Traer a un niño al mundo hoy en día supone volcarle encima 10.000 toneladas de CO2. Una gran responsabilidad. Entonces, ¿cómo asumimos este riesgo si somos pareja que no quiere apartarse del rebaño de las buenas personas?

Según el dramaturgo Duncan Macmillan, la solución pasa por una conversación interminable. Solo así conseguiremos implicarnos lo suficiente. Porque una decisión de esta índole requiere su tiempo, así como un análisis exhaustivo de ti y de mí y de todo nuestro entorno. ¡Ah, me olvidaba! También de nosotros.

Estos días, en la Sala Beckett de Barcelona la neurosis de una pareja joven en eterna discusión adopta la forma de un colchón confortable a ratos pero irritante a otros. Nos resulta fácil identificarlo como el símbolo del nido del amor y por ello sonreímos al ver cómo sus protagonistas lo construyen con sus proyectos de futuro. No obstante, no tardaremos en acordarnos de que quizás sea algo duro cuando nos estiremos en él los dos.

La sangre no llega al río porque el efecto en cadena de los episodios diversos de la convivencia arranca nuestras carcajadas instintivas y, con ello, nos relajamos. No será hasta el final cuando comprobemos que el debate dialéctico no se acaba nunca (no hay sábanas que puedan proteger a los personajes de la destrucción implacable de la unión familiar), enmudezcamos ante la guerra de almohadas de esta pareja prototípica y fácilmente intercambiable por nosotros mismos. Justo en el momento en que Macmillan, como quiere que volvamos corriendo al Planeta de los Sueños Tiernos, entona de nuevo una nana reuniendo otra vez a sus criaturas.

La directora de este exitoso “dormitorio”, Marilia Samper, ve a estos dos individuos como “detenidos en el fragmento de vida eterno y agotador en que se impone adoptar una decisión”. Y nos los presenta con generosidad. Nuestra empatía es instantánea: La frescura de sus rasgos, la previsibilidad de sus actos, lo ameno de una historia repleta de cotidianidad hilarante e infernal (a una espectadora se le escapa un “¡qué cabrón!” dedicado al protagonista cuando este confiesa a su compañera su pecado de infidelidad) y dos actores resultones (Carlota Olcina, eficaz como mosquita muerta inevitablemente femenina; Pau Roca, adecuado como macho posmoderno perdido).

Pero estos “pulmones” no van más allá de una distracción convencional: Les falta inspirar más mala leche en el juego escénico. Ni los actores se sienten seguros ni consiguen sacarnos de quicio porque ¡son (y lo saben) tan encantadores! La caricaturización del perfil de sus personajes debería trascender el incesante ejercicio verbal. De este modo, nos dejarían sin aliento. Y, juntos, podríamos expirar entonces la vida real que este teatro pide.

“Pulmons” se representa hasta el 9 de febrero de 2014.
http://www.salabeckett.cat/arxiu/pulmons-de-ducan-macmillan-traduccio-de-carme-camacho.-direccio-marilia-samper