Josep Mª Pou desde hace unos años se dedica a dirigir aquellas obras que le gustaría ver a él sin padecer de si estarán de moda y, sobre todo, sin preocuparse si el público en general responderá a su mensaje. Así que Pou nos está acostumbrando a un teatro que vuelve a lo esencial del escenario, el texto, la palabra y el silencio. Un teatro clásico y a veces incluso académico que trata de herir la cabeza y las mentes del espectador para que se remuevan sus valores o la falta de ellos.

Prendre partit nos cuenta la relación del director musical Wilhem Furtwängler con el nazismo. Y como después de realizar una investigación sobre su vida, no se pudo demostrar su afección con el régimen. «¿Qué tenía que hacer… quedarme o irme?» dice Furtwärgler, quien se siente impotente y exageradamente pasivo ante las preguntas intimidatorias del comandante Arnold. Esta pregunta será la losa que arrastrará el director musical después de haber renunciado a huir de Alemania para dirigir la Orquesta Filarmónica de Berlín durante el periodo nazi.

La puesta en escena de esta versión de “Prendre Partit” -el original se estrenó en Londres y Broadway en 1995 y 1996 respectivamente, y se adaptó al cine (‘Taking Sides‘, 2001), bajo la dirección de István Szabó– profundiza en la lucha entre cultura y política, y en el uso que hace el poder de la cultura a favor de sus intereses, pisando la libertad de los artistas. Esta contradicción enfrenta a los dos protagonistas del duelo: el mismo director de orquesta Wilhem Furtwängler (Josep Maria Pou) y el mayor estadounidense Steve Arnold (Andrés Herrera), un personaje obsesionado por encontrar el punto débil, real o imaginario, de los acusados en sus interrogatorios.

La obra pretende activar la reflexión del espectador y no cae en el maniqueísmo, sino al contrario, el público sale haciéndose la pregunta «¿yo me hubiera quedado? ¿Me hubiera marchado?» Y estas preguntas se van repitiendo a medida que avanza el interrogatorio y no sólo del director de la orquesta sino también del segundo violín.

La escenografía ayuda al espectador a entrar dentro del contexto. Se nos presenta un marco de posguerra y desolación, escenificado con una edificio medio derruido. El salón gris con los grandes ventanales rotos es el marco perfecto para simbolizar no sólo la Europa de la posguerra (el edificio), sino también la fragilidad del alma humana (los ventanales) en una situación extrema, y como se adaptan a ella cada uno de los personajes.

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Lo que ha conseguido Pou en su dirección es que ninguno de los personajes se coma a los otros, por lo que todos tienen su propio espacio de reflexión donde desnudan sus miserias y personalidades. Por encima de todos y como director de los otros personajes tenemos al mayor Steve Arnold el conductor de esta pieza que en ciertos momentos nos ha parecido demasiado intenso. Pou como contrapunto a la exagerada adrenalina de su inquisidor, se muestra sereno y inteligente. Pero por encima de todos destaca el rol del actor Pepo Blasco en el papel de segundo violín de la Filarmónica Helmuts Rode. Medido, humano, contenido, y lleno de matices. Blasco nos presenta así su personaje y logra engañar al espectador sobre la realidad que lo rodea, haciendo todo un viaje interior desde la inocencia a la caída a los infiernos.

La obra en ciertos momentos pierde su ritmo y resulta lenta, ya que nos encontramos con escenas con largos silencios que pretenden dar un espacio de reflexión al espectador, para que sea él quien construya su propia verdad. La ubicación de estos silencios está perfectamente estudiada en el marco de los interrogatorios y marcan una brecha entre la cultura representada por el director musical y la política, encarnada por su interrogador.

La atmósfera está envuelta por una banda sonora que nada entre las grabaciones de la Orquesta Filarmónica y el ruido de los bombardeos que retumban en la cabeza del mayor Steve Arnold en un intento de afrontar lo que ha visto en los campos de concentración. Y esta visión es la que no deja a Arnold soltar a su presa, intentando por todos los medios dictar un juicio interpretando las pruebas para condenar a Furtwängler.

Al espectáculo, aún a pesar de tener momentos brillantes, le falta recorrido. En algunos momentos puede resultar denso, pero la estética general, apoyada por una iluminación y un vestuario muy acertado, ayudan a aliviarla. Además el trabajo de los otros actores acaban de perfilar una obra que ya se espera dura por la temática que trata.

Prendre partit” se representa en el Teatre Goya hasta el 1 de febrero de 2015.

Autor: Ronald Harwood
Traducción: Ernest Riera
Dirección: Josep Maria Pou
Reparto: Josep Maria Pou, Andrés Herrera, Sandra Monclús, Anna Alarcón, Pepo Blasco y Sergi Torrecilla
Escenografía: Joan Sabaté
Iluminación: David Pujol
Vestuario: María Araujo
Espacio Sonoro: Àlex Polls
Caracterización: Toni Santos
Producción: Focus

Horarios: de lunes a viernes a las 20:30 horas; sábados a las 18:00 y a las 21:00 horas i domingos a las 18:00 horas.
Precio: de 24 a 28 €
Idioma: catalán
Duración: 1 hora y 50 minutos (sin entreacto)

Tere Gilisbars