A Vania le dejaron sus sobrinos. La Compañía Les Antonietes quería que estuviese solo. Y aprovechando su previsible desconcierto, el Círcol Maldà lo ha capturado para que los espectadores podamos señalarle con el dedo.
El director Oriol Tarrasón, principal responsable de tan singular aislamiento, arrincona la decepción existencial del célebre y perplejo hacendado convirtiéndola en una fiesta de contagiosa vitalidad.
Y, para la ocasión, la historia chejoviana sobre mediocre cigarra (el incómodo profesor Serebriakov) y sumisas hormigas en derredor, sumidas en la omnipotente frustración, se torna en lucha contra la apatía subsiguiente. Sin que ninguno de ellos repare prácticamente en ello.
Este “Vania” sorprende por el optimismo que subyace en su puesta en escena. Que trasciende el desengaño argumental llegando incluso a hacer temblar la pasividad de sus personajes.
Tarrasón anuncia desde el principio su determinación de liberar a los actores de la opresión. Esa que les hace permanecer como prolongación del escenario inmovilizados bajo una enorme funda de plástico transparente. Primera muestra de un estimulante enfoque simbólico.
Y de su trono (un imponente e indolente colchón volador), descenderá con encantadora cotidianidad el Rey Homónimo de la Función (Pep Ambròs, excelso monarca en escena).
A continuación, nos subyuga la bellísima descripción de Yelena a partir de su delicada exhibición capilar, que no tardará en enredarse con el malestar de quien se sabe cautiva del sentido del deber intelectual y de la fidelidad conyugal. Y nos incomoda ver cómo tan hermosa criatura se retuerce por un suelo de seductora ambigüedad.
La guinda al pastel escénico la pone la danza de ellos al ritmo de un dinámico delirio ebrio. Coreografía que luego intentarán emular ellas y de sugerente patetismo crónico. Una celebración, en resumidas cuentas, de la magia de la rutina.
Tarrasón ultima la cercanía de su planteamiento dramatúrgico haciendo hablar a los personajes directamente al espectador de modo caprichoso y subraya su condición teatral al permitir decidir a los propios actores reajustar el reparto en aras del éxito de la representación.
Sin embargo, el triunfo se ve ensombrecido a causa de una irregular dirección de los intérpretes. Por encima de todos ellos, y con una naturalidad admirable y firme disposición, se sitúa Ambròs. Siguiéndolo de lejos, Bernat Quintana apunta maneras y dispara presencia; y Arnau Puig inspira cierta seguridad. En cambio, ellas no logran escapar de la sobreactuación a pesar de que Mireia Illamola (la elegante Yelena) alcance momentos esporádicos de frescura increpando al desprevenido espectador o de que Annabel Castan transmita ternura cuando le toca quedarse en un protector segundo término, ese que nos permite adorar la pasión soterrada de su Sonia.
“Vània” se representa hasta el 22 de febrer de 2014.
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