sus shows anteriores, pero igualmente divertido), me trasladé a la otra punta del recinto para rascar los últimos temas del concierto de la banda catalana del momento: Cala Vento. Superados algún problemilla de sonido y un pequeño altercado con el personal de seguridad, los gerundenses tocaban ante un público tanto o más numeroso que el congregado por Sleaford Mods. Aleix y Joan derrochan energía y buen rollo y saben transmitírselo a su público, haciéndolo bailar como si no hubiese mañana.
La traca final la puso el pop electrónico de Hot Chip (en la foto), que estrenaron su flamante A Bath Full of Extasy con una puesta en escena espectacular. Recuerdo, años ha, cuando Alexis Taylor y los suyos empezaban y parecían meros nerds on machines. Nada que ver con los rompepistas que son ahora; la banda ha evolucionado de sobremanera. Con un temazo tras otro, Hot Chip supieron recrear el ambiente de una discoteca en una explanada de arena abarrotada de gente que vibró con hits clásicos como ‘Over and Over’ o ‘Ready for the Floor’, otros más nuevos como ‘Melody of Love’ o ‘Spell’ y una versión de ‘Sabotage’ de los Beastie Boys que me vio saltar como una adolescente.
Viernes
La segunda jornada estuvo marcada por la caída de uno de los cabezas de cartel del festival, Beirut, que movió ligeramente los horarios, pero solucionó uno de los solapes más dolorosos: el de Fontaines DC y Temples.
Cuando llegué a la Masía d’en Cabanyes, algo tarde por culpa de una segunda ducha no planificada, en el bosquecillo que alberga el escenario El Vaixell no cabía un alfiler y Kevin Morby (en la foto) entonaba los primeros acordes de ‘Piss River’. Aprovechando mi pequeñez y una habilidad para escabullirme entre masas de gente adquirida con los años, conseguí colocarme en un lugar decente desde donde oírle bien. Despojado de su banda –que no de su ropa (esa portada del último disco no se la perdono)– pero acompañado de un teclado y una guitarra, el tejano ofreció una versión íntima y destilada de su grandioso Oh My God. Pese al reducidísimo espacio de El Vaixell, el trompetista Hermon Mehari y Katie Cruthfield (más conocida como Waxahatchee), se unieron a Morby para interpretar algunos temas, entre los que sobresalió una lindísima versión del ‘The Dark Don’t Hide It’ de Magnolia Electric Co. Fue un concierto memorable, de esos que sabes que no será fácil repetir. Terminó y me acordé de Rosalía y Refree en aquel mismo espacio hace dos años. Irrepetible.
El grueso de los allí congregados pareció moverse enseguida y trasladarse al escenario principal para lo que prometía ser el plato fuerte de la noche: Sharon Van Etten (en la foto). Póngase por delante que no soy su mayor fan y que su música ha despertado en mí un interés bastante irregular. Arrolladora y con una energía inaudita tratándose de una artista con/por quien más bien hemos sufrido, Sharon hizo gala de una versatilidad asombrosa. Mostró su lado más fiero con ‘Jupiter 4’, ‘Comeback Kid’ o ‘Seventeen’, de su último álbum, pero también la delicadeza y melancolía por las que es conocida (más de uno cerró los ojos con ‘Every Time the Sun Comes Up’). Especialmente sentida fue su versión ‘Black Boys On Mopeds’ de Sinéad O’Connor, cuya letra sigue siendo relevante 30 años después. Sharon estuvo brava, esto es así. Otra cosa es que consiguiese levantar en mí las mismas pasiones que levantó entre quienes me rodeaban.
La pasión fui a buscarla en Fontaines DC (en la foto de cabecera), a quienes descubrí como teloneros de mis venerados IDLES. El lenguaje corporal del vocalista Grian Chatten à la Ian Curtis es puro nervio. Arrancaron con ‘Hurricane Laughter’ un tanto comedidos, pero la contención fue dejando paso a la intensidad, que se dejó sentir en temas como ‘Too Real’ o ‘Boys in the Better Land’, material de pogo que levantó una considerable polvareda en las primeras filas. El colofón lo pusieron con ‘Big’, un título que bien podría profetizar un prometedor devenir. “But I’m gonna be big”, gritan. Yo creo que sí, pero que en el Vida no dieron de sí del todo, me faltó algo. Por suerte, podré ir a buscar ese algo el próximo noviembre, cuando nos visiten de nuevo, esta vez en sala.
Superchunk fue otro de los nombres de la noche. Viejas glorias de los noventa, la formación no escatimó energía y demostró estar en plena forma. Sonaron temas de su último disco, publicado el año pasado, como la pegadiza ‘What a Time to Be Alive’, que da título al álbum, y clásicos como ‘Driveway to Driveway’ (muy posiblemente EL hit de la banda) o ‘Like a Fool’, provocando saltos y sonrisas entre un público que esperaba más numeroso y seguramente peinaba canas hace ya algún tiempo.
Sábado
El último día, la magia la puso Stella Donnelly. Consciente de sus encantos, sedujo al público desde la primera canción. Stella sabe cómo enamorar y lo consigue sin esfuerzo. Con ‘Die’ incluso nos coló una coreografía entre ingenua y medio boba; caí rendida a sus pies como una mosca. Pero su indie pop placentero es un arma de doble filo. Stella te derrite a la vez que te la clava por detrás; cuando te das cuenta, ya es demasiado tarde. Dulces melodías encierran un discurso afilado, especialmente manifiesto en ‘Watching Telly’ o ‘Boys Will Be Boys’, que escribió –según ella misma– sin pretensión alguna y terminó cambiándole la vida. Precisamente antes de entonar ‘Boys Will Be Boys’, la australiana lanzó un alegato feminista que caló entre el público tanto como lo hizo la lluvia poco antes de terminarse la canción. Corrí en busca de cobijo cuando ya estaba empapada, pero mereció la pena. ¡Viva Stella!
Amainó y me senté en el suelo, frente a El Vaixell, junto a un niño de tres años para disfrutar de cerca de mi archiquerido Ferran Palau. Me sé sus canciones de memoria y he ido a tantos conciertos suyos que podría haberlo aborrecido. Pero no, lo suyo es exquisito y no empalaga. Con su productor, primo y amigo Jordi Matas al teclado, arrancó con ‘A dins’, afinó la guitarra y siguió con ‘Flor espinada’, ‘Serà un abisme’, ‘Miratge’, ‘Blanc’, ‘Res’, y… ¡Anunció disco para otoño! ¡Y tocó un tema nuevo, ‘Caic’ (“perquè és el que faig més: caure”; luego que por qué lo adoro así)! La lluvia hizo acto de presencia de nuevo, pero ni el público ni Ferran parecían querer irse. Con las gotas de lluvia, cayeron también unos cuantos temas más. ‘Novel·la’ y una sucesión de aplausos concluyeron un concierto que, por segunda vez, la lluvia no fue capaz de estropear.
La llovizna prosiguió durante un buen rato más, que aproveché para bailar –ajena a los estragos que humedad y temporal causaban en mi atuendo y peinado– con amigos y conocidos al ritmo de ‘Bizarre Love Triangle’ de New Order, ‘Voyage Voyage’ de Desireless, o ‘Ni más ni menos’ de Los Chichos. Los Pin&Pon DJ saben cómo animar el cotarro, aunque ello implique cobijarse bajo unas bolsas de basura mientras se acondiciona una carpa.
De ahí a La Cova, justo a tiempo para ver a Molly Burch. Un sonido deficiente (bajo y batería retumbaban y ensordecían voz y guitarras), una iluminación poco amable para la ocasión y el bochorno insoportable post-chaparrón empañaron un concierto que prometía. Pese a que la cantautora tejana y su banda intentaron capear el temporal y persistieron en salvar la actuación, abandoné y me entregué a una cerveza y unas patatas fritas. Muy a mi pesar, la voz de Nacho Vegas se oía por todas partes, pero me topé con gente de bien y conseguí olvidarme del sonido de fondo.
Tras unas cuantas risas, llegué a las primeras filas del escenario La Masía. Era el turno de The Charlatans, otros iconos de los noventa, que ayudaron a dibujar lo que hoy entendemos como el sonido de Manchester. Parece que el tiempo no pase para Tim Burgess. Sigue siendo un frontman encantador. No paró de animar al público con saltos y brazos al aire. Y es que el setlist estaba hecho para saltar y bailar. No escatimaron en hits: ‘One to Another’, ‘North Country Boy’ o ‘Just When You’re Thinkin’ Things Over’ enardecieron al público eminentemente femenino de las primeras filas. Con ‘The Only One I Know’ llegó la locura. Por detrás, unas manos desconocidas me alzaron en lo alto por la cintura. No esperaba un bolo así de divertido y buenrollero.
Completaron la noche unos Madness que llenaron a rebosar el escenario principal y los madrileños Carolina Durante. Falta de energía y con afán de conservar el buen sabor de boca que me había dejado el bolo de The Charlatans, di por acabado mi Vida en primera fila.
El Vida Festival ha salido airoso de todo contratiempo y sigue siendo una de las propuestas musicales más apetecibles del verano. La séptima edición se celebrará del 2 al 4 de julio del año que viene, coincidiendo de nuevo con el Cruïlla, y el cartel ya cuenta con un primer nombre: Destroyer.
Fotos: Christian Bertrand, Ana Conesa, Pablo Luna Chao y Sharon López.
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